Lluis Camprubí
Existe recurrentemente en el debate público la discusión sobre la posibilidad o factibilidad tanto de los proyectos generales como de las principales propuestas políticas, especialmente las más transformadoras y progresistas. El reflejo automático en forma de sesgo en función de nuestra proximidad a quién la propone acostumbra a ser determinante, predisponiendo hacia la consideración de viabilidad o imposibilidad según afinidad. Muchas veces sin llegar a entrar a valorar los aspectos centrales de la propuesta o proyecto y la correlación de fuerzas que la puede permitir. En otras ocasiones se abren combates estériles e interminables ente voluntaristas y cínicos. En esta columna me gustaría plantear la cuestión de forma más general, es decir, sobre la factibilidad de las alternativas. Ya avanzo que mi opinión –cómo sugiere el título- es que por distintos factores y condicionantes estamos inmersos en un estrechamiento específico de alternativas, y que éste debería tenerse especialmente presente cuándo se formulan las propuestas.
En el ámbito de las Relaciones Internacionales, hay equipos de investigación que usan configuraciones triángulo para explicar la posibilidad de los cambios o adaptaciones. En ellas sitúan la necesidad que tres dimensiones (los tres vértices) estén lo más alineados posibles para que ese cambio o transición se produzca: la dimensión de las ideas; la del poder; y la de la configuración institucional. Pensar en poder-ideas-instituciones es pues una buena aproximación. Saber en concreto si se alinean las tres dimensiones (o algunas de ellas, ni que sea parcialmente) nos puede ser útil para valorar el estrechamiento de una alternativa o de las alternativas en general. Sin embargo, para abordarlo desde el punto de vista de la acción política que tenemos al alcance y con una perspectiva de izquierdas puede ser más útil pensar el estrechamiento de alternativas en base a tres componentes: uno real, otro aparente y otro auto-inducido. Así que si quiere superarse este estrechamiento, parece lógico que habrá que pensarlos separadamente y no dar la misma respuesta a expresiones de cada uno de los tres componentes.
Hay un componente real. O si se quiere estructural e institucional. Aquí -sin voluntad de ser exhaustivos- entran factores cómo el poder duro y concentrado de la oligarquía, o la relativa debilidad organizativa de los movimientos colectivos progresistas. Y también el disloque de las áreas de soberanía política. Es decir dispositivos políticos legitimados democráticamente a escala y tamaño del estado-nación que son incapaces de dar respuesta a los retos que tienen un tamaño geográfico superior, como domesticar la movilidad de capitales a escala planetaria, o construir en el caso de la eurozona –al menos hasta ahora- una hacienda común superponible al área monetaria. Frente a este componente parece claro que se requiere de ingente trabajo político organizado, y que las apelaciones voluntaristas tipo “todo es posible” poco recorrido tienen aquí.
Un segundo componente es aparente. Es decir, que realmente parece que no es posible. La apabullante hegemonía neoliberal (en el sentido de vector de dirección intelectual y ética) funciona incluso haciendo que sea complicado pensar e imaginar las alternativas. Frente a esta constricción, sí que vale la pena dar la batalla de las ideas para que el TINA (“there is no alternative”) no se comporte como profecía auto-cumplida. Es decir, discutir la viabilidad de propuestas y su ruta de implementación, aprender de experiencias hermanas. Que el “sí se puede” confronte el nihilismo TINA para desplazar un poco el horizonte de lo que parece posible.
Y un tercer componente es el auto-inducido. Aquí podríamos situar aquellas decisiones autónomas de organizaciones colectivas que acaban implicando que alternativas en clave progresista sean aún más difíciles de lograr. En la anterior columna en Debate Callejero argumentaba sobre la necesidad que a escala europea la Gran Coalición no sea la opción “por defecto”, la más fácil y posible. Y como las distintas izquierdas tienen distintas responsabilidades sobre su estabilidad y permanencia. En ese texto desarrollaba cómo la gobernanza basada en un diseño Gran Coalición, sea a escala europea o estatal, es la configuración óptima para inviabilizar alternativas de izquierdas. De poca utilidad para este componente son pues las narrativas macro-estructurales que no tengan en cuenta lo que las distintas izquierdas puedan hacer o deshacer al respecto.
Y sin embargo, una vez superada la pulsión del “todo lo podemos”, podríamos pendularmente cometer el error adanista de pensar que somos los primeros en vernos sometidos a un estrechamiento de alternativas. Es seguro que cada momento histórico ha tenido sus constreñimientos. Y sus voluntaristas y sus deterministas. Lo relevante es entender la especificidad de los actuales. En contexto guerra fría, por ejemplo, había unos limitantes clarísimos, a veces invisibles, a veces explícitos y duros sobre dónde estaban los límites de lo posible (en aquel contexto quizás el dominante eran los límites de lo aceptable/tolerable para el poder efectivo, siendo no tan dominantes los otros componentes del estrechamiento como son capacidad organizativa, diseño de alternativas, ubicación en el triángulo-trilema de Rodrik,…).
Mi hipótesis es que lo que hace específico la realidad actual para plantear alternativas progresistas es la interacción de tres factores: Hay una pre-condición necesaria que no hemos superado (el disloque del área democrática y el área económica, monetaria y de circulación de capitales); hay una acumulación y concentración -sin equivalente reciente- de poder económico y político de la oligarquía; y además se ha truncado la perspectiva de mejora continua, irreversible, gradual y progresiva en nuestro entorno geopolítico hacia cotas mayores de igualdad, libertad y bienestar. El colapso de la idea de la totalpotencia de la democracia representativa estatal, la pérdida de fuerza y de poder relativo de los sectores subalternos y el retroceso en esa línea de progreso histórico que se imaginaba de único sentido es quizás lo que hace que el actual estrechamiento presente dificultades añadidas para superar. Para ello un primer paso puede ser entender bien en cada situación de que componente del estrechamiento estamos hablando.
Entiendo que su artículo condena el populismo por la imposibilidad que tenemos algunos para aproximarnos de manera espontánea al significado más general de su artículo y mucho menos ubicarnos sin rigidez sobrevenida de los esternocleidomastoideos en el triángulo-trilema de Rodrik.
Solo pensar que podría pendularmente cometer un solo error adanista al pensar que soy el primero en verme sometido a un estrechamiento de alternativas ( como así parece ) me produce un sudor frío porque no acierto con el componente del estrechamiento en esta situación histórica.
En todo caso trataré de afrontar el colapso de la totalpotencia de la democracia representativa con entereza .
Excelente, de nuevo, Zarzales en su réplica a Sánchez Cuenca:
http://blogs.elconfidencial.com/espana/notebook/2016-05-17/sobre-una-invitacion_1200996/