La vacuna comunista

Carlos Hidalgo

Hoy nos hemos despertado con la noticia de que la sin par Isabel Díaz Ayuso (IDA), encargó a su consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, que buscara la manera de hacerse con la vacuna rusa contra la Covid, también llamada Sputnik. Para mi consternación, que no para mi sorpresa, el coro habitual de las redes se ha lanzado a defender a ciegas a Ayuso y la parte de la “verdadera izquierda” ha querido ironizar con que Ayuso quería comprar una vacuna “comunista”. Dice mucho de las inercias de ciertas personas a la izquierda del PSOE que se comportan como si todavía existiera el Pacto de Varsovia y que crean que el actual gobierno de la Federación Rusa es comunista. Putin es tan comunista como lo pudiera ser Sito Miñanco. Y, sin duda, le habrá agradado poder meter un poco más de cizaña en nuestra ya encizañada política. Y más con los medios estatales rusos pregonando a los cuatro vientos que las vacunas “occidentales” producen trombos y reacciones alérgicas, mientras que sólo informan de maravillosos porcentajes de inmunidad y beneficiosos efectos secundarios de la “Sputnik”. Que a lo mejor es verdad, pero estaría bien que permitieran que autoridades independientes pudieran comprobar esos efectos por su cuenta. Así funciona la ciencia.

También dice mucho de Ayuso el querer comprar vacunas por su cuenta, cuando España está adquiriendo y distribuyendo las vacunas según una gran estrategia dentro de la Unión Europea. Ayuso, queriendo suplantar a Sánchez, ha querido suplantar a Bruselas de paso. Pero también refleja esa actitud de rico de “¿por qué voy yo a esperar como los demás, si puedo comprarlo?”. Y así, la Comunidad Autónoma de Madrid ha hecho algo bastante parecido a pretender comprar vacunas en el mercado negro. Como decía el periodista asturiano Luis Ordóñez, no quiero ni imaginar las caras de los rusos cuando estuvieran sentados con “los listos” de la Comunidad de Madrid que, como los países del Tercer Mundo o un presidente autoritario cualquiera de Europa del Este, llamaban a la puerta de los rusos por una cuestión de orgullo y de hacer un feo a Bruselas (y, en el caso de IDA, al gobierno de su propio país). Sigue leyendo