Fin de temporada

Alfonso Salmerón

Hay una colosal nostalgia en la languidez de los días de finales de agosto. Un tiempo que se arrastra, como aquellas olas que parecen no llegar nunca a la orilla de septiembre. Un tiempo que siempre tiene algo de irreal, se acaba.

Cuando empieza el curso a menudo me asalta la duda sobre si agosto realmente existió. Un mes que le debemos sin duda a un animal casi mitológico como es el movimiento obrero. Acaso las vacaciones pagadas sean la última trinchera de un mundo en descomposición.

En esta última semana de vacaciones, el tiempo se te engancha a la piel como la arena fina de la playa. ¿Cómo querer desprenderse de un tiempo que al fin fue plenamente tuyo? La libertad es un espejismo de treinta días naturales para  aquellos quienes todavía tienen un puesto de trabajo a jornada completa y contrato indefinido. Un columpio en el jardín cuyo balanceo te conecta directamente al ritmo apócrifo de los días felices de la infancia. Una atalaya hasta donde los ecos de la sucia realidad llegan amortiguados por un filtro invisible. Sigue leyendo