Amistad

Lope Agirre

Montaigne en una isla de ese conjunto de libros titulado Ensayos, afirma, cuando habla de la amistad, lo siguiente: «Por otra parte, lo que llamamos generalmente amigos y amistades, no son más que relaciones y conocimientos entablados por alguna casualidad o conveniencia, con lo que se ocupan nuestras almas. En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden una con otra en unión tan universal, que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él; porque era yo».

En el francés antiguo de Montaigne, estas son las últimas palabras: «Par ce que c’estoit luy, parce que c’estoit moy». Podemos pasar media vida analizando las palabras, intentando desentrañar el sentido oculto de las mismas, más allá de la propia apariencia externa. Se puede entender como que cada cual es cada cual, y siendo así (o sólo siendo así) puede la amistad durar en el tiempo. Porque la amistad no borra los rasgos particulares de los participantes en la comunión, ni los difumina, ni los iguala.

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Traidores

Lope Agirre

Casi desde que tengo uso de razón, o lo que se le parezca, siento atracción hacia los traidores. No diré que me gustan; dista de ser verdad. Soy, desde la más tierna infancia, aficionado al cine, y me he dado cuenta, después de haber visto miles de películas, de que el de traidor es un negocio con muy poco futuro; vamos, que no cotiza ni cotizará en Bolsa, o omo se le llame ahora, aunque algún día pueda formar parte del «selectivo Ibex». Casi siempre acababa con un tiro (a veces en la frente, y mira que hace falta puntería), o colgado de la rama más gruesa de un solitario árbol (generalmente el único de la comarca), o ahogado en la mar salada. El héroe también terminaba fatal sus días; generalmente lo mataban; como consecuencia de la nefasta y nefanda acción traidora. Pero, para nosotros, jóvenes románticos, el héroe era y sería siempre el héroe, aún después de muerto: y el traidor, por tanto, despreciable y repugnante. En aquella época no amábamos a los perdedores por serlo; sino por ser buenos; por ser, a la postre, vencedores. Del mismo modo, nos parecía sorprendente que el traidor, pudiendo ser héroe, bueno por tanto, amable y amado por las mujeres, elogiado por los maestros, ponderado por los sacerdotes, escogiera ser malvado, vil y rastrero. No entendíamos; y una idea que no es entendida camina por su cuenta, da vueltas por el desierto de las dudas, y se pierde, sin encontrar el camino de regreso: ni siquiera una fuente, oiga, donde saciar su sed. Queríamos entender porqué el traidor era traidor; y el héroe, héroe.

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Sobre Eguiguren

Lope Agirre

Jesús Eguiguren, presidente del PSE-EE, se encuentra últimamente en el «ojo del huracán». Pocas veces unas declaraciones de un político en activo y con un cargo destacado han generado tantas reacciones, casi todas en contra, y en tonos desabridos y amargos. Sabiendo que la figura de Eguiguren provoca tantas simpatías como antipatías, tantos odios como amores, tan sólo pretendo, sin valorarlo personalmente, tratar de explicar lo que ha provocado el revuelo y enfado actuales, así como de interpretar sus palabras desde el contexto de la polí­tica vasca, edificada, a veces, sobre arenas movedizas.

El texto de Eguiguren se titula «Reflexiones y propuestas para un futuro en paz y convivencia», y es el epílogo de un libro en el que cuenta, con la ayuda de un conocido periodista de El País, la historia del último (por ahora) y fallido (como los anteriores) proceso de paz. En el mismo texto, asimismo, se hace un resumen sucinto de las conversaciones de Loyola, que, como todos sabemos, bien pudieron ser y no fueron, quimeras que transitaron entre la realidad y el deseo.

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Sentimentalismo

Lope Agirre

Milán Kundera escribió La insoportable levedad del ser, una de las obras que mejor retratan el modo de sentir, más que de ser, contemporáneo. En la novela nos encontramos con el concepto del kitsch, que ha sido teorizado y desarrollado por otros autores, entre ellos Hermann Broch y Theodor Adorno. Sin embargo es con Kundera que adquiere connotaciones completamente nuevas. Se ha identificado el kitsch con el mal gusto. Y el mal gusto o el pésimo gusto «es opinión general“, son consecuencias de esta sociedad donde la ideología prima sobre las ideas, y el sentimentalismo sobre los sentimientos. Soy de la opinión de que el sentir ha adquirido mayor importancia en nuestros días que el pensar y el actuar, hasta el punto que la reivindicación del sentimiento es primordial y anterior a otras reivindicaciones.

Es en el terreno de la moral donde se va extendiendo el mal gusto, el kitsch, con mayor rapidez si cabe. Por supuesto, habría que diferenciar, en lo posible, el buen gusto del malo, aunque me parece que a estas alturas del siglo no deja de ser un ejercicio baldío y vano, porque tanto uno como otro, el buen y el mal gusto, van juntos y de la mano. Sabemos lo que sabemos y si algo no sabemos no es porque queramos saber y no podamos, sino porque hemos decidido prescindir de esa capacidad de saber. La moral, por poner un ejemplo, es como el traje que se viste los domingos a la hora de misa, o del vermú, para aparecer y aparentar delante de los demás. En el hogar, se acostumbra a vestir ropa más holgada; y pijama liso o de cuadros, para dormir. Ante los otros no somos como somos ante nosotros, ni falta que hace, oiga.

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Narrar el sufrimiento

Lope Agirre

El Plan del Gobierno Vasco para la paz y la convivencia, titulado últimamente «Plan para la convivencia democrática y deslegitimación del terrorismo», en fase de borrador aún, ha sido criticado por los partidos nacionalistas vascos presentes en la Cámara de Vitoria, que han pedido su retirada y, suponemos, reescritura. Hay quien piensa que la distancia tomada por los nacionalistas vascos pudiera responder a esa sensación incómoda, entre resentimiento y resquemor, que les alberga desde que perdieron Ajuaria Enea, y lloraron como Boabdil por ello, debido a que el plan actual reescribe y define de otra manera el Plan Vasco de Educación para la Paz y los derechos Humanos, elaborado por el gabinete del lehendakari Ibarretxe, y de alguna manera la interpreta y la cri­tica.

Idoia Mendia, actual Consejera de Justicia en el gobierno de Patxi López, en su primera comparecencia pública como representante del gobierno, dejó claro que dicho plan iba a ser reformulado, para cumplir con los fines para los que fue inicialmente concebido. Pero también anunció cambios importantes: en primer lugar se contaría con las asociaciones y fundaciones de víctimas del terrorismo, ausentes en la elaboración del plan anterior. Pero había alguna razón de mayor peso para la reformulación el plan. En el antiguo la noción de «violencia terrorista» quedaba prácticamente diluida y sepultada en un genérico apartado en el que se englobaban todas las violaciones a los derechos humanos, y la propia práctica terrorista se enmarcaba dentro de la existencia de un «conflicto», que lo había generado. Otro de los puntos discutibles en el anterior plan era que se recomendaba la no presencia de las víctimas en el aula, en contra de lo propuesto en su momento por la propia Directora de Atención a las Víctimas, Maixabel Lasa.

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El último adiós

Lope Agirre

Quizá no haya en el mundo nada comparable, o peor, que morir en la más absoluta de las soledades. Como escribió el otro Lope: «A mis soledades voy, de mis soledades vengo«.

Desde que nacemos, vivimos en compañía. Estamos, por tanto, muy atados a los demás; y, lo que a los otros sucede, de alguna manera repercute en nosotros, en lo que tiene de bueno y en lo que lleva de malo. Necesitamos su protección; y ellos nuestro apoyo, inevitablemente. Podría pensarse que la vida es el lugar en el que todos nos atamos a todos. Pero no es siempre así; no ha sido siempre así. La vida tiene sus cimas y sus hondonadas, sus entradas y salidas, sus idas y venidas, sus derechos y sus reveses. Todo se tuerce o se endereza en la vida; al contrario que en la memoria.

El escritor Sciascia advertía sobre la mentira de la memoria: «Todo era mentira; también la memoria». Quería decir que la memoria, al contrario que la vida, puede renovarse sin cesar, puede permanentemente cambiarse, disfrazarse y metamorfosearse. La memoria sume un principio corrector, para decirlo de alguna manera. Lo que, por miedo o vergüenza, no se ha hecho en la vida, lo que, por cualquier circunstancia dolorosa o alegre, se ha silenciado en la vida, aparece en la tierra de la memoria con más vigor que nunca, enseñando su brotes nuevos con orgullo. Es imposible el olvido; tarde o temprano, la memoria que todo lo sabe y todo lo quiere exige lo que cree que es suyo. Los recuerdos arrinconados en la acequia del tiempo, abandonados y apilados, como si fuesen basura, los trozos de memoria que han sobrevivido en condiciones dignas acaban perturbando, en definitiva, la tranquilidad de nuestros sueños, alejan cualquier ilusión de sosiego.

Se puede decretar amnistía; la amnesia, nunca jamás.

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Ojos que no ven

Lope Agirre

“Ojos que no ven” es la terrible historia que nos cuenta J. Á. González Sainz.

Podía haber sido escrita, aunque de otra manera, por muchos de los miles de emigrantes (o, en su defecto, por alguno de sus descendientes) que, en una época determinada, vinieron al País Vasco buscando un trabajo digno y, en consecuencia, mejores condiciones de vida para los suyos. Fue una época de cambios bruscos, no asimilados, o no asimilados completamente, que plantaron la semilla del bienestar actual, pero también la planta del veneno que nos corroe y que no nos da sosiego ni tregua, ni paz. Un hombre, imposibilitado para poder seguir trabajando en su tierra natal, llega a un pueblo vasco, cuyo nombre no se especifica. Encuentra un empleo en la industria, compra una casa en un horroroso bloque de viviendas, todas iguales, e intenta salir adelante. Al final, la maldita crisis lo retirará de la fábrica, y volverá a su pueblo. Mientras tanto, o en ese intermedio, será testigo, no consciente del todo, de los cambos que sufrirán uno de sus hijos y su mujer, ambos imbuidos de las ideas radícales.

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A modo de revisión

Lope Agirre

Hace algún tiempo, unos cuantos años para el común de los mortales, siglos para los afectados, la consejera de Cultura del Gobierno Vasco, presidido entonces por Ibarretxe, exigió del Gobierno de España, presidido por Zapatero, una petición pública de perdón por el bombardeo de Gernika, suceso que ocurrió, como todos sabemos, durante  la guerra civil española, en abril de 1937. Ni Zapatero ni algún representante de su gobierno respondió, por lo que es de suponer que no tomaron en cuenta el ruego de la consejera vasca o, si lo tomaron, determinaron que no era el momento, o que no había lugar.

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La conjura, o cuento de navidad postmoderno

Lope Agirre

Aquella mañana, Israel Artetxe se levantó de un humor de mil demonios airados y juguetones. Más que dormir mal, había dormido peor; o sea, apenas pudo conciliar el sueño en el tiempo que media entre el acto de meterse en la cama, con manta eléctrica y patucos, y el de levantarse, con la habitación fría y colgando carámbanos de la ventana que da al patio exterior, donde pega el viento norte soviético, siberiano y precomunista. Un asco, vamos. Se pasó la noche en vela, recordando la conversación que tuvo la víspera con el director de su periódico, el DIRECTOR, a todos los efectos,  del CLARO DE LUNA, cabecera señera y secular de la capital, don Diego Hurtado de Mendoza. Israel Artetxe, tras días de investigación exhaustiva en bares, cafés y restaurantes de la ciudad, tras haber alternado con gente de mal y de buen vivir, y haberse trasegado todo el orujo que pueda producir Orense en un año, con vistas a hacer soltar la lengua a gente que, de lo normal, la tiene bien amarrada a los dientes, afilados como lanzas,  había llegado a la conclusión de que Aminatou Haidar  era una agente marroquí, de las de nómina y catorce pagas, con derecho a vacaciones en el hotel Excelsior de Casablanca, y que toda la puesta en escena, huelga de hambre incluida, para lo que había sido entrenada especialmente en una estancia adyacente a la Academia de Policía de Rabat, donde la acostumbraron al hábito del ayuno, había sido prevista e imaginada por los servicios secretos, que beben los vientos por el rey.

–Tienes mucha imaginación –le dijo el DIRECTOR–. Deberías dedicarte a la ficción. Tendrías más futuro como novelista que como periodista.

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Optimistas y pesimistas

Lope Agirre

Dios, en un principio, dudó de la necesidad de crear al hombre a su imagen y semejanza. No sabía; no podía saber, quizá porque no estuviese seguro de que fuese bueno colocar al hombre en medio y al mando de su mundo sin parangón como un igual. Y cuando estaba en medio de una clamorosa discusión con su conciencia (la conciencia de Dios es una luna de Saturno), acercósele el diablo, disfrazado de payaso, y con palabras engañosas y dulces como la miel le dijo que si el hombre estaba hecho a su imagen y semejanza gobernaría magníficamente el mundo, y que no se arrepentiría. Dios, henchido de divina vanidad, engrandecido de orgullo divino, se creyó las palabras del diablo, porque eran hermosas a sus oídos, y creó al hombre, a su imagen y semejanza. Se arrepintió, enseguida, del acto en sí; pero por no quedar en ridículo ante el diablo burlón, se calló, se escondió y luego desapareció. Lo demás es conocido. Es más fácil ver al diablo que al propio Dios.

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