Carlos Hidalgo
Corren ríos de tinta estos días acerca del desproporcionado poder de los magnates de Internet porque le han cerrado las cuentas de redes sociales a Donald Trump. Si me habéis leído antes, recordaréis que yo no les tengo especial cariño. De hecho, les comparo con malos de James Bond. Son arrogantes, megalómanos e irresponsables. Como Trump, pero con más dinero. Aunque Trump tiene pocos motivos para quejarse esta vez. La libertad de expresión del presidente no ha sido cortada porque tiene a su disposición la sala de prensa con más audiencia del mundo, que es la de Casa Blanca. Otra cosa es que a Trump le guste dar mensajes unidimensionales, a solas y sin que nadie le pueda replicar.
Las redes sociales son espacios privados y tienen derechos de admisión. Y por decisión de los legisladores estadounidenses (también del propio Trump), no están reguladas como medios de comunicación. Pero los medios, que son quienes siguen marcando la agenda, están a disposición de Trump. Algunos hasta demasiado, como las cadenas OANN, Sinclair o NewsMax, que han pasado de medios marginales a beneficiarse de la audiencia “trumpista” al abrazar las falsas teorías de la conspiración del millonario neoyorquino.
A Trump lo que le hubiera gustado es cerrar medios, como también han hecho los millonarios de Silicon Valley. Uno de ellos, un entusiasta trumpista llamado Peter Thiel, invirtió 8 millones de dólares en pleitos de cualquiera contra la revista de Internet Gawker. Así, iba pagando los gastos legales de unos y de otros, hasta que consiguió que un juez fallara a favor del exluchador de lucha libre Hulk Hogan. Y Gawker quebró. Poco tiempo después, Trump contrató al abogado de Thiel para sus propios pleitos. Y también declaró más de una vez su intención de modificar las leyes para que fuera más fácil condenar por libelos a los medios que no le gustaban, como la CNN, el New York Times, la NSBC, el Washington Post y más de una larga lista. Si no llegó a cambiar la legislación es porque su propia incompetencia a la hora de gobernar y su incapacidad para la planificación se lo impidió.
Que a Trump le expulsen de las redes por hacer llamamientos a la sedición siendo el presidente de los Estados Unidos, no es un atentado contra la libertad de expresión. Tampoco es censura. Y menos cuando se le dejó hacer y sus seguidores invadieron por la fuerza las cámaras legislativas estadounidenses, varios de ellos armados y con la intención de, por lo menos hacer prisioneros a los representantes electos de la ciudadanía.
Trump, si quiere, puede justificarse en la sala de prensa de la Casa Blanca, puede hacer más llamamientos a la sedición en una entrevista televisiva. Nadie se lo impide. Pero lo que no quiere es un periodista le reproche precisamente estar llamando a la insurrección armada. O que así conste en los titulares de la entrevista.
Con respecto a los amos de las redes… Yo soy de los que cree que Trump y sus lacayos deben hacer frente a las consecuencias legales de la sedición. Pero también los responsables de las redes sociales deben afrontar sus responsabilidades. Facebook, por sólo poner un ejemplo, ha sido caldo de cultivo para la manipulación política, un factor clave en temas como la votación del Brexit, el sitio desde donde se coordinó el exterminio de musulmanes en Myanmar o desde donde se usaron datos personales obtenidos sin permiso para manipular las elecciones de al menos tres países del África Subsahariana.
Pues lo ideal sería que cada uno cargara con lo suyo. Para quejarnos en las redes ya estamos los demás.