A punto de anunciarse el nuevo gobierno en Euskadi , fruto del famoso » acuerdo entre diferentes » ( ¿ en qué? ) , cobra un sentido notarial el artículo del siempre interesante J.M.Soroa.
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La brecha
( EL CORREO 20.11.16 )
El impacto provocado en la opinión pública por la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses ha hecho que se revisen una y otra vez, de manera casi histérica, las estridentes características de su discurso electoral, así como la incógnita que representa su futuro desempeño. Bien está. Pero una vez pasado ese primer impacto, quizás convenga reflexionar también sobre algo que parece estar en la base de esa victoria: en concreto, la circunstancia de que las elecciones, más que ganarlas Trump, las ha perdido Clinton. Y las ha perdido, precisamente, en tanto en cuanto representaba a la perfección la oferta de la elite política tradicional, y ante un outsider que se afirmaba sobre todo como debelador de la política convencional, de ese tipo de política que han hecho en el Occidente democrático los partidos desde la Segunda Guerra Mundial. El populista Trump se ha colado exitosamente en el gobierno no tanto por mérito propio cuanto porque había una brecha enorme por donde hacerlo, una brecha de lejanía entre la ciudadanía y las elites políticas que ha ido creciendo en las democracias occidentales desde más o menos 1989, por mucho que sólo ahora la veamos.
Vienen al caso, inevitablemente, las interesantes (aunque discutibles) reflexiones del politólogo irlandés Peter Mair en su obra póstuma ‘Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental’ recientemente publicada, porque analizó precisamente ese distanciamiento progresivo entre la ciudadanía y las elites convencionales (los partidos políticos), y predijo que por ese espacio se introduciría el populismo, como ha sucedido. Y es que, como escribió proféticamente, «por primera vez desde la Segunda Guerra mundial la clase política como un todo ha sido puesta en entredicho».
El fenómeno lo enmarca Mair dentro del más amplio de lo que llama «despolitización de la democracia»: despolitización en el sentido de que la toma de decisiones ha ido derivando en ella desde los gobiernos electos hasta las instituciones contramayoritarias de todo tipo, a los jueces, y en el viejo continente a ese constructo deliberadamente apolítico que es la Unión Europea. En otros términos, las democracias han acentuado la importancia de su polo constitucional o madisoniano en detrimento de su polo popular o mayoritario. Con lo cual, el ciudadano no se siente ya semisoberano, sino directamente no-soberano. Este cambio ha repercutido tanto sobre la ciudadanía como sobre los partidos políticos y éste es precisamente el núcleo de las conclusiones de Mair: que a lo que asistimos hoy no es a un único proceso de alejamiento de los ciudadanos de la política convencional, sino a uno bidireccional en el que son también los partidos los que se alejan de la política. De manera que ambos polos refuerzan recíprocamente su extrañamiento. Los ciudadanos son cada vez más indiferentes ante el mundo político, al que perciben como irrelevante para la toma de unas decisiones que siempre parecen venir de otro lugar. Y los políticos convencionales, a pesar de sus quejas y su retórica, se han adaptando a la despolitización de las democracias haciéndose cada vez más órganos del Estado y menos de la sociedad, y potenciando al máximo la única función relevante que les queda, la función clientelar de ocupar puestos institucionales. Con lo que de nuevo incentivan el rechazo.
Los partidos políticos pudieron funcionar adecuadamente cuando existía una sociedad estructurada fundamentalmente en el eje derecha/izquierda, lo cual creaba unas comunidades políticas cerradas con una identidad fuerte a la que atendían aquellos. Pero la sociedad y su voto se ha desestructurado en la complejidad actual y el voto se ha vuelto volátil y desligado de identidades estables. Reactivamente, los partidos políticos han intentado adaptarse al cambio (‘partidos atrapalotodo’), pero en ese empeño han acabado por convertirse en organizaciones orientadas sólo a ocupar el gobierno y los cargos públicos (‘partidos cártel’). Los partidos actuales o están en el gobierno o están esperando a gobernar, no cabe ya el partido que se plantea su tarea como oposición a largo plazo.
Mientras los ciudadanos en retirada con frecuencia son empujados hacia un mundo más privatizado o individualizado, las élites políticas en retirada se repliegan a un mundo oficial: el mundo de los cargos públicos. Las elites tienden a refugiarse en las instituciones como defensa ante las incertidumbres del mercado electoral, cuyas opciones se han vuelto cada vez más contingentes, accidentales o incluso fortuitas. Las subvenciones del Estado compensan la incapacidad de los partidos políticos para obtener suficientes recursos de la sociedad, y la seguridad de un papel institucional es una suficiente recompensa para ellas.
«La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permanecen, hasta tal punto se han desconectado de la sociedad y tan empeñados están en una clase de competición carente de significado, que ya no parecen capaces de ser el soporte de la democracia». Ha terminado una fase de lo que hemos conocido como gobierno democrático, sin que sepamos muy bien lo que viene después. Mair no da recetas para el «arreglo» del roto, probablemente porque no cree que existan. La política misma no es ya lo que era.
De momento, lo que parece que tenemos es un nuevo sistema de partidos: un grupo de ellos más o menos articulado se presentan como el núcleo estable del sistema y ofrecen al electorado una opción de gobierno, pero de un gobierno débil y funcionalmente muy limitado. Un segundo grupo se apropia de la idea fuerte de representación popular y formula con ella la nueva oposición, de marcada retórica populista, una oposición semiresponsable o irresponsable que se dedica a pujar por encima de lo posible. Si llega a gobernar, tiene acusados problemas para compatibilizar el énfasis de su discurso con la realidad y genera más decepción. En todo caso, desestabiliza al sistema político en su conjunto. Y en eso estamos. Feliz quien sepa a dónde vamos.
Lo interesante de este articulo son los comentarios de los lectores…..ejem….glups!
El gobierno de Rajopiyus RexMex confia en que conseguirá el apoyo del PNV para aprobar los presupuestos.
El PNV y EL PSE llegan a un acuerdo de gobierno de coalicion.
Luego existo….quiero decir que ahora negaran algunos que el PSE del No es No , no les estan sacando las castañas del fuego .
Evitar que el PSOE apruebe los presupuestos de Rajopiyus RexMex.
No se si me explico Mr Mulligan….jeje.
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A punto de anunciarse el nuevo gobierno en Euskadi , fruto del famoso » acuerdo entre diferentes » ( ¿ en qué? ) , cobra un sentido notarial el artículo del siempre interesante J.M.Soroa.
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La brecha
( EL CORREO 20.11.16 )
El impacto provocado en la opinión pública por la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses ha hecho que se revisen una y otra vez, de manera casi histérica, las estridentes características de su discurso electoral, así como la incógnita que representa su futuro desempeño. Bien está. Pero una vez pasado ese primer impacto, quizás convenga reflexionar también sobre algo que parece estar en la base de esa victoria: en concreto, la circunstancia de que las elecciones, más que ganarlas Trump, las ha perdido Clinton. Y las ha perdido, precisamente, en tanto en cuanto representaba a la perfección la oferta de la elite política tradicional, y ante un outsider que se afirmaba sobre todo como debelador de la política convencional, de ese tipo de política que han hecho en el Occidente democrático los partidos desde la Segunda Guerra Mundial. El populista Trump se ha colado exitosamente en el gobierno no tanto por mérito propio cuanto porque había una brecha enorme por donde hacerlo, una brecha de lejanía entre la ciudadanía y las elites políticas que ha ido creciendo en las democracias occidentales desde más o menos 1989, por mucho que sólo ahora la veamos.
Vienen al caso, inevitablemente, las interesantes (aunque discutibles) reflexiones del politólogo irlandés Peter Mair en su obra póstuma ‘Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental’ recientemente publicada, porque analizó precisamente ese distanciamiento progresivo entre la ciudadanía y las elites convencionales (los partidos políticos), y predijo que por ese espacio se introduciría el populismo, como ha sucedido. Y es que, como escribió proféticamente, «por primera vez desde la Segunda Guerra mundial la clase política como un todo ha sido puesta en entredicho».
El fenómeno lo enmarca Mair dentro del más amplio de lo que llama «despolitización de la democracia»: despolitización en el sentido de que la toma de decisiones ha ido derivando en ella desde los gobiernos electos hasta las instituciones contramayoritarias de todo tipo, a los jueces, y en el viejo continente a ese constructo deliberadamente apolítico que es la Unión Europea. En otros términos, las democracias han acentuado la importancia de su polo constitucional o madisoniano en detrimento de su polo popular o mayoritario. Con lo cual, el ciudadano no se siente ya semisoberano, sino directamente no-soberano. Este cambio ha repercutido tanto sobre la ciudadanía como sobre los partidos políticos y éste es precisamente el núcleo de las conclusiones de Mair: que a lo que asistimos hoy no es a un único proceso de alejamiento de los ciudadanos de la política convencional, sino a uno bidireccional en el que son también los partidos los que se alejan de la política. De manera que ambos polos refuerzan recíprocamente su extrañamiento. Los ciudadanos son cada vez más indiferentes ante el mundo político, al que perciben como irrelevante para la toma de unas decisiones que siempre parecen venir de otro lugar. Y los políticos convencionales, a pesar de sus quejas y su retórica, se han adaptando a la despolitización de las democracias haciéndose cada vez más órganos del Estado y menos de la sociedad, y potenciando al máximo la única función relevante que les queda, la función clientelar de ocupar puestos institucionales. Con lo que de nuevo incentivan el rechazo.
Los partidos políticos pudieron funcionar adecuadamente cuando existía una sociedad estructurada fundamentalmente en el eje derecha/izquierda, lo cual creaba unas comunidades políticas cerradas con una identidad fuerte a la que atendían aquellos. Pero la sociedad y su voto se ha desestructurado en la complejidad actual y el voto se ha vuelto volátil y desligado de identidades estables. Reactivamente, los partidos políticos han intentado adaptarse al cambio (‘partidos atrapalotodo’), pero en ese empeño han acabado por convertirse en organizaciones orientadas sólo a ocupar el gobierno y los cargos públicos (‘partidos cártel’). Los partidos actuales o están en el gobierno o están esperando a gobernar, no cabe ya el partido que se plantea su tarea como oposición a largo plazo.
Mientras los ciudadanos en retirada con frecuencia son empujados hacia un mundo más privatizado o individualizado, las élites políticas en retirada se repliegan a un mundo oficial: el mundo de los cargos públicos. Las elites tienden a refugiarse en las instituciones como defensa ante las incertidumbres del mercado electoral, cuyas opciones se han vuelto cada vez más contingentes, accidentales o incluso fortuitas. Las subvenciones del Estado compensan la incapacidad de los partidos políticos para obtener suficientes recursos de la sociedad, y la seguridad de un papel institucional es una suficiente recompensa para ellas.
«La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permanecen, hasta tal punto se han desconectado de la sociedad y tan empeñados están en una clase de competición carente de significado, que ya no parecen capaces de ser el soporte de la democracia». Ha terminado una fase de lo que hemos conocido como gobierno democrático, sin que sepamos muy bien lo que viene después. Mair no da recetas para el «arreglo» del roto, probablemente porque no cree que existan. La política misma no es ya lo que era.
De momento, lo que parece que tenemos es un nuevo sistema de partidos: un grupo de ellos más o menos articulado se presentan como el núcleo estable del sistema y ofrecen al electorado una opción de gobierno, pero de un gobierno débil y funcionalmente muy limitado. Un segundo grupo se apropia de la idea fuerte de representación popular y formula con ella la nueva oposición, de marcada retórica populista, una oposición semiresponsable o irresponsable que se dedica a pujar por encima de lo posible. Si llega a gobernar, tiene acusados problemas para compatibilizar el énfasis de su discurso con la realidad y genera más decepción. En todo caso, desestabiliza al sistema político en su conjunto. Y en eso estamos. Feliz quien sepa a dónde vamos.
http://m.eldiario.es/aragon/politica/PSOE-podemos-volver-equivocar_0_581642766.html
Lo interesante de este articulo son los comentarios de los lectores…..ejem….glups!
El gobierno de Rajopiyus RexMex confia en que conseguirá el apoyo del PNV para aprobar los presupuestos.
El PNV y EL PSE llegan a un acuerdo de gobierno de coalicion.
Luego existo….quiero decir que ahora negaran algunos que el PSE del No es No , no les estan sacando las castañas del fuego .
Evitar que el PSOE apruebe los presupuestos de Rajopiyus RexMex.
No se si me explico Mr Mulligan….jeje.