Lope Agirre
Montaigne en una isla de ese conjunto de libros titulado Ensayos, afirma, cuando habla de la amistad, lo siguiente: «Por otra parte, lo que llamamos generalmente amigos y amistades, no son más que relaciones y conocimientos entablados por alguna casualidad o conveniencia, con lo que se ocupan nuestras almas. En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden una con otra en unión tan universal, que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él; porque era yo».
En el francés antiguo de Montaigne, estas son las últimas palabras: «Par ce que c’estoit luy, parce que c’estoit moy». Podemos pasar media vida analizando las palabras, intentando desentrañar el sentido oculto de las mismas, más allá de la propia apariencia externa. Se puede entender como que cada cual es cada cual, y siendo así (o sólo siendo así) puede la amistad durar en el tiempo. Porque la amistad no borra los rasgos particulares de los participantes en la comunión, ni los difumina, ni los iguala.