El ego como política

Carlos Hidalgo

La política es extraña y a veces cruel. En cierta manera se parece al fútbol, cuando uno llega a primera división es una estrella y no hay nadie mejor. Pero cuando te vas de ella, siempre es entre abucheos del público. A veces, con el paso del tiempo, se te recupera, se te hacen homenajes y se recuerdan tus grandes jugadas. También hay quien iba para figura y se queda por el camino. En algunos casos merecidamente, debido a la mala cabeza del aspirante a estrella y en otros inexplicablemente, o porque simplemente hay figuras mayores, que no dejan que uno que luzca y cuya sombra tapa al resto.

Eso se puede llevar mejor o peor. En política se suele llevar muy mal. Hay quien se cree imprescindible, necesario, más listo que el resto y la frustración se acumula al ver que otros más astutos, menos talentosos o más afortunados ostentan los puestos a los que uno se cree destinado. Y esto es especialmente doloroso cuando cree que merece mucha atención y no cree recibirla. La transición fue uno de esos momentos en los que muchos que se veían predestinados a altos destinos se vieron de repente relegados. Y dejó a un gran número de perdedores. Entre las personas del régimen y entre los de los partidos democráticos. José María de Areilza, Pablo Castellano, Rodolfo Llopis, Alonso Puerta o Ramón Tamames, entre otros. Con añadidos posteriores, como José Luis Corcuera o Joaquín Leguina. Sigue leyendo