Juanjo Cáceres
Cualquiera que ha estado en combate sabe de los nervios previos a la batalla. Esa interminable espera, que desemboca en un choque a vida o muerte, pone siempre a prueba la templanza de los guerreros, sea cual sea el enemigo que se encuentre enfrente. En Ucrania lo saben perfectamente, un año después de un conflicto que, presuntamente, casi nadie esperaba. Una guerra que además se está alargando mucho más allá de lo previsto por los agoreros que acompañan cualquier guerra, según los cuales “la guerra no puede durar”. Más teniendo en cuenta que en este caso se habían producido “las sanciones más duras de la historia” contra Rusia y se daba por hecha la derrota efectiva de Putin desde las primeras semanas del conflicto, gracias a la resistencia del país ucraniano. Todo esto sucedió, no obstante, después de otra serie de pronósticos fallidos, según los cuales Rusia no atacaría y en caso de hacerlo, sería un paseo militar.
Un año completo ha pasado y lo único que ha quedado demostrado es también lo habitual en cualquier tipo de conflicto: que estamos instalados de lleno en la propaganda bélica y que no está nada claro cómo vamos a salir de la guerra. Según algunos no tenemos de qué preocuparnos, porque el final de la guerra es una cuestión prácticamente administrativa, dado el agotamiento económico y militar de Rusia, y los rusos ya están que no pueden más. Pero otros alertaron hace algunas semanas de que vienen meses difíciles, con una gran ofensiva en ciernes, que está haciendo reclamar a los ucranianos tanta ayuda militar y tan rápidamente como sea posible. Seguramente, también, porque la moral y las fuerzas de los ucranianos están como están. Y también hay voces que apuntan que Putin está dispuesto a todo con tal de alzarse con una victoria o una paz ventajosa. Sigue leyendo