Hacia la Federación Europea

Julio Embid

Nunca me he sentido un patriota. No tengo erecciones matutinas cuando veo la bandera española. No siento ningún cosquilleo cuando oigo el chunda chunda tachun tachun, ni me pondría jamás con la banderita en el Paseo de la Castellana de Madrid el Día del Pilar viendo a las tropas desfilar. De hecho, cuando trabajaba en el centro de Madrid, me resultaban muy molestos los ensayos, durante una semana, de los aviones a toda velocidad tan cerca de las casas. Como decía Paco Ibáñez: Cuando la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual. Pero habiendo nacido en Barcelona, hijo de un maño y una castellana, criado en Zaragoza y educado en Madrid sólo puedo ser una cosa, español. Y como español, me limito a querer a mi país de la mejor forma que sé, pagando los impuestos que me corresponden para mantener un estado que lejos de ser modélico es uno de lugares del planeta donde mejor se vive. Sus servicios públicos, su sanidad y su educación sí me hacen sentirme orgulloso del lugar en el que actualmente vivo.

Entiendo que un ejército español es justo y necesario porque sin ejército y sin estado (y policía) viviríamos en Necromunda donde sólo el más fuerte sobrevive. De verdad que siento verdadera lástima de aquellos que necesitan llevar la bandera de España en la mascarilla, en la correa del perro, en el retrovisor del coche, en la funda del móvil y en la solapa de su jersey para recordar el país en el que viven. Les recomendaría comer más espinacas que son muy buenas para la memoria. Sigue leyendo