El desasosiego moral (3): ¿Sic semper tyrannis?*

Permafrost

Sadam Husein fue ejecutado el 30 de diciembre de 2006, tras un proceso en el que se juzgó su culpabilidad por diversas matanzas organizadas durante su mandato. Tenían dónde elegir. Que Sadam había cometido actos genocidas contra su propio pueblo, algo innegable, es una circunstancia que, desde los cuarteles de la claridad moral, se ha esgrimido con cierta frecuencia tanto para justificar la invasión de Irak como para afear la conducta de quienes se han opuesto a ésta y sus derivados:

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El desasosiego moral (2). Algunos apuntes deslavazados sobre Irak

 Permafrost

Sentirse moralmente desasosegado es casi como sentirse desaseado, con un tizne pegajoso que no quita ni el jabón lagarto de la abuela. Por tanto, dispuesto a desembarazarme de semejante incordio, he adquirido el kit de claridad moral neocon y me he abalanzado sobre el manual de instrucciones, deseoso de hallar solución para mis cuitas. Dicho manual de instrucciones, no obstante, pese a prometer una aplicabilidad universal del producto, sigue, ay, sin aclararme algunas dudas. Por estas fechas, en que se celebra (es un decir) el cuarto aniversario de la debacle iraquí, no puedo evitar rumiar el mismo desconcierto que me embarga desde hace tiempo.

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Sin PRISA pero sin pausa

Permafrost 

No hay manera. Cuando me dispongo a reanudar mi impúdica perorata sobre el desasosiego moral, mi detector de emergencias espurias comienza a agitarse enardecidamente, como el espíritu patrio en una concentración de Basta Ya. Por lo visto, anda la parroquia muy alborotada porque, según parece, Don Polancone ha mirado mal a la PePa, y la PePa, muy digna ella, lo ha mandado a paseo. Se veía venir. El año pasado, la PePa anunció “la ruptura de toda relación��? con el Gobierno. Sólo era cuestión de tiempo que hiciera lo propio con la otra mitad del PRISOE.

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Navarra me la robaron anoche mientras dormía

 Permafrost

Este fin de semana han tenido lugar dos manifestaciones con objetos muy diversos: una para insistir en que “Navarra no es negociable��? (sea esto lo que sea) y otra en repulsa por la guerra de Irak. Aunque mi intención dentro de mi proyectada serie sobre el desasosiego moral era detenerme en la cuestión de la guerra que acaba de cumplir su cuarto aniversario, creo que el asunto de Navarra merece una momentánea digresión. No puedo evitarlo, mi vocación de notario de la patraña me impele a ello. En la película “Luz de Invierno��? (también conocida como “Los comulgantes��?), de Ingmar Bergman, un pescador de un solitario y grisáceo pueblo nórdico se obsesiona por los supuestos planes atómicos de la China comunista. A miles de kilómetros de dicho país, rodeado de nieve y en la crudeza del invierno norteño, su ansiedad por el imaginado peligro chino es tal, que acaba quitándose la vida. Como ese pescador en un pueblo perdido de escandinavia, la derecha española lleva mucho tiempo agitada e inquieta por gigantes quijotescos que pueblan su fértil imaginario de la amenaza rojiprogre.

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El desasosiego moral (1): el descubrimiento de los valores

Permafrost

Tom Engelhardt, un lúcido comentarista estadounidense al que sigo la pista desde hace tiempo, escribió en junio de 2005 un artículo cuyas primeras líneas resultan muy pertientes para mi texto de hoy: “Desde hace al menos 30 años, la derecha ha luchado, el Partido Republicano ha hecho campaña y, más recientemente, la Administración Bush ha proclamado su victoria frente al ‘relativismo moral’ de los liberales��?. Parece que la globalización también afecta al argumentario de la lucha partidista hispánica. La frecuencia con que, en la presente legislatura, la derecha española ha venido denunciando la falta de valores, el relativismo o el nihilismo de la izquierda, en general, y de Zapatero, en particular, resulta desconcertante.

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De Moa, ni Pío

Permafrost

“La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Esta frase, que Antonio Machado pone en boca de Juan de Mairena, suele aducirse frente a los argumentos ad hominem, es decir, aquellos que rehúyen la discusión sobre los méritos o deméritos propios del mensaje aludiendo a las características personales del mensajero. Una idea semejante, pero con otros términos, es la que invoca Stanley G. Payne en apoyo de la producción revisionista de Pío Moa: “Quienes discrepen de Moa necesitan enfrentarse a su obra seriamente y demostrar su desacuerdo en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales en vez de dedicarse a eliminar su obra por medio de censura de silencio o de diatribas denunciatorias más propias de la Italia fascista o la Unión Soviética que de la España democrática». ¿A qué debemos enfrentarnos seriamente?

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La tesis de la provocación

Permafrost

La atribución causal es un juego curiosamente sencillo y asimétrico: yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así; tú, en cambio, te portas mal porque eres malo. Es decir, mi posible conducta deleznable (y, por extensión, la de los «nuestros»), obedece a constreñimientos externos, a las circunstancias y presiones de la situación, mientras que la deplorable conducta de mi oponente (los «otros») deriva de su inherente disposición malvada. Cabe adivinar cuán fácilmente un sesgo tan básico puede contribuir a exacerbar conflictos políticos. Las justificaciones del mal necesario o, como mínimo, del mal tal vez incluso lamentable pero, en cualquier caso, excusable y comprensible, suelen apoyarse también en este fenómeno. De hecho, parece bastante obvia la relación con uno de los mecanismos de desconexión moral (moral disengagement) descritos por Albert Bandura al estudiar la manera en que las personas racionalizan actos que a priori podrían parecer reprobables, mediante lo que él denomina «comparaciones ventajosas» frente a amenazas reales o anticipadas. El senador estadounidense John McCain ofreció un excelente ejemplo de comparación ventajosa en la convención republicana del 30 de agosto de 2004, refiriéndose a la invasión de Irak: «Nuestra elección no era entre un statu quo benigno y el derramamiento de sangre que supone una guerra. Era entre una guerra y una amenaza aún más grave».

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El final está cerca

Permafrost

Mi artículo de hoy tiene algo de ligera catilinaria, aunque no es difícil generalizar su idea subyacente. Digo lo primero porque tomo como caso de estudio a una de las figurillas que revolotean en el santoral patrio de la carcunda carpetovetónica, y lo segundo porque tal personaje no es objeto de mi atención por especial merecimiento, sino como mera ilustración de una categoría harto frecuente en los mentideros (nunca mejor dicho) de nuestro desolador panorama mediático. El sujeto de mi malsana curiosidad no es otro que Ignacio Villa, director de los servicios informativos (?) de la cadena COPE. Pero, para no enajenarme inmediatamente a quienes, con buen criterio, recelan de los personalismos, ofreceré primero la reflexión general. El resto será un aditamento para quienes compartan mi morboso interés por la documentación de necedades. Lo que distingue al sectario partidista del común de los mortales no es que aquél presente características de las que éste carece, sino que las manifieste en extremos patológicos.

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La cobarde autocomplacencia

Permafrost

En un par de días comienzan las sesiones del juicio por los terribles atentados del 11-M. Lo que debería haber sido un proceso de instrucción acompañado del comprensible interés generado por la magnitud de la tragedia, pero dentro de los cauces habituales de la actuación judicial y policial, lleva años convertido en un vergonzoso circo político-mediático. No voy a distraer a nadie con pretensiones de equidistancia. Creo que los responsables de este envenenamiento medioambiental son los que (con justicia) reciben la denominación de “conspiracionistas��?. La COPE, Libertad Digital, El Mundo y otros medios allegados, junto con la inestimable aportación de unas cuantas figuras del PP (Jaime Ignacio del Burgo, en particular), han contribuido decisivamente a tejer un proceloso mar de mentiras, medias verdades, tergiversaciones, manipulaciones, insinuaciones e insidias calumniosas que suponen un insulto a la inteligencia y un flaco favor al bienestar de la convivencia democrática. Pero los aludidos, lógicamente, no lo ven así.

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