Frans van den Broek
El desarrollo económico no llega a todas partes de la misma manera y siempre, se quiera o no, causa ciertos problemas, algunos más graves que otros. Escribo estas lÃneas desde el pueblo de mi madre, CelendÃn, en la sierra norte del Perú, un pueblo que tiene el dudoso mérito de haber sido mencionado una vez en una novela de Vargas Llosa, “Conversación en la Catedralâ€, como lugar de posible castigo para un policÃa, lo que da una idea de su lejanÃa de la capital, geográfica y polÃticamente. Las cosas han cambiado, sin embargo, y poco a poco el lugar se ha ido convirtiendo en un pueblo moderno –hasta donde pueden serlo los pueblos del Perú-, con televisión, teléfono, internet, asfalto en las calles y expansión urbana. Esto puede sonar obvio para cualquier europeo, pero hasta hace relativamente muy poco no existÃan aquàninguna de estas facilidades, y ni siquiera contaban con electricidad fiable, más allá del centro mismo. La gente tenÃa que recurrir a las velas o los desaparecidos Petromax, y dedicar sus noches a la conversación o el sueño, o a la multiplicación de la especie, en lugar de entregarse a las telenovelas de hoy en dÃa o a las cabinas de Internet.
Personalmente, a pesar de sus incomodidades y carencias, yo amaba dicho pueblo, como buen citadino en busca de paz y reposo, de naturaleza impoluta y cielos eléctricos, de aire puro y majestuosas montañas. Soy consciente de que dicho pueblo sufrÃa un estado de retraso con relación al resto del mundo desarrollado, de que era la pobreza la razón de tal calma pueblerina, de que sus propios habitantes deseaban progresar y desarrollarse, antes que mantener sus condiciones novecentistas que lo hacÃan tan atractivo al inocente niño o adolescente que lo visitaba un par de veces al año. Pero ahora que el progreso ha llegado –y me cuesta escribir esta palabra sin que me escuezan los dedos- no puedo sino preguntarme si es que no hubiera sido posible que llegara de un modo menos perverso o más amable o más racional. El pueblo que yo conocà desde mi nacimiento ha desaparecido para siempre, lo cual no es sino la constatación de una verdad metafÃsica aplicable a cualquier lugar del planeta; pero le aseguro al lector que esta vez esta aseveración tiene unas implicaciones más que fÃsicas que me han dejado horrorizado.
PodrÃa llenar páginas y páginas describiendo el cambio que ha tenido lugar, pero dado que esto es imposible, me limitaré a un par de ejemplos al azar. Como toda ciudad que crece, sobre todo por la inmigración desde el campo, CelendÃn ha experimentado su propio boom urbanÃstico. Pero a diferencia de ciudades un poco mejor organizadas, en este caso se trata de una expansión cancerÃgena, sin mayor orden ni concierto. Los nuevos habitantes sencillamente compran terrenos que antes eran de pasto o de cultivo y construyen en ellos. Lo que más tarde se convertirá en algo asà como calles o pasajes, deben su existencia más al azar que a planificación alguna, y da como resultado una disposición urbanÃstica de tipo borgiano, una versión humilde de aquella ciudad de los inmortales en el famoso cuento homónimo, en el que todas las formas se resisten al escrutinio racional. No sólo eso: al ser construcciones espontáneas, propias del crecimiento indiferenciado, no se hacen con servicios de agua o desagüe previamente estipulados, sino que primero se construyen, después se preguntan dónde demonios van a tirar el agua sucia, o sus detritos o su basura. Todo, por supuesto, va a parar a la mismÃsima calle borgiana por donde los sufridos viandantes tendrán que repetir mañas que sus ancestros europeos del setecientos ponÃan en práctica al caminar por Londres o ParÃs, ciudades proverbialmente apestosas y sucias en aquellas épocas.
Intuirá el lector que soy observador más que parcial, pues donde ahora aquellas casas mancillan el paisaje, solÃa el que escribe gozar de la belleza de los campos, de la soledad murmurante de los bosques, del vuelo de las mariposas y el salto de los grillos, y fue en mis largos paseos por la campiña de CelendÃn donde nació mi amor romántico por la naturaleza y sus encantos. Allà cazaba insectos palo y arañitas hacendosas, ranas de todas las formas y pececitos de raigambre prehistórica y, debo confesarlo, también hacÃa estragos entre la población de pájaros con la efectividad de mi carabina española (algo de lo que ahora me arrepiento, pero que entonces era considerado no sólo normal, sino hasta iniciatorio). Pues bien, toda aquella campiña ha desaparecido también, junto con el pueblo que conocÃ, agobiada por casas o vallas incomprensibles de cemento, y, sobre todo, por la basura que se extiende ahora hasta el cerro cercano, dejada por la incuria de los habitantes y de las autoridades. Plásticos de todo pelaje, excrementos, hasta neumáticos en medio de los campos, como instalaciones vanguardistas, adornan estos dÃas lo que fueron verdura y matorrales, zarzamoras y eucaliptos, la mayorÃa, estos últimos, derribados para alimentar la necesidad de madera de las nuevas construcciones, muchos de ellos centenarios y algunos, me cuentan, puestos allà por los primeros pobladores coloniales hace ya cientos de años. Un poco más arriba, el municipio tuvo la brillante idea de usar la ladera del cerro que flanquea la parte oriental del pueblo como depósito de basura, no en una cavidad hecha a este fin, sino simplemente tirándola encima, en la esperanza, supongo, de que los elementos y gallinazos se hagan cargo de desaparecerla de la vista, cosa que no ocurrió, por supuesto, por lo que ahora debajo de cada zarza o matorral que tiene la suerte de poder crecer en dicha inmundicia pueden verse baldes de plástico, juguetes descartados, relojes detenidos en el tiempo y zapatos de polietileno desafiando las lluvias y granizos del próximo siglo. Como se sabe, el plástico se degrada de a pocos y produce glóbulos minúsculos capaces de entrar en la composición de los animales que pasan por allÃ, de modo que no faltarán gallinas criadas biológicamente en libertad en posesión de niveles de plástico que harÃan sonar las alarmas de la OMS a decibeles superiores a los del SARS o la gripe aviar. No descarto que algún zapato perdido haya pasado a formar parte de mi propio sistema muscular por mis tozudas caminatas por dichos lugares o la ingestión de alguna gallina desprevenida en alguna cena familiar.
CelendÃn, en suma, ha desaparecido, y el pobre, pero apacible, amable, pintoresco y reposado pueblo ha pasado a convertirse en una especie de barriada de cualquier ciudad moderna de los paÃses emergentes. Las viejas casas son vendidas por sus últimos dueños, sólo para convertirse en horribles bloques de concreto que pueden servir a cualquier fin, desde hoteles para los muchos comerciantes que hoy pasan por la zona –siendo un punto nodal entre la costa y la selva- o para los turistas que van a visitar Kuélap y tienen la mala suerte de tener que quedarse en ellos antes de seguir hasta la ceja de selva y sus otros destinos. Pero bien pueden ser restaurantes, ferreterÃas, burdeles –ya hay más de dos, según me cuentan mis primos y amigos-, garajes de reparación de autos, depósito de cervezas –la ingesta de bebidas alcohólicas se ha triplicado en los últimos años y ya era proverbial en sus tiempos novecentistas-, o lugar de resguardo de los cargamentos de cocaÃna que dicen pasan por aquà rumbo a Lima o al extranjero. Antes uno veÃa pasar de vez en cuando algún auto o camión por las silenciosas calles, cuando no, más frecuentemente, adocenados bueyes o burros; hoy el pueblo se ha llenado de moto-taxis, por lo que a menudo uno no sabe si está en Bangkok o en CelendÃn, y el ruido es tan o más perturbador que en cualquier calle de Lima. Para no decir nada de las nuevas casas citadinas, una versión universal que uno puede encontrar en cualquier pueblo del paÃs, con el segundo piso colgando sobre el primero (aquà no hay bajos), para ganarle espacio al aire, y la misma arquitectura, esto es, de caja de cerillas pintada de colores chillones. El pueblo tradicional tenÃa la vieja arquitectura española, de ventanas altas y balcones de madera, y de encalado blanco para protegerse del inclemente sol andino.
Y para colmo, han llegado las mineras. Resulta que, por todos sus pecados, las mineras extranjeras han encontrado una enorme veta de oro muy cerca de CelendÃn y se aprestan a explotarla. Esto supondrá, dicen, un enorme desarrollo económico para la región, y prometen minimizar el impacto ecológico. Que esto suponga la eliminación de las dos grandes lagunas de donde procede el agua de la ciudad, y la destrucción de un ecosistema que alberga decenas de aves, algunas tal vez en peligro de extinción, no los arredra, al contrario. Prometen construir un reservorio, hacer escuelas, postas médicas, lo que sea necesario para calmar las naturales reservas de los pobladores de la zona. Veladamente, amenazan con dejar el lugar para la minerÃa ilegal, que sà que hace destrozos sin ningún cargo de conciencia y sin poner escuelitas ni reservorio. Estoy seguro, aunque no puedo probarlo, que aceitan las voluntades de algunas autoridades con la debida compensación por la comprensión y espÃritu emprendedor de las mismas, y, de hecho, tienen ya una oficina en el pueblo con el sólo objeto de promocionar la explotación final del oro en dicho cerro. Su última contribución a la causa regional ha sido donar un par de milloncitos para terminar de construir el mercado nuevo del pueblo, a medio terminar por la imbecilidad de los gobernantes, y esto sin que el pueblo haya todavÃa decidido tajantemente que sà quiere las minas. Estas minucias, empero, como pedirle su opinión a la gente, no van a detener el inexorable avance de la civilización y la inevitable marcha de CelendÃn hacia el progreso. De momento, como dije, ya está convertido en barriada. Pues, como dice el dicho, algunos prefieren ser cola de león –barriada del mundo desarrollado- que cabeza de ratón, esto es, iniciadores de una forma de desarrollo innovador que bien podrÃa haber explotado otros factores impagables de la economÃa regional, como su belleza natural, su proverbial aire puro, su cercanÃa a ruinas de importancia, su hermosa artesanÃa, su posición geográfica, sus centros de estudio, la creatividad de sus gentes. Como barriada seguirá, hasta que no quede un campo sin polucionar, tenga que tomar agua podrida, desaparezcan la agricultura y la artesanÃa y se llene de mineros, mafiosos, burdeles, traficantes y haya que pagar tres veces por el sabroso pan celendino y cuatro por gallinas llenas de plástico. Para entonces, espero, ya no vendré más al pueblo de mis raÃces, porque para oler basura y toparme con mineros canadienses, mejor me quedo en casa y me dedico a sembrar patatas en mi balcón de Amsterdam. Tanto progreso es demasiado para mÃ.
Otra vez un estupendo artÃculo de Frans. Pone los pelos de punta la descripción que hace del «progreso».
Muchas gracias, Frans.
Bildu anuncia que acudirá a los actos de homenaje a las vÃctimas de ETA.
¿Qué hacÃan Mafo y su gente mientras los dirigentes de la Caja del Mediterráneo cometÃan tropelÃas?
Perdoneme Frans van den Broek ,pero tengo que hacerles una pregunta que se hacen en Intereconomia:
¿A quien le compraria un coche de segunda mano a Rajoyibus o a Alfredus?
Ya se que contestar a esta pregunta implica un caracter politico a la respuesta,pero si no se quieren devanar los sesos, yo les doy la respuesta :
Por supuesto que a Rajoyibus,un coche que no lo han movido de su sitio tiene que estar en buen estado,es decir:
¡¡¡¡Comprarle el coche a un Don Tancredo es un chollooooo!!!!….JAJAJA….que nervios.
Los cavernicolas han descubierto un nuevo centro de cocina.
El Restaurante CIS habre sus puertas este verano regalandonos con suculentos platos cocinados.
Exhorto a todos los tontos de los cojones a que coman como es debido de una vez por todas….jeje:
«Los datos huelen a campaña electoral, a sondeo-homenaje enfocado a dar moral a la tropa socialistaâ€
La ‘caverna’, nerviosa con la remontada de Rubalcaba, acusa al CIS de cocinar sondeos a la medida del candidato socialista
http://www.elplural.com/politica/la-caverna-nerviosa-con-la-remontada-de-rubalcaba-acusa-al-cis-de-cocinar-su-encuesta-a-la-medida-del-candidato-socialista/
ya se que abrir se escribe sin H…pero es que tengo tanta HAMBRE de encuestas que cuando alguien abre algo yo lo veo con H.
Gracias poir su de nuevo magnifico articulo de portada,Frans van den Broek….ejem,creo que si el balcon de la casa de frans en Amsterdam es grande ,no hay duda de que podemos ir a visitarle y compartir una buena tortilla española con patatas made in Frans’s House……jeje.
Terrible, terrible lo que nos cuenta Frans. Supongo que es lo mas duro que ha visto en su vida. Porque el mundo de sus recuerdos infantiles, de sus escursiones campestres imaginandose un explorador o Robinson Crusoe, ha sido mansillado por completo. Nosotros nos quejamos del desorden o corrupción con que se han enladrillado nuestras costas, como se han destruido playas por estrechos paseos marÃtimos cercados por edificios de muchas alturas. Pero parece que lo del Perú, uno de los paises actualmente con alta tasa de crecimiento, es muco peor. No parece que Alcaldes y Gerentes de Urbanismo al estilo español se hayan forrado recalificando espacios verdes y cediendo para usos privados terrenos públicos como en España; por lo que nos cuenta Frans se trata de una falta total de existencia de alguna autoridad, recuerda las pelÃculas del Far West. La colonización española se caracterizó por su exceso de reglamentaciones y planificaciones urbanas, de donde han quedado esas plazas cuadradas con su Catedral, Ayuntamiento, residencia del Gobernador, edificio de Recaudación de Impuestos. Se planeaban y el mapa se mandaba a la Corte española para su aprobación. La ciudad de Veracruz en Méjico se planificó antes de que Cortés conquistara la capital de Méjico. Enfin, que gran barbaridad. Lo siento Frans.