90 años después, ¡Viva la República!

Juanjo Cáceres

90 años después de la proclamación de la Segunda República disponemos de suficientes estudios y suficiente perspectiva histórica para reconocer el periodo republicano de la década de 1930 como lo que fue: la primera experiencia plenamente democrática en la historia de España. Creo que en muchos países ello podría ser suficiente para convertir el 14 de abril en una festividad nacional, como lo es, por ejemplo, en España, el 6 de diciembre por motivos similares. No obstante, es evidente que las visiones sobre lo que este periodo representó para el país son todavía dispares y objeto de confrontación política, a causa del conflicto bélico en que desembocó con motivo del golpe militar de 1936 y todo lo que vino después.

Pero en pleno 2021 y viviendo en una democracia madura, tendríamos que ser capaces de poner esta experiencia profundamente democrática en el lugar que le corresponde, más allá de sensibilidades e ideologías, por sus indiscutibles hitos. La República introdujo por primera vez en España un sistema político sometido a sufragio universal, que dio forma a un Parlamento donde estaban representadas todas las opciones políticas y que desarrollaba todas las estructuras necesarias para una separación efectiva de poderes, estableciendo incluso un Tribunal de Garantías Constitucionales.

También todos los grandes grupos sociales pudieron ejercer por primera vez sus derechos políticos con plenitud. El carácter fuertemente inclusivo de la Constitución republicana hizo posible el surgimiento de sujetos políticos que hasta entonces carecían de representación real: la mujer, que por primera vez adquirió el derecho al sufragio activo y al sufragio pasivo; los trabajadores, no solo porque la Constitución de 1931 definía España como «una República democrática de trabajadores de toda clase», sino también porque, con anterioridad, el sufragio universal masculino se había caracterizado por excluir y desnaturalizar la participación de las clases populares; y también las regiones, que por primera vez vieron realmente reconocida su singularidad y personalidad política y el derecho a desarrollar estatutos de autonomía.

Que la República disponía de las características propias de una democracia moderna y que, tanto en su estructura como en los derechos que otorgaba, era más avanzada que sus homólogas de otros países occidentales, resulta poco discutible. Que su funcionamiento, hasta el golpe militar, fue correcto, también: el Gobierno estaba sometido a control parlamentario, la división de poderes era real, las elecciones se realizaban en forma y plazo legal y los comicios servían para sustituir unos gobiernos por otros de signo ideológico completamente distinto, lo cual es un signo inequívoco de calidad democrática.

No cabe duda que los grandes avances que introdujo la Constitución de 1931 fueron fruto de la sintonía entre socialistas y republicanos progresistas, pero muchos de ellos expresaban las aspiraciones de sectores mucho más amplios de la sociedad. Esa Constitución aprobada sin votos en contra en las Cortes era fuertemente transformadora en aspectos esenciales del Estado. Entre otros avances, reconocía la igualdad jurídica de hombres y mujeres, garantizaba todos los derechos civiles y políticos, la libertad de conciencia, el derecho al divorcio y una gran diversidad de derechos económicos y sociales (libre sindicación, derecho al trabajo, etc.), sin menoscabar el derecho a la propiedad -aunque sometido a la primacía de la función social- o otros derechos ya reconocidos en constituciones previas.

En el ámbito más político, la voluntad que las fuerzas progresistas tuvieron en este periodo de transformar rápidamente todo tipo de estructuras, de impulsar el laicismo, de modernizar la economía, de acometer proyectos como la secularización de la enseñanza y la alfabetización de la población o de democratizar las instituciones, chocó con los intereses de grupos socialmente privilegiados por el régimen anterior. Ello propiciaría que la vida política quedase profundamente marcada por una fuerte conflictividad social y una elevada hostilidad entre partidos, incluso del mismo eje ideológico, que se iría elevando con el paso del tiempo y dejando paso a diferentes episodios insurreccionales, que culminarían en el golpe del 18 de julio.

Esa evolución en el plano político es lo que tradicionalmente se ha argüido tanto para cuestionar el legado de la Segunda República, como para legitimar el régimen totalitario posterior e incluso para defender la idoneidad del régimen de monarquía constitucional respecto al republicano. Y si bien es cierto que existían una diversidad de dinámicas y de fracturas políticas y sociales que ya ponían en serias dificultades la consolidación de la democracia republicana antes de que se produjese el golpe militar, igualmente lo es que ese periodo del siglo XX vivió en todas partes el ascenso del fascismo y que también fue un periodo de caída de diversos regímenes democráticos en Europa por razones internas (Italia, Portugal, Austria, Alemania) y de injerencia externa (Checoslovaquia, Noruega, Bélgica, Francia, etc).

Por lo tanto, la inestabilidad no fue una singularidad hispánica y no debería usarse para menoscabar ó ignorar el proceso de democratización que vivimos en nuestro país durante ese periodo. Como en la mayoría de países europeos durante esos años, esta etapa democrática quedó interrumpida por un conflicto bélico, como en nuestro país sería la Guerra Civil. En algunos casos, la democracia volvería después de 1945; en otros, tras la caída del muro de Berlín. En la Península Ibérica no se recuperaría hasta la Revolución de los Claveles en Portugal o hasta el avance de ese periodo que denominamos Transición en España.

Personalmente creo que la historia y las políticas de memoria deben prestar mucha atención a los procesos de construcción y consolidación de los sistemas democráticos. No deben ignorar que tanto sus avances como sus fracasos, son muchas veces fruto de conflictos, de luchas o incluso de guerras. También deben concienciar de su fragilidad -porque no son un modelo natural de organización de la sociedad sino fruto de un aprendizaje de cómo convivir más o menos armónicamente. Asimismo, deben otorgar a cada experiencia democrática la importancia que tiene, más allá de cual haya sido su desenlace.

Sin duda un conocimiento profundo del periodo de la Segunda República, nos puede ayudar mucho a comprender mejor tanto la naturaleza como los rasgos de la democracia que disfrutamos actualmente, pero para ello hay un paso previo que ya citaba al principio: reconocer de forma efectiva a la Segunda República como la primera experiencia democrática plena de la historia de España y por lo tanto la única anterior a la inaugurada en 1977. Porque más allá de ideologías, visiones maniqueas y de los innegables traumas que la Guerra Civil y el Franquismo dejaron, lo fue.

4 comentarios en “90 años después, ¡Viva la República!

  1. Sin duda lo fue. Hubo muchos logros, muchos citados por el articulista, pero a mí el que más me impresiona es el avance brutal en educación, en muy poquito tiempo.
    Supongo que el principal problema por el que la derecha reniega de la República es que la identifica, la identificamos todos, con el Frente Popular del 36. La izquierda lo hace, lo hacemos, y la derecha también, con excepción de aquellas palabras de Ansar sobre Azaña. Pero como dictamina el articulista, es un error.
    En cuanto al artículo en sí, echo en falta una cierta crítica también para con la violencia de izquierda. La república no solo coexistió con el nacimiento del fascismo: también con las consecuencias del triunfo de la revolución bolchevique. Yo no he equiparado jamás las dos cosas aunque solo sea porque los objetivos de aquél y ésta eran bien distintos. Pero los métodos no tanto y la izquierda también utilizó la violencia: la revolución de Asturias no estaba circunscrita geográficamente, simplemente en el resto no arraigó.
    La república funcionó bien, muy bien, como sistema político pero no consiguió domeñar las dinámicas violentas que enfrentaban a los poderosos contra los que querían parte de sus privilegios. Más o menos lo que pasó en muchas otras partes: Hitler no habría llegado nunca a la cancillería si los comunistas no hubieran organizado muchas broncas violentas en la calle.
    Dicho lo cual, ¡Viva la República del 14 de abril sin dudar!

  2. » ……… Sí hay una preocupante similitud con la República: la incompatibilidad CEDA-PSOE ha resucitado –aunque con mucha menor intensidad- entre el PP que nace con Aznar y el PSOE post Felipe. ….. «

  3. Ejem…tan sólo decirles que los valores republicanos del Rey Felipe VI …o mejor dicho El Rey Felipe VI es mas republicano que los 2 millones de independentistas que fueron a votar el referéndum del 1 de Oct .

    El mejor residente de una republica es el Rey….JAJAJA ..que nervios.

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