Juanjo Cáceres
A pesar de los temores que razonablemente existen cuando la extrema derecha asoma la cabeza, esta no ha logrado conquistar la presidencia francesa y la República respira sana y salva. Pero no es precisamente menor toda la sacudida que este proceso electoral ha dejado sobre el tapete. Los dos espacios tradicionales que antaño compartían el poder republicano han quedado reducidos a la mínima expresión. Los votos obtenidos por Mélenchon han suscitado un intenso debate sobre si la France insoumise se ha quedado o no a las puertas de darle una patada al tablero y de abrir nuevas posibilidades de alternancia en la cima del poder, que solo se habrían frustrado por la permanencia en primera vuelta de candidatos socialistas, comunistas y verdes. Al final la realidad se ha concretado en ese 41,5% obtenido por Marine en segunda vuelta y serán las inminentes elecciones legislativas de junio las que determinarán los representantes de la Asamblea Nacional y la elección del primer ministro, acabando de delimitar el alcance de las turbulencias electorales francesas.
Pero el terremoto francés no es ni mucho menos un caso aislado, sino el resultado de una inestabilidad general de las placas tectónicas electorales europeas. Precisamente en España se están sumando tres fenómenos capaces de perturbar con fuerza los equilibrios de poder. El primero ya ha sucedido: unas elecciones autonómicas en Castilla y León que han puesto a Vox al frente de un gobierno regional, aunque liderado por el PP. El segundo ha sucedido en parte: la llegada de Feijoo al frente del Partido Popular, quién ahora debe demostrar cuál es la senda política que realmente desea seguir y cuál es su verdadera apuesta estratégica. De momento, las encuestas, tal vez de forma interesada, le ponen ojitos. Sigue leyendo