Bo e xeneroso

Millán Gómez

Anteayer falleció el intelectual galleguista Isaac Díaz Pardo a los 91 años. Un ejemplo de dignidad. Las reacciones a su muerte se desencadenaron desde primera hora de la mañana del jueves. El proceso habitual en algunos genios y referentes sociales y culturales: se les ningunea en vida y se les vitorea cuando mueren. El agente social de turno se prepara veinte segundos de intervención oral o un comunicado escrito y ya consideran que el detalle es fetén. Se levantan los hombros con vanidad y piensan que ya se han ganado el pan. La actual Xunta y la precedente marginaron a, quizás, el más veterano referente del galleguismo. Alguien que ya en 1936 realizó campaña a favor del Estatuto de Autonomía, texto que no fue aprobado por el golpe de Estado del dictador Francisco Franco. Seríamos un ejemplo de modernidad si símbolos como Díaz Pardo ocuparan un papel preponderante en este país. Él era un moderno veterano.

No está Galicia como para desperdiciar talento. No está esta sociedad deprimida como para dar la espalda a quienes consideran que el epicentro de su vida son sus gentes. Díaz Pardo fue una personalidad multidisciplinar, ecléctica e innovadora. Diseñador, pintor, ceramista, empresario, editor, articulista, literato, etcétera. Un pueblo normal debería cuidar a figuras de su calibre y colocarlas en el lugar de la historia que merecen. No ha sido así con Isaac Díaz Pardo. Apenas ha tenido el afecto de ese movimiento maravilloso y tan difícil de abarcar que es la cultura gallega.

Díaz Pardo era el vehículo entre el galleguismo genuino y el actual. No en vano, se relacionó con los más ilustres galleguistas, tales como Castelao, Vicente Risco u Otero Pedrayo. No ha sido este país justo con él. Galicia casi siempre ha llegado tarde a todo. Sin duda, con más trabajo que otros pueblos. Pero tampoco caigamos en el victimismo que tanto molesta a un servidor. Galicia tiene las potencialidades suficientes como para no ser menos que nadie. El mejor homenaje que se le puede realizar, más allá de la vaga solemnidad típica de la clase política, es defender su mirada desde esta esquina del Atlántico/Cantábrico y creer que algo se puede aportar desde aquí. Los artistas se dedican al oficio de crear cosas, productos más o menos diferentes. En todas y cada una de las áreas a las que Díaz Pardo dedicó su vida aportó luz. Como dijo el escritor Víctor Freixanes, “en todas las caras del poliedro que fue Díaz Pardo reflejaba la luz”. Así fue. Así se debería escribir la historia de este pueblo. De esta comunidad que, como dijo Manuel Rivas, es “célula de universalidad”. Respetemos en vida a los “bos e xenerosos”, ese colectivo intangible y fundamental que aparece citado en el himno gallego. Hoy, este país está un poco más huérfano. Con su legado construiremos una historia en positivo.

10 comentarios en “Bo e xeneroso

  1. ¡uy¡uy¡uy¡uy¡uy! «construiremos una historia en positivo» ante esta afirmación yo antepongo: construiremos un futuro en positivo.

    ¡91 años!, ¡jo!, los que me quedan… y más a mis hijos, y los que están por venir, si a eso sumamos los impresionantes avances de la medicina, prepárense para vivir más de cien años, que es lo que cuenta, vivir. Mis condolencias a la familia y a seguir viviendo que es lo que vale.

    Gracias Millan Gomez, Galicia puede despertar si los que tenéis la capacidad para pensar les proponéis una nueva forma de entender el mundo, pero para ello primero tendríais que uniros a la propuesta Patrón Básico, registrando vuestro valor de vida en el contador de voluntades de http://www.cestoonu.com , no estaría mal que los gallegos fueran los primero en reconocer el valor de vida que también tienen, eso si que tiene valor.

  2. Un candidato de UPyD gana el Premio Nadal. Ésta es la España que nos deja Zapatero.

  3. Como dice mi amigo Julio Embid, hoy he publicado una «galaicolumna».

  4. NO sé si leyeron el artículo opinión de la cuarta de El País de ayer. Les cuelgo el link:
    http://www.elpais.com/articulo/opinion/nuevo/cuerpo/capitalismo/elpepiopi/20120107elpepiopi_11/Tes
    Les aconsejo que lean sobre todo a partir del párrafo quinto. No tiene desperdicio. Les copio el principio del párrafo para animarles:
    «En un artículo publicado en el Faro de Vigo del 24 de julio de 1984, Mariano Rajoy escribía: «Demostrada de forma indiscutible que la sociedad es jerárquica, engendra a todos los hombres desiguales, no tratemos de explotar la envidia y el resentimiento para asentar sobre tan negativas pulsiones la dictadura igualitaria. La experiencia ha demostrado de modo irrefragable que la gestión estatal es menos eficaz que la privada. ¿Por qué se insiste en incrementar la participación estatal en la economía? En gran medida, para despersonalizar la propiedad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria».

    El autor del artículo, refiriéndose en términos elogiosos a un libro del «gran pensador» Gonzalo Fernández de la Mora, afirmaba que del mismo modo que es indiscutible que el hombre es desigual biológicamente, también lo es la desigualdad social. «Vaguedades como ‘la eliminación de las desigualdades excesivas’, ‘supresión de privilegios’, ‘redistribución’, ‘que paguen los que tienen más…’, serían expresiones de resentimiento por parte de los perdedores para denigrar a los ganadores».

    ¿Diagnosticaba, así pues, Rajoy que el gran problema español era la «aristofobia», ese odio a los mejores que ya Ortega denunciara en España invertebrada? Así parece: «Al revés de lo que propugnaban Rousseau y Marx, la gran tarea del humanismo moderno es lograr que la persona sea libre por ella misma y que el Estado no la obligue a ser un plagio. Y no es bueno cultivar el odio sino el respeto al mejor, no el rebajamiento de los superiores, sino la autorrealización propia».

    Por eso no es extraño que, contra el mal endémico de la «envidia igualitaria», que desintegra la sociedad e impone medidas despóticas contra esa «desigualdad natural», matriz última de la verdadera libertad («la libertad buena», que diría Aznar, «la libertad negativa»), Rajoy esgrima la gracia del amor y cite al autor de El principito: «Si difiero de ti, en lugar de lesionarte te aumento». ¡Ay, qué poco se aplican esta generosa lección de Saint-Exupéry las masas ingratas!

    ¿Habrá cambiado Rajoy de opinión? Sea como fuere, no es esta la única aportación realizada por la antropología mariana. El actual presidente del Gobierno español, que confiesa en su más reciente autobiografía que «es difícil que deje de ver una competición deportiva de nivel», aprecia en los deportistas los grandes valores que le gustan: «el sacrificio, el mérito, la constancia, la libertad». Allí donde Ortega, en La rebelión de las masas, denunciaba el «señoritismo» no esforzado y satisfecho del hombre vulgar, el espíritu competitivo rajoyano parece penetrar en el secreto del mal español: esa molicie enemiga del sano ejercicio neoliberal; esa juventud descarriada por el relajo republicano en las costumbres, la falta de autoridad en las escuelas y el adoctrinamiento de la «educación por la ciudadanía»; esa mimada e irresponsable actitud que culpa de forma infantil de sus fracasos a la falta de oportunidades y que, en lugar de renacer victoriosa de los golpes del destino, de autosuperarse épicamente, como Rafa Nadal tras sus lesiones de rodilla, desprecia las reglas del fair play.»

    Interesante, ¿no?

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