Aitor Riveiro
Tres atentados en una semana, una vÃctima mortal y otra que no lo fue por azares del destino. Tras meses y meses de acoso policial, detenciones en ‘prime time’ retransmitidas en directo por Televisión Española y de oÃr, de boca de casi todos, que ETA estaba terminada, finiquitada, dividida y destinada al ostracismo, los españoles volvemos a darnos de bruces con la cruda realidad.
No han pasado tres meses desde que el Gobierno diera por desarticulado el comando Vizcaya y los malos han vuelto a asesinar. Es cierto que ya lo hicieron antes de una manera similar (el guardia civil Juan Manuel Piñuel murió vÃctima de otro coche bomba en mayo) pero la realidad es que preparar tres coches bomba en Francia, cargarlos con 300 kilogramos de explosivos, introducirlos en España y hacerlos estallar con pocos dÃas de diferencia en lugares distantes es digno de una infraestructura, cuando menos, bien pertrechada.
Ya hemos escuchado los mensajes de repulsa de todas las instituciones españolas y la condolencia de los paÃses amigos. Ya hemos echado la culpa a Ibarretxe por activa, pasiva y perifrástica. Ya hemos dicho que es un mensaje en clave interna para amedrentar a los suyos. Ya hemos dicho que su único destino es la cárcel.
Todo eso está muy bien, forma parte del guión. Pero, una vez más, nos tenemos que preguntar… ¿y, ahora, qué?
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