Meritxell Nebot
Uno de los placeres de esta vida terrenal es echar la tarde en una librería. Si puede ser de esas pequeñas, de barrio, mucho mejor. Pero debo reconocer que a veces incluso perderme en esas enormes que hay en el centro de la ciudad, puede resultar agradable. Sea cual sea el formato de la librería me encanta pasear por sus pasillos, ojear títulos de todo tipo, perderme en secciones que no sabía que me podrían interesar para terminar regresando de nuevo sobre la pista de lo que iba buscando en un inicio.
Ésta misma semana, mientras disfrutaba de uno de esos paseos literarios, me llamó la atención una sección justo al lado de donde yo estaba. Decenas de títulos de muy variopintos autores se mostraban expectantes a la caza del lector o lectora necesitado de consuelo y orientación: Cómo educar hijos tranquilos y alegres. Ser padres y no morir en el intento. Hijos lectores, cómo estimularlos para que lean a Fromm antes de los 6 años. Rabietas y otros despropósitos sorprendentes de la crianza, como acompañarlos con amor. Tu hijo, el crack mundial de la papiroflexia, guia para padres.
En realidad, que hubiera tantos títulos a la espera de ser comprados por personas adultas sumergidas hasta el cuello en el mundo de la (p)maternidad no fué lo que me sorprendió. Lo sorprendente fue que los títulos para padres y madres ocupaban el doble de estantes que los de pedagogía y didáctica para docentes, que eran los que me habían llevado hasta allí. Para profesionales de la educación había muy pocos y escogidos con muy poco criterio (a mi parecer); incluso algunos exageradamente obsoletos y no solo a juzgar por lo amarillento de sus páginas y portada. Lo más interesante del caso es que esta misma situación, se repitió a lo largo de la tarde, en 3 librerías más.
Hace unos años, una compañera activista de Senegal, vino a Barcelona como participante a unas jornadas sobre mujeres y cooperación internacional. En su estancia en la ciudad condal se alojó en casa de una compañera que, en ese momento, tenía dos hijos. Como dichas jornadas tuvieron lugar entre semana, la mujer, ociosa esos días, pudo contemplar el ir y venir de la familia anfitriona y no pudo hacer otra cosa que maravillarse. Una noche, mientras cenaban no pudo contenerse y le dijo: “No entiendo como puede ser que aquí dos hijos den tanto trabajo. Los niños son niños aquí y en el Senegal. Yo tengo 6 hijos y ni la mitad de trabajo que tu”. Cuánta razón tenía la señora. El trabajazo que dan dos hijos en una sociedad como la nuestra no es ni medio normal.
No me malinterpretéis, no es mi intención elevar con admiración pueril la crianza en otros rincones del mundo por encima de la que llevamos a cabo en el nuestro. Éste era sólo un ejemplo de la necesidad de levantar la vista del propio ombligo para ver con perspectiva qué estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo. Estoy convencida que la compañera catalana vivía bajo la presión constante de la conciliación trabajo-familia y se había sentido ya, en más de una ocasión, una mala madre. Constatar en una conversación de sobremesa que además, pese a sus esfuerzos, algo no estaba encajando del todo, debió resultar por lo menos desconcertante.
En la maternidad y la paternidad, como en nuestra vida personal, queremos lo mejor. Un buen trabajo, un buen sueldo, un@ buen@ hij@. Pero aplicar a la crianza los mismos métodos que aplicaríamos al mundo laboral es un error garrafal que, en la mayoría de los casos, ni siquiera nos damos cuenta que estamos aplicando: Nos sobre informamos, leemos (libros, artículos, estudios…), contrastamos, nos preparamos para ser padres cum laude con hijos e hijas cum laude en una sociedad del mérito y la competitividad. De ahí la cantidad enorme de títulos para padres y madres expuestos en las librerías! Y aún así sentimos que no es suficiente: Deberíamos hablarles más y mejor, estimularlos más y mejor, implicarnos más en su educación, por su bien… Pero es ahí donde, erróneamente, metemos la pata hasta el fondo: Nadie en su sano juicio puede hacer de la m(p)aternidad una carrera hacia la excelencia sin morir de extenuación.
La crianza, amig@s, es una carrera de fondo, no los 100 metros lisos. Podemos invertir tiempo y dinero hasta dejarnos la piel en los primeros 2 años de vida de nuestra criatura, que si no acompañamos la infancia, adolescencia y juventud con el mismo tesón de poco habrán valido esa lactancia a demanda y todas las reformas Montessori hechas dentro de nuestro hogar. La hiper p(m)aternalización de la sociedad no sólo no es sostenible en el tiempo, sino que además tiene un impacto negativo en la educación de las niñas y niños: agendas más repletas que la de una ministra, menor autonomía para cosas básicas, menos resiliencia o más egocentrismo e inseguridad, son solo algunos ejemplos de las consecuencias de dicha actitud.
Pero la hiper p(m)aternidad tiene consecuencias más allá del núcleo familiar, tiene un impacto social. Es una cuestión de nivel económico y de clase: la hiper p(m)aternidad es un privilegio de aquellos que tienen cubiertas sus necesidades básicas, de seguridad, pertenencia o reconocimiento y pueden pagar el salto a la excelencia de sus descendientes. Son los padres y madres que disponen de dinero suficiente para pulir cualquier defecto de fábrica de sus pequeños; de tiempo suficiente para darle vueltas a cuestiones poco decisivas a largo plazo como escoger el mejor colegio (teniendo en cuenta que los caminos de la movilidad social son inescrutables y que al parecer sus retoños tienen bastantes puntos a favor); de energías suficientes para intervenir en los espacios de relación de sus hijos e hijas, como la escuela (apelando al derecho a la educación, desde una mirada inconsciente de consumidor/a). Son los que, sin querer, polarizan la educación (incluso la pública) con sus exigencias de clase, por el bien de sus hijos e hijas.
Podríamos pensar que esta nueva actitud, esta nueva forma de ser padres y madres es fruto de una reflexión donde se entiende que lo personal es político y que poner los cuidados en el centro es el camino hacia una humanización de las sociedades del s XXI. Pero mucho me temo que no van por ahí los tiros. La transformación parece deberse más a una manifestación de inseguridades e insatisfacciones que a un ataque altruista para hacer del nuestro un mundo mejor.
Relajarse es bueno para la salud. La individual y la colectiva. Sentarse a echar la tarde, leer mientras los niños se aburren soberanamente, decir algun que otro taco si te cortas al cocinar, escuchar las noticias para poder comentarlas o tender la ropa mientras nos pasan las pinzas, pueden ser algunas pistas de cómo dejar fluir esto de la p(m)aternidad sin artificios ni complementos pedagógicos new age. Un tiempo de descanso, unas vacaciones para dejar de ser hiper padres e hiper madres no nos vendrían mal. Les animo a probarlo, por el bien de tod@s.
Buenos días Meritxell Nebot,caballeros callejeros y cabelleras al viento sin coletas y a lo loco y cazadores de bulos varios ,con mascarilla y guardando las distancias:
Gracias por el artículo…aunque me he quedado sin saber como se las apañada la activistas de Senegal con 6 hijos..ejem.
Espero que tu próximo artículo se lo dediques a l@s hiper-abuel@s .
Mi experiencia personal me dice que gracias a nosotr@s ,hemos evitado muchas úlceras y síndromes de estrés hiper parentomaternal….jeje.
En mi caso he sido padre-madre-yayay a tiempo completo….hasta que el movil se convirtio en su animal de compañia…ejem
Esta pandemia ha puesto de relieve lo que era evidente ,alguien tendrá que hacer algo mínimamente con sentido común .
Ante mi doy fe.
AC/DC
firmado…JAJAJA…que nervios.