Actualidad intensa y confusa

Mimo Titos

La Magistrada María Emilia Casas seguirá de Presidenta del Tribunal Constitucional hasta el final de la Legislatura. No me pregunten por qué porque es demasiado complicado de entender, no digamos ya de explicar. Pero lo voy a intentar. Por lo visto, el Senado ha aceptado la extensión de plazo solicitada por las seis Comunidades Autónomas (¿por qué sólo seis?) a las que el PSOE, por medio de una Ley Orgánica, había dotado del poder de proponer dos candidatos cada una al Senado, para que éste eligiera para renovar el Tribunal.

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Indignidad

Aitor Riveiro

No soy un apasionado de la vela (ese deporte) y confieso que la única vez que le he prestado algo de atención fue durante la pasada edición de la Copa del América, celebrada en Valencia. Recuerdo especialmente una regata en la que uno de los barcos llevaba una considerable ventaja al segundo en discordia y éste se revolvía de un lado a otro con la vana intención de coger una milagrosa corriente de viento que le llevara hasta la victoria.

Estamos ya más que acostumbrados a que la nave de la derecha española sufra de vez en cuando un de esos bandazo que buscan un triunfo ‘in extremis’; pese a que su cabeza sabe que todo está perdido, que los errores cometidos desde el pistoletazo de salida son ya incorregibles y que los daños sufridos por una regata plagada de desaciertos son irreparables, el capitán del barco no ceja en su empeño y grita a diestra y siniestra órdenes contradictorias que descolocan a la tripulación.

El problema de la derecha es que no saben quién es el capitán, muchos creen serlo y otros tantos confían en que lo serán.

Ayer, uno de esos capitanes que creen serlo tocó a rebato y dio orden de arriar las velas y girar todo a babor con la esperanza de que Eolo empuje su cascarón, si no a la victoria, por lo menos a una derrota asumible. Pedro J. se quitó el traje de conspirador salva patrias y se puso el de centrista moderado de-los-de-toda-la-vida.

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Aspaventeros de la minucia (2)

Permafrost

Hace unas semanas ilustré el comportamiento de algunos sicofantes mediáticos, siempre al borde del espasmo alucinatorio cuando oyen a los suyos confirmando sus temores o deseos de sentirse protagonistas de algo así como Alone in the Dark IV. Hoy es el momento de abordar el igualmente histórico rebuzno de estos convulsos matachines a la hora de comentar las declaraciones de sus oponentes o, como anuncié en la primera entrega, «la tergiversada exposición escandalizada y escandalizante de las afirmaciones más obvias de los ‘malos’.»

Los aspaventeros profesionales, como las señoritas de moral distraída, cobran por la excitación ajena y, cuanta más excitación, más saneado el peculio. La apacible cotidianidad, por tanto, es cual sobredosis de bromuro para su negocio. De este modo, si alguien cuyas opiniones no coinciden con las que sustentan ese lupanar periodístico hace una manifestación banal e intrascendente, toca ponerse el uniforme Abu Grahib y torturar y desfigurar sus inocentes palabras hasta convertirlas poco menos que en un alegato de Charles Manson.

En esto tienen sobrada experiencia. Nuestros amigos conspiranoicos ya habían puesto en práctica sus técnicas de alquimia interpretativa con las decisiones de terceras instancias. Así, cuando, a petición de una de las defensas (y NO de las acusaciones travestidas), el tribunal que habría de juzgar el 11-M admitió que se repitieran los análisis periciales sobre los restos de explosivos, creyeron que se les abrían las puertas del cielo. En una sesión radiofónica que debería pasar a los anales de la infamia (COPE, 23.1.07), el Sr. Jiménez vociferaba: «Podría ser que hoy cambiara esta… este bochorno para la justicia y para la nación que es la instrucción del sumario del 11-M, que ha desembocado en un juicio que es de tirarse por el suelo, pero además arrancándose los pelos a puños… Es de vergüenza, da asco pagar impuestos para semejante chapuza … (Federico a las ocho, minuto 2:15) y «después del procesamiento de Manzano, tendrían que ir el Juez Del Olmo y la fiscal Olga Sánchez. Porque es imposible hacer una chapuza tan vergonzosa como la que han realizado» (minuto 6:05). Luis del Pino también mostró una vez más su capacidad denigratoria: «Las recientes decisiones de la sala que ha de juzgar los atentados del 11-M, referidas a la realización de pruebas antes del inicio de la vista oral, han dejado a Del Olmo a los pies de los caballos» (blog, 1.2.2007). Y, el amo de El Mundo, con su habitual prosopopeya, declamaba orgulloso: «Desde luego, para los periodistas que hemos estado empeñados en que lo que se nos estaba contando no encajaba, en que la verdad oficial estaba llena de agujeros, agujeros negros, como dijo al principio de sus investigaciones Fernando Múgica, pues esto, sin lugar a dudas, va a suponer una reivindicación. Para resumir en un referente histórico: esto es como cuando la Corte de Casación ordena la revisión del caso Dreyfus. Y, además, transcurren los mismos tres, tres, cuatro años, entre que se produce la primera resolución judicial, un error garrafal, y el momento en que se inicia […] un larguísimo camino […]» (minuto 11:30). ¿Dreyfus? ¿Ha mencionado el caso Dreyfus, nada menos, este engreído aspirante a Zola para sentirse «reivindicado»? Y todo a cuenta de una decisión perfectamente ordinaria, casi trivial. Pero no lo digo yo, lo decía uno de sus autores, el propio magistrado Guevara, integrante del tribunal: «De lo que ha tratado el tribunal es de preservar el derecho de defensa. […] No se está cuestionando ni la instrucción sumarial ni cualquier investigación» (11.2.07). Así de sencillo, sin necesidad de j’accuse ni majaderías megalómanas.

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Ni quito ni pongo rey

Permafrost

Hoy pretendía escribir la segunda parte de un artículo anterior, pero mis planes se han visto truncados por la lectura de uno de esos comentarios que, pese a mi acendrada experiencia como pocero de hemerotecas y deshollinador de archivos sonoros, aún me hacen hervir la sangre. Debo, asimismo, añadir dos peticiones de disculpas. La primera, porque me arriesgo a suscitar su hastío al abordar, siquiera de forma tangencial, el candente asunto de la monarquía. La segunda, porque éste será, con diferencia, mi artículo más insufriblemente largo hasta la fecha. Mi única defensa, en cuanto al primer punto, consiste en que no entro en valoraciones sobre la institución o su tratamiento, sino que me limito a señalar ciertas incoherencias periodísticas, en la línea de mis monotemas particulares. La explicación en cuanto al segundo punto es bien sencilla: incluyo, como anexo, un texto escrito por mí hace ya más de un año y que procede recoger ahora. Contra la sobredosis de Permafrost, basta con abandonar la lectura en cualquier momento.

Hace tiempo leí la triste historia de un soldado japonés que, tras la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial, abatido y desmoralizado, escribió una feroz invectiva, cargada de rencor y acrimonia, contra un emperador que, después de haber alentado y bendecido la desastrosa aventura bélica de Japón, era presentado ahora, por esas extrañas exigencias de la Realpolitik, poco menos que como un príncipe de la paz. Esta sensación de incrédula indignación ante la hipocresía descarnada es la que, en contextos menos dramáticos, suelen inspirar las declamaciones de los vulgarmente denominados «bomberos-pirómanos»: aquellos que alardean de la bonhomía con la que supuestamente apaciguan conflictos que ellos mismos soliviantan. Salvando las distancias, por supuesto, estas reflexiones me asaltaron violentamente la semana pasada, al leer una de las últimas excrecencias de Ignacio Villa en Libertad Digital. Que este sujeto sea director de informativos de la segunda cadena de radio generalista del país es la mejor muestra de que, en verdad, otro mundo es posible. Sólo desde una óptica de realidad alternativa o, directamente, extraterrestre, cabe expeler ciertas ventosidades literales sin sufrir un desguace facial inmediato. Sigue leyendo

Aspaventeros de la minucia (1)

Permafrost

Disculpen que no aborde cuestiones de candente actualidad. En mi comentario de hoy seguiré en la línea de mi monotem´stica fijación por los juntaletras de nuestra fauna informativa local. El protagonista de mi anterior artículo no lo ser´s hoy en exclusiva, aunque, sin duda, ninguna referencia a los aspaventeros del foro o (para el caso es lo mismo) plañideras medi´sticas de gobiernos difuntos puede pasar por alto las excelencias de don Pedro.

La notable práctica periodística a la que deseo referirme es aquella que consiste en imprimir titulares como quien toca la bocina, con gran alharaca, rechinar de dientes e invocaciones al acabóse o, como indicó un redactor de El Mundo a un policía que le filtraba información, «a to trapo, metiendo mucho ruido.» Una práctica, además, que comparte con la higuera bíblica la vacuidad de sustancia bajo una apariencia rozagante y que, durante esta legislatura, los medios de siempre han empleado con prodigalidad de manirrotos.

Son muchas las manifestaciones de esta actitud, pero hoy me limitaré a señalar una de ellas: la exposición arrebatadamente solemne y milenarista de los mayores infundios de los «buenos». Dejo para un próximo artículo otra de las modalidades: la tergiversada exposición escandalizada y escandalizante de las afirmaciones más obvias de los «malos». Como cualquier asunto vale para ilustrar lo que digo, les aburriré un día más con ejemplos extraídos del 11-M.

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El amo de El Mundo

Permafrost

Hace tiempo que, en mi personal e imaginario museo de los horrores, el Sr. Pedro J. Ramírez ocupa un señero pedestal de priápica robustez, acorde con el exuberante e impertinente onanismo ególatra del sujeto. Hoy es tan buen día como cualquier otro para dedicarle unas primeras líneas a este aprendiz de Rasputín, al hilo de algunas manifestaciones de obsoleta actualidad [Permítanme el oxímoron postvacacional, es sencillo: la cosa viene de lejos, sus coletazos son recientes y reflejan características de perenne presencia]. Uno de los rasgos del Sr. Ramírez que suscita mi desconfianza es su aparente ubicuidad. En sus mejores semanas, escribe su carta-homilía dominical en el rotativo que regenta, comparte micrófono con el santísimo representante de la verdad revelada, sienta veloz cátedra en 59 segundos y no se pierde ningún sarao mediático-político donde regalar a los asistentes el don de su incontinente dominio de la todología. Para mí, es una cuestión de principio, como aquello de “la mujer del césar…��? o como las normas que establecen incompatibilidades entre cargos públicos o supuestos de recusabilidad de los jueces: no se trata tanto constatar una irregularidad fáctica como de prevenir, por una prudente estimación de probabilidad, peligros situacionales. Soy de los que piensan que la hiperactividad candelera de quienes se suponen gestores de información es un deporte de riesgo, poco compatible con una aproximación veraz a la noticia y más proclive al chalaneo de los muñidores: demasiados compromisos, demasiados intereses, demasiadas implicaciones, demasiadas opiniones que se necesita confirmar.

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El desasosiego moral (y 6): La auténtica claridad (in)moral

Permafrost 

Con el artículo de hoy me propongo concluir la serie que he ido produciendo con ritmo y fortuna desiguales. Apenas les haré soportar citas. Mi intención es exponer, a modo de epílogo, las ideas de base que animan mis comentarios previos. Como quizá alguno recuerde, en anteriores entregas he recogido ciertas máximas de los apóstoles de la claridad moral («todos los terrorismos son iguales», «los neocon no aceptan utilitarismos ni posibilismos», etc…) y he tratado de confrontarlas con situaciones y casos concretos en los que tales formulaciones resultan penosamente inadecuadas para proporcionar una guía instructiva y veraz. La apreciación subyacente es obvia: creo que la realidad, especialmente la realidad política, es bastante más ‘sucia’ y suele imponer un curso de acción que deriva de una mezcla de principios, pragmatismo, oportunidad, compromisos y concesiones. Los pronunciamientos y ostentosas declaraciones que he venido exponiendo se expresan en un lenguaje binario (inmaculada pulcritud moral / relativismo nihilista) que no sirve para describir situaciones y comportamientos verosímiles. De este modo, se me ocurren al menos un par problemas básicos que plantea esta orgía retórico-onanista de autocomplacencia neocon.

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Con los medios de por medio

Permafrost

Advertía recientemente el juez Gómez Bermúdez (sí… les suena del 11-M): “Huyan ustedes del juez que diga que no tiene ideología.��? No era una manifestación de cinismo. Por el contrario, se trata de una opinión bastante realista. Nadie escapa al peso de sus propias ideas, pero, como añadía el citado personaje, lo que la ciudadanía espera del juez es que sea “independiente, honesto, prudente y flexible.��? Creo que, si esta reflexión es válida para la judicatura, con mayor motivo puede extenderse a casi todos los ámbitos de actividad. Pienso ahora, concretamente, en el periodismo. En efecto, supongo que, a estas alturas, la creencia en los medios de comunicación inmaculadamente imparciales y objetivos se sitúa en la misma categoría que la creencia en los Reyes Magos y en el ratoncito Pérez. No parece muy razonable esperar que las tendencias de un individuo que tiene una determinada visión del mundo no se reflejen en sus actos de comunicación. Lo que sí debería exigirse es que las tendencias y los sesgos no se traduzcan en deshonestas manipulaciones y tergiversaciones de la realidad. En este punto, el análisis “objetivo��? de los sesgos de los medios se vuelve peliagudo, pues resulta bastante sencillo caer en un juego de espejos donde los sesgos del observador de los sesgos dan lugar a un examen sesgado. En fin, con los calores estivales y la consiguiente astenia neuronal, no apetece entregarse a sesudas cavilaciones ni siseantes trabalenguas. Permítanme, pues, que garabatee unas cuantas líneas un tanto deslavazadas y sin mayor trascendencia.

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Paz y libertad

Marta Marcos 

Uno de los efectos más perjudiciales de las posiciones inamovibles y un tanto extremas que se tienden a adoptar últimamente en España es que perdemos de vista de qué estamos hablando, en realidad. Muchos recurren, por afán de manipulación, o por pura comodidad, a las soflamas breves, en apariencia muy contundentes, muy vendibles… pero con poca chicha, como diría mi abuela. El poder de la imagen y de la televisión no ayuda mucho: las características del medio televisivo fomentan claramente esa manía de las frases cortas, del lema, de la cantinela, para explicar en cinco segundos lo que requeriría de horas de sosegado debate, o de debate a secas. Dos de las palabras que se ven afectadas por ese afán de hacer de cada frase una sentencia que ni las de Buda o Sócrates son paz y libertad. Se han manejado con especial profusión en nuestro país a raíz del fallido proceso de paz, y aunque ahora las disputas en torno a estos dos términos parecen haber pasado a segundo término ante las serias amenazas terroristas, el debate sigue ahí.

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