Juanjo Cáceres
Estas podrían ser mis últimas palabras. Pero también podrían no serlo. De hecho, no lo son, pero si lo fueran, tampoco tendría nada de particular. Sería una auténtica obviedad, porque así ha sido siempre. Es la condición vital del ser humano: estar sujeto a la incertidumbre, si bien obramos y pensamos buscando certezas que atenúen el estrés que ese futuro siempre difícil de prever nos produce.
También nos estresa todo aquello que sí somos capaces de anticipar. Sabemos, por ejemplo, que en un momento determinado del futuro ya no existiremos. Sabemos que ese momento estará más o menos cerca en función de la edad, el estado de salud y los estilos de vida que llevemos. Y no solamente: también podemos caer siendo víctimas de la acción de otros. ¿Cómo no va a estresarnos toda esa incertidumbre?
Llevar una vida activa no solamente alarga la vida, sino que reduce el estrés existencial. Esa actividad puede ser física, pero también intelectual. Puede realizarse en un gimnasio, pero también en el aula, en el trabajo, en el barrio, en casa o en territorios que uno desconoce y que se propone descubrir activamente. La diferencia entre una vida activa y una que no lo es, es enorme, por lo que es importante aprovechar al máximo los momentos en que existe una buena armonía entre lo que uno desea hacer y lo que está haciendo, porque no siempre estamos en esa situación. Aun con más razón cuando aquello que se hace aporta beneficios que van más allá de uno mismo.
Hay cosas que debemos reproducir todos colectivamente de la misma manera, como llevar la mascarilla o echar la basura en el contenedor adecuado, pero después hay otras en las que lo fundamental es que cada individuo se exprese a su modo desde donde se encuentra, porque eso es justamente lo que suma y agrega valor. Aquello que cada uno podemos aportar desde nuestra singularidad, sobre todo si redunda en beneficio de terceros, es lo más preciado que tenemos para nosotros mismos y para todos los demás.
La vida, no obstante, es disruptiva. Se compone de etapas diversas que van cobrando forma y en las que no siempre tenemos las mismas oportunidades de situarnos en un estado virtuoso de actividad. Cuando falta lo esencial para sobrevivir, cuando surgen los problemas personales, cuando falta algún elemento clave para llevar una vida productiva y feliz, poco más se puede hacer salvo intentar aguantar y sobrevivir. Precisamente por eso es importante sacar el máximo partido de las oportunidades en que sucede justamente lo contrario y no dejarlas escapar.
Si uno sabe que en un determinado momento está activo y vivo. Si uno sabe que su actividad es buena para él y para los demás. Si uno es consciente de todo ello, el ruido y la furia no deben imponerse a la verdad de lo que uno es y hace en ese momento. Solo cuando una etapa termina realmente llega el momento de pasar a otra cosa, no antes, porque tampoco nada dura, ni debe durar eternamente. Pero esa es una decisión que no debemos dejar que nos sustraigan.
Además, los finales siempre son mejores si los escribe uno mismo.
Curioso artículo, que admite varias lecturas, incluida la de carta de despedida de un suicida si no fuera porque aclara bien al principio que de ello no se trata. Completamente de acuerdo con la conveniencia de tratar de explotar al máximo los momentos de felicidad, plenitud, disfrute, etc, porque son finitos y a veces, escasos. Y me encanta la noción de que cuando las cosas no solo son beneficiosas para uno mismo sino también para los que nos rodean, tienen mucho más valor y se disfrutan más. Completamente de acuerdo.
Bueno…Ejem…escribiré algo por si las moscas.
Algo….jeje.