Alfonso Salmerón
El psicoanálisis afirma que la neurosis suele manifestarse a través de una compulsión a la repetición del mismo síntoma. Dicho de otra manera, el tropezar una y otra vez con la misma piedra, significa que está manifestándose un conflicto inconsciente no resuelto.Pienso en esto, a propósito del creciente ruido de fondo que parece existir en la flamante Catalunya en Comú y se ha puesto de manifiesto estas semanas con la creación de la corriente sobiranistes, liderada por Elisenda Alemany i Joan Josep Nuet.
En los treinta y siete años que van desde el traumático V Congreso del PSUC, que acabó con la ruptura del partido en tres mitades (la tercera, la de los militantes que se fueron a su casa) y marcó el punto de inflexión hacia el declive del legendario PSUC, varios han sido los intentos de reconstrucción del espacio político que aquél representaba.
No es objeto de este artículo, ni mucho menos, analizar lo ocurrido entonces; para quien quiera profundizar un poquito más en ello, encontrarán algunas aproximaciones interesantes en el libro de Manuel Sacristán, Pacifismo, Ecología y Política Alternativa, en sendas editoriales de El País del 7 y 3 de enero de ese año, así como el número 7 de la revista Mientras Tanto.
Sin embargo, sí afirmaré que en el imaginario colectivo de muchos militantes y simpatizantes izquierdistas pervive la imagen de aquél mítico partido que supo aglutinar las energías de resistencia en la lucha antifranquista y construir una propuesta política como partido nacional y de clase, que fue punto de encuentro de trabajadores e intelectuales y herramienta de inclusión de los obreros venidos de todo el estado, que encontraron en el PSUC y en la Comisión Obrera Nacional de Catalunya un instrumento de socialización y de lucha. Un sol poble. Aquél legendario partido, supo hacerse respetar por la clase dominante catalana y ejerció además una gran capacidad de fascinación sobre ciertas élites burguesas.
Desde entonces, cada uno de esos intentos de reconstrucción del espacio, protagonizados en gran medida por algunos de los protagonistas de la ruptura, se ha saldado con un nuevo fracaso, una nueva decepción y un nuevo cisma que ha ido engrosando la nómina de psuqueros desencantados.
Eso sí, todos los pedazos de esa gran diáspora comunista se reclaman el papel de herederos de aquél PSUC y de su política, abanderando la unidad de las izquierdas, el carácter nacional de su propuesta y su doble condición revolucionaria: partido de lucha y de gobierno.
El último de esos intentos es el proyecto Catalunya en Comú. Casi podríamos decir que cada década tuvo el suyo. En los noventa Iniciativa per Catalunya, en los inicios de siglo la coalición ICV-EUIA y ahora Catalunya en Comú, ambicioso proyecto de encuentro entre lo viejo y lo nuevo, que nació al albor de la confluencia de los nuevos proyectos emergentes tras el 15-M (Barcelona en Comú y Podem) y los herederos del PSUC (ICV-EUIA) tras su paso por el purgatorio al que les había condenado la nueva política, acusados de colaboracionismo institucional con el régimen del 78.
En su asamblea fundacional, su entonces flamante secretario general, Xavier Doménech, ya habló en esos términos para referirse a la nueva organización política, reclamándose herederos de su legado político y afirmando que venían a “consumar lo que acarició el PSUC: ser referente de las clases medias y populares” en una entrevista en cuartopoder en abril del año pasado.
Año y medio después de afirmar tan colosal objetivo para Catalunya en Comú, Doménech dimitió de todos sus cargos alegando motivos de carácter personal, dejando a los comunes en una situación de clara precariedad.
Hay quien ha querido ver en la dimisión de Doménech razones de calado político, y motivos seguramente no les falten. Sus dificultades para armar una dirección de consenso y su posición de persona de enlace entre diferentes frentes: entre Pablo Iglesias y Ada Colau, entre soberanistas y federalistas y entre la vieja y la nueva política, lo situaba en el vértice de unos equilibrios que solamente una resiliencia a prueba de bomba hubieran podido sostener. La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil pero el mayor problema de la renuncia de Doménech es que hay pocas personas, por no decir ninguna, que pueda coger su testimonio.
Doménech era la persona indicada porque su propia trayectoria, personalidad y actitud política representaba como nadie lo que significa la confluencia. Dimitido Doménech las tensiones internas larvadas durante meses parecen haberse puesto al descubierto. Su figura, sus profundas convicciones republicanas con hondas raíces en el movimiento obrero y su visión plurinacional del estado, le permitían articular una propuesta nacional republicana y emancipadora para Catalunya que a la vez encontrara complicidades al otro lado del Ebro.
Catalunya en Comú se sitúa ahora frente al espejo. Al espejo de su propia identidad política y al escrutinio de los apoyos populares en las próximas elecciones municipales. Sin Doménech, Catalunya en Comú se lo juega casi a todo a la carta de la Alcaldía de Barcelona. Ada Colau se ha quedado muy sola ante el peligro.
La creación de la corriente soberanistes parece haber querido aprovechar la ocasión de la dimisión de Doménech y el desacuerdo en la propuesta organizativa para señalar sagazmente que el rey, en este caso la reina, estaba desnuda. Es probable que hayan hecho el diagnóstico adecuado sobre el momento de Catalunya en Comú y los riesgos de involución del proyecto. Sin embargo, el momento y la manera de lanzar su propuesta no ha sido muy bien recibida por casi nadie y difícilmente pase la prueba del algodón de la lealtad. Si Catalunya en Comú es acaso la penúltima oportunidad para consumar lo que acarició el PSUC, como decía su anterior secretario general, señalar sus carencias en un debate público en el momento más delicado de un parto complicado no parece la mejor contribución al debate, máxime cuando se invita a un debate nominalista de fatal recuerdo en el pasado, que activa cuando menos las alertas entre una militancia muy castigada por los continuos cismas de la izquierda. El debate soberanistas vs federalistas es un debate falso y a mi juicio oportunista, que no pasa la prueba del siete cuando los portavoces de la citada corriente reconocen que la única salida al conflicto político en Catalunya pasa por un referéndum acordado con el Estado. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas.
Por el contrario, si lo que se pretende es hacer autocrítica y señalar los riesgos de una cierta involución del proyecto, sus déficits democráticos y organizativos y la pérdida de potencia transformadora en su discurso, bienvenido sea el debate abierto, con lealtad, luz y taquígrafos y sin trazar previamente líneas divisorias que los protagonistas (por lo menos algunos) deberían conocer perfectamente donde conducen. Repetir de nuevo el síntoma pone otra vez de relieve que no se ha superado el trauma de la ruptura violenta del 81 ni se ha podido elaborar el duelo por el paraíso perdido del PSUC legendario, al que entre todos mataron y él solo se murió. Ahora que Doménech nos ha abandonado, urge terapeuta. A ser posible, con experiencia.
Interesantísimo relato de la evolución del PSUC hasta la dimisión de Domenech. Es bastante parecida a la evolución del PC del resto de España. La diferencia es que este último no tiene la posibilidad de declararse soberanista.
Me encanta el ver la piscina de cocodrilos sin el funcionario que se encarga de nutrir a los que se han de comer.
¿Qué me está contando el articulista ? Una trayectoria de divisiones -particular de una izquierda sectaria insertada en el capitalismo moderno de una España en transformación- insignificante.
Son problemas personales de quienes el tiempo congeló.
Su interés es nulo, y solo desde el punto de la leyenda de una generación adormecida se sostiene, tal y como los supervivientes se encargan de demostrar .
Las ensoñaciones de ayer ocupan los barrocos sillones del Tribunal Supremo.
Doménech besó a la vibora en el Congreso y muere con su veneno. Pero eso es su problema , no del que les votó.
El problema esencial de esta izquierda mediática es que lo quieren todo .
Qué rápido han aprendido los concejales de Madrid y Carmena.
Si continúan con los ejercicios de moral volveremos a Valladolid y sus controversias.
una de las cosas que carga o cargamos la izquierda y con razón es esa tendencia constante a la división , atomización y etc que tan bien retratada quedó en el mitico sketch de «La vida de Brian», con el frente Popular de Judea, el Frente Judaico popular etc etc etc. Es que las cosas son así en muchas partes.
Creo que en la derecha eso no pasa -aunque yo les aprecie sus propios demonios familiares también parodiables-. Mi favorito es decir «Franco» y esperar diez segundos. porque SIEMPRE hay reacción curiosa.
De la izquierda catalana conozco muy poco y muy minoritario. Hay un excelente parlamentario europeo, que se llama Ernest Urtasun y yastá.