Impermeables a la realidad. Así nacieron, así sobrevivieron y así confían seguir. Los mantras más habituales se han convertido en verdades incontrovertibles. Seguimos con los 900 heridos por las cargas policiales del primero de octubre, con la descerebrada que contó a propios y extraños cómo le habían roto los dedos uno a uno y manoseado sus senos, mientras ella sigue en paradero desconocido y sin un reproche después de desvelarse la falacia criminal de esta mitómana. ¡Qué importa esto frente a la descomunal represión que supuestamente castiga a los verdugos!
Hemos vuelto a la casilla de salida, o nos han llevado a golpes de silencio a callarnos por el bien de nuestra supervivencia. El diputado de mayor edad y menos cacumen, Tete, el Maragall más aventado de la familia, aprovechando ser el más viejo de la cuadrilla dijo una frase que hasta ahora era patrimonio de Marta Ferrusola pero que se ha convertido en versión adaptada de los chicos bonitos que ya en su día inventaron un nuevo estatuto con la frase, no suficientemente repetida, «esto nunca lo aceptará Madrid». Así fue de la mano de su hermano el olvidadizo y un Carod-Rovira con derecho a pernada gracias a La Caixa, que le concedió cátedra y vejez asegurada. La frase es para el bronce. «Este país siempre será nuestro».
Y tan suyo es que repartieron beneficios durante el oasis, luego en los tripartitos y jugaron al bacarrá social en el Palau. Si hay algún prohombre del catalanismo de alto standing que no figure por acción o complicidad en la estafa social, económica e ideológica de Millet, que levante la mano antes de que la carcoma le provoque la vergüenza que no tienen. Cuentan que el patriota Millet, entre estafa y estafa, reprochaba a los periodistas que narraban lo acaecido en el concierto de Palau, que si veía a alguno sentado mientras se interpretaba la Santa Espina, le reprochaba su falta de sensibilidad y le obligaba a levantarse mientras la sardana no terminaba su recorrido de emociones. Ya he recordado que, cuando me presentaron a Fèlix Millet en un acto social, apenas se giró para seguir impartiendo doctrina y seleccionando su próxima víctima del inconmensurable sacamantecas, me susurró al oído el presentador, uno de aquellos cómplices del catalanismo sobrevenido, antiguo PSUC: «Es un estafador», dijo sin mayores precisiones.
Con el tiempo he llegado a la conclusión que este país pequeño y enervado hubiera sido, de haberlo conocido, la plasmación de la expresión de Samuel Johnson: el patriotismo es el último refugio de los canallas. Somos patéticos a fuer de cándidos. Después de semanas dándole vueltas a quien podría desempeñar el cargo honorífico de presidente del Parlament y en la idea de que al fin se darían cuenta de que este país ha cambiado, resulta que el fantasma de Bruselas, con absoluto desdén hacia los suyos y sus aliados –un líder no consulta, decide– coloca a un tal Rogent Torrent, conocido en su casa de Sarrià de Ter, donde vive y aseguran que «alcaldiza» a sus cinco mil habitantes inscritos en el padrón, como nuevo invento de la gran fantasmagoría. Creíamos que era imposible emular a Carme Forcadell, la monjita histérica, y una vez más nos equivocamos.
Nada de concesiones. Seguir como si no hubiera pasado nada en una sociedad que ha empezado a despertar de la pesadilla independentista de los pacifistas que te llenan de insultos o amenazas y te tapan la boca porque lo controlan todo, y hete aquí que se van a Sarrià de Ter, cada vez más lejos de los antiguos centros de poder. Cuál carlistas que exigen a sus cruzados mucha fe y más aún disciplina. De seguir así pedirán ayuda a la Banca de Andorra para que les asesore, porque al fin y a la postre son veteranos clientes.
Y mientras la mayoría de la sociedad, la que demostró con sus votos que estaban por encima de la entelequia, ha de conformarse con el desprecio. En vez de referirse a Mandela harían mejor citando la Sudáfrica del apartheid; si eres un buen negro y te callas, haremos como si no te hemos visto y no te castigaremos por el color.
Es verdad que los veteranos del desaguisado tratan de salir de rositas y ahora reprochan los excesos que provoca un exceso de ideología. ¿A qué llamarán ideología estos chorizos que dejaron las soflamas y los tribunales más llenos que un limosnero? Que un trepador cobarde se haya constituido en máxima expresión de las otrora instituciones catalanas es una prueba de que, como dicen en Galicia, «todo es empeorable». ¡Horror, Turull haciendo de Talleyrand! ¿Dónde está el abad de Montserrat para que nos haga un conjuro?
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Esta gente no es de fiar.
Gregorio Morán
Impermeables a la realidad. Así nacieron, así sobrevivieron y así confían seguir. Los mantras más habituales se han convertido en verdades incontrovertibles. Seguimos con los 900 heridos por las cargas policiales del primero de octubre, con la descerebrada que contó a propios y extraños cómo le habían roto los dedos uno a uno y manoseado sus senos, mientras ella sigue en paradero desconocido y sin un reproche después de desvelarse la falacia criminal de esta mitómana. ¡Qué importa esto frente a la descomunal represión que supuestamente castiga a los verdugos!
Hemos vuelto a la casilla de salida, o nos han llevado a golpes de silencio a callarnos por el bien de nuestra supervivencia. El diputado de mayor edad y menos cacumen, Tete, el Maragall más aventado de la familia, aprovechando ser el más viejo de la cuadrilla dijo una frase que hasta ahora era patrimonio de Marta Ferrusola pero que se ha convertido en versión adaptada de los chicos bonitos que ya en su día inventaron un nuevo estatuto con la frase, no suficientemente repetida, «esto nunca lo aceptará Madrid». Así fue de la mano de su hermano el olvidadizo y un Carod-Rovira con derecho a pernada gracias a La Caixa, que le concedió cátedra y vejez asegurada. La frase es para el bronce. «Este país siempre será nuestro».
Y tan suyo es que repartieron beneficios durante el oasis, luego en los tripartitos y jugaron al bacarrá social en el Palau. Si hay algún prohombre del catalanismo de alto standing que no figure por acción o complicidad en la estafa social, económica e ideológica de Millet, que levante la mano antes de que la carcoma le provoque la vergüenza que no tienen. Cuentan que el patriota Millet, entre estafa y estafa, reprochaba a los periodistas que narraban lo acaecido en el concierto de Palau, que si veía a alguno sentado mientras se interpretaba la Santa Espina, le reprochaba su falta de sensibilidad y le obligaba a levantarse mientras la sardana no terminaba su recorrido de emociones. Ya he recordado que, cuando me presentaron a Fèlix Millet en un acto social, apenas se giró para seguir impartiendo doctrina y seleccionando su próxima víctima del inconmensurable sacamantecas, me susurró al oído el presentador, uno de aquellos cómplices del catalanismo sobrevenido, antiguo PSUC: «Es un estafador», dijo sin mayores precisiones.
Con el tiempo he llegado a la conclusión que este país pequeño y enervado hubiera sido, de haberlo conocido, la plasmación de la expresión de Samuel Johnson: el patriotismo es el último refugio de los canallas. Somos patéticos a fuer de cándidos. Después de semanas dándole vueltas a quien podría desempeñar el cargo honorífico de presidente del Parlament y en la idea de que al fin se darían cuenta de que este país ha cambiado, resulta que el fantasma de Bruselas, con absoluto desdén hacia los suyos y sus aliados –un líder no consulta, decide– coloca a un tal Rogent Torrent, conocido en su casa de Sarrià de Ter, donde vive y aseguran que «alcaldiza» a sus cinco mil habitantes inscritos en el padrón, como nuevo invento de la gran fantasmagoría. Creíamos que era imposible emular a Carme Forcadell, la monjita histérica, y una vez más nos equivocamos.
Nada de concesiones. Seguir como si no hubiera pasado nada en una sociedad que ha empezado a despertar de la pesadilla independentista de los pacifistas que te llenan de insultos o amenazas y te tapan la boca porque lo controlan todo, y hete aquí que se van a Sarrià de Ter, cada vez más lejos de los antiguos centros de poder. Cuál carlistas que exigen a sus cruzados mucha fe y más aún disciplina. De seguir así pedirán ayuda a la Banca de Andorra para que les asesore, porque al fin y a la postre son veteranos clientes.
Y mientras la mayoría de la sociedad, la que demostró con sus votos que estaban por encima de la entelequia, ha de conformarse con el desprecio. En vez de referirse a Mandela harían mejor citando la Sudáfrica del apartheid; si eres un buen negro y te callas, haremos como si no te hemos visto y no te castigaremos por el color.
Es verdad que los veteranos del desaguisado tratan de salir de rositas y ahora reprochan los excesos que provoca un exceso de ideología. ¿A qué llamarán ideología estos chorizos que dejaron las soflamas y los tribunales más llenos que un limosnero? Que un trepador cobarde se haya constituido en máxima expresión de las otrora instituciones catalanas es una prueba de que, como dicen en Galicia, «todo es empeorable». ¡Horror, Turull haciendo de Talleyrand! ¿Dónde está el abad de Montserrat para que nos haga un conjuro?