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Los combates continúan en el Este ucraniano pero, contra lo que suele pasar, los medios de comunicación siguen informando tanto de las novedades en el frente – últimamente pocas – como de las intensas maniobras diplomáticas, que no cesan pero que, de momento, no apuntan hacia la paz sino todo lo contrario. Me fascina escuchar los llamamientos a una solución diplomática de algunos de nuestros destacados convecinos, en España y otros lares. Dejando de lado su adscripción ideológica – generalmente tanto de izquierda profunda como de derecha extrema – no parecen reparar en que Putin y sus adláteres niegan completamente cualquier “solución diplomática” que no incluya la anexión rusa de al menos cuatro regiones ucranianas. ¿A santo de qué? Porque son suyas, lo han sido siempre y deben seguir siéndolo, con independencia de que más de la mitad de sus pobladores – ruso-parlantes la inmensa mayoría – no quiera pasar a formar parte de Rusia y esté dispuesta a combatir para impedirlo. Ucrania se mantiene también en una posición maximalista: nada que negociar hasta que no recupere todo su territorio. Pero es obviamente injusto, además de falaz, equiparar al que quiere arrebatar territorio por la fuerza con el que se resiste a que se lo quiten. La equidistancia se explica en gran medida, a mi entender, por prejuicios de partida. Para los izquierdistas “profundos” Rusia viene a ser la heredera de la Unión Soviética, que ayudó a la República, y sus los países vecinos siempre han sido parte de su imperio o zona de influencia por lo que la invasión no es en realidad tal. La derecha extrema es mucho más aguda y tiene claro que Putin es la encarnación de los valores morales más rancios – homofobia, religiosidad mezclada con el poder, autoritarismo, represión de todo lo que molesta a las “personas de bien” – y encima ayuda activamente a sus compañeros ideológicos allende sus fronteras. Lamento que sea así, pero en esto me parece mucho más coherente Abascal que Iglesias, por ejemplo. Sigue leyendo