Ansiedad adolescente, la otra pandemia

Alfonso Salmerón

La semana pasada, el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona daba a conocer en su informe Faros que los pacientes adolescentes atendidos en sus consultas de Urgencias se habían incrementado un 47 % en el último año. Este dato está en línea con informes similares que se han publicado estos meses en otros lugares del país y que han recogido y denunciado los colegios de psicólogos y asociaciones de terapeutas de todas las comunidades autónomas.

Este hecho tiene una derivada nada desdeñable que no es otra que el colapso de nuestro sistema público de salud mental español, como dijo recientemente en el Congreso el diputado Íñigo Errejón. Mientras sigue creciendo el número de las demandas, especialmente entre los jóvenes y adolescentes, pero también entre la población adulta, y se dispara el índice de suicidios, la respuesta de las administraciones públicas en lo que a movilización de recursos se refiere sigue siendo inexistente. España está a la cola de Europa en atención pública de Salud mental y es uno de los primeros países del mundo en consumo de ansiolíticos y antidepresivos.

La COVID 19 no ha hecho más que aflorar lo que era ya un carencia estructural de la sanidad pública española, denunciada ampliamente por las asociaciones de profesionales y de pacientes. Dicho esto, y con la esperanza de que esta situación limite haya servido al menos para poner definitivamente esta cuestión en la agenda política, quisiera poner el acento de este artículo en lo que considero que es la raíz del problema. Esto es, las causas estructurales de los llamados trastornos de ansiedad, la otra pandemia de nuestro tiempo.

Si usted acude a su médico de familia con algunos de los siguientes síntomas – taquicardias, insomnio, opresión en el pecho, sensación de ahogo, desarreglos intestinales, alteraciones del estado de ánimo con acceso de llanto, falta de apetito o irritabilidad, entre otros – lo más probable es que salga de la consulta con un diagnóstico de trastorno ansioso depresivo más o menos grave, dependiendo del grado en el que su afectación afecta a la funcionalidad de su vida cotidiana y una receta con el nombre de alguno de los medicamentos más comunes de la familia de las benzodiazepinas. En el mejor de los casos, aunque poco probable, saldrá de allí con la derivación a un especialista en salud mental.

Tengo ansiedad, y ahora qué, se preguntará, ¿qué narices es la ansiedad? ¿Qué es lo que me la ha provocado? ¿Cómo puedo salir de esta? Y sobretodo, ¿cómo puedo evitar que esto vuelve a sucederme? Una crisis de ansiedad es una de las vivencias más desestructurantes que una persona puede padecer. Es una vivencia cercana a una pérdida de control de la situación tan radical que hace temer a quien la padece por su propia salud, e incluso por su propia vida. Es un momento de ruptura radical. Una respuesta fisiológica a una experiencia que la mente no ha podido procesar.

El tratamiento psicofarmacológico puede ayudar a estabilizar esa sensación de control y, sobre todo, a que la persona pueda restablecer unos hábitos saludables mínimos en su día, volver a dormir y comer con regularidad, evitar los pensamientos en bucle propiciados por la segregación excesiva y constante de cortisol. Puede ser necesario en muchos casos, sobre todo en aquellos en los que la ansiedad ha deteriorado seriamente la funcionalidad ordinaria del paciente. En la mayoría de los casos, es efectivo para conseguir el alivio sintomático.

Sin embargo, solamente el tratamiento psicoterapéutico permite abordar las razones subyacentes y desentrañar el entramado de pensamientos, emociones y conductas que han configurado un modus operandi de la persona en la relación consigo mismo y con los demás. Solamente la terapia permite al paciente enfrentarse cara a cara a sus miedos y solamente a través del establecimiento de una relación de confianza con el terapeuta se pueden explorar nuevos caminos que conduzcan a la cura, y le restablezcan al paciente el control sobre sí mismo. Créanme, no es un proceso tan difícil, pero sí muy complejo, y sobre todo personal e intransferible que necesita principalmente tiempo, una cosa muy difícil de encontrar en nuestros días. Horas de trabajo y exploración que el sistema público sanitario español no está dispuesto a costear por considerarlo muy caro, aunque en realidad el coste de un tratamiento psicológico, cuantificado en horas de profesional de la salud mental, es infinitamente más barato que el precio de cualquier tratamiento farmacológico.

La COVID 19, como decíamos, ha sido el catalizador de la otra pandemia, la pandemia de la ansiedad, de la que hace tiempo se venía alertando. ¿Por qué ese alud de trastornos de ansiedad?, cabe preguntarse. A los factores desencadenantes propios de esta crisis sanitaria, aislamiento social, crisis económica, duelos no resueltos por el fallecimiento de seres queridos, temor a caer enfermo y otras causas, hay que añadir otra serie de factores de carácter socioeconómicos preexistentes.

En mi opinión la sociedad en la que vivimos es terreno abonando de la ansiedad. La sociedad líquida que tan bien definió Bauman ha instaurado el paradigma de lo efímero llevado a su extremo. Nada es ya sólido, desde la economía a las relaciones personales. La liquidez es la esencia y el fundamento de la sociedad neocapitalista, la condición que atraviesa de arriba abajo al ser humano contemporáneo, Y sobre esa condición se ha ido edificando una cultura de lo fluido, que se amplifica y retroalimenta en los social media. Es la economía del bit y de los big data que construyen imperios tan gigantes como Google o Amazon.

Pero volvamos de nuevo a los trastornos de ansiedad en la adolescencia y juventud. La escucha activa de cientos de testimonios de pacientes jóvenes que consultan por problemas de ansiedad de diversa índole nos lleva a conclusiones meridianas. La más relevante de todas ellas es la enorme dificultad que muestran la mayoría de ellos para identificar y manejar sus propias emociones y, por ende, las del otro. Las dificultades para la comunicación íntima y profunda con su propio self y con el de sus iguales deviene una fuente de continua frustración que los hace caer en un bucle infinito de conflicto, culpa, disociación y soledad para sumirlos en la completa perplejidad que conduce a la experiencia emocional de un insoportable vacío que lo inunda todo.

El sentimiento de vacío es el más repetido por muchos de ellos, cuando se atreven a bucear, llenos de miedo, en su interior. La sociedad de los social media impone una dictadura terrible. Se es en tanto que se muestra, cuanto más mejor, y sobretodo se es, en tanto que se es validado por la aceptación de tus seguidores en forma de likes. Somos más que nunca la mirada del otro, pero con una particularidad, que esa mirada esconde una trampa, al presentarse ésta, a su vez, alienada de la mirada de otros y atravesada por la lanza de la provisionalidad.

No es difícil imaginar lo arduo que puede resultar manejarse en esa dictadura del escaparate virtual de lo uniforme y los estereotipos en un momento vital en el que uno empieza a encontrarse a sí mismo con todas sus particularidades. No debe ser nada fácil manejarse en un entramado de códigos y valores dominados por la necesidad de mostrar y acentuar los aspectos buenos de uno mismo y esconder los malos, según dictan los cánones imprecisos de esa nueva dictadura. Se esconde, se ahoga, se disocia lo que se intuye que no va a ser aceptado por la masa impersonal de followers. Instalados en el día a día, propio de esa etapa, apenas hay lugar para levantar la vista hacia un horizonte de falta de expectativas y proyectos.

Mención aparte merecen los aspectos económicos y laborales, la mitad de la juventud adulta de nuestro país está en desempleo, la otra mitad trabaja en condiciones de precariedad. Como anunciara James Petras hace la friolera de veinticinco años, estamos ante la primera generación de españoles que van a vivir peor que sus padres. La regresión en derechos de un mercado líquido en creciente fragmentación no es el mejor incentivo ni la mejor vacuna contra el virus de la provisionalidad que preside sus vidas.

La pandemia ha supuesto un catalizador de todas esas ansiedades no metabolizadas. De repente, nos confinó a todos, nos condenó a una intimidad para la que muchos de esos jóvenes y adolescentes probablemente no estaban preparados. Han sido muchas horas de convivencia con la familia, el antagonista fundamental de todo adolescente, de encierro en la habitación del uno mismo, y ese contacto tan estrecho, el silencio, la no actividad, les ha ido conectando con ansiedades muy profundas que en muchos casos ha sido el origen de muchos de los síntomas.

Sin embargo y a pesar de todo, hay una oportunidad en todo esto. La ansiedad es la punta del iceberg que hemos ido ignorando durante todo este el tiempo. Muchos de esos jóvenes hoy empiezan a darse cuenta de que si no lo miras, el iceberg de sus problemas no sólo no desaparece si no que acabas chocando con él, y es por ello el momento de ponerse al mando del propio timón y dedicar toda la fuerza de la insurrección al servicio de sí mismos.

4 comentarios en “Ansiedad adolescente, la otra pandemia

  1. Interesante artículo sobre la saluda mental en la juventud y la ansiedad como reflejo de la misma, pero echo en falta a algún comentario sobre como esa ansiedad pueda venir tambien motivada por abuso, por parte de esa juventud, que se agrede a sí misma con el cada vez más creciente consumo de sustancias que terminan provocándoles trastornos psíquicos. El abuso en el consumo de alcohol y drogas es uno de los principales motivos en la creciente ola de requirentes de respuesta a su saluda mental.

  2. Alfonso Guerra habla poco pero suele ser certero. No tengo acceso premium a la noticia periodística, pero me encantaría haber podido leer la entrevista de la que solo accedo a los titulares.

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