Del ágora al callejón

Carlos Hidalgo 

Ayer supimos que dos informes independientes, encargados por el Comité de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos, muestran que las empresas tecnológicas se quedaron cortas deliberadamente al testificar en la Cámara Alta estadounidense.  

Los informes, hechos por una empresa de ciberseguridad y por la Universidad de Oxford, muestran que las operaciones de desinformación rusas eran más amplias de lo previsto y que estaban muy bien dirigidas. En concreto, además de difundir bulos acerca de Hillary Clinton y de Obama en los círculos más a la derecha de las redes sociales, también se encargaron de fomentar la abstención en los caladeros de votos de los demócratas; concretamente entre la población negra.  

Los rusos saben muy bien que las personas desfavorecidas tienden a abstenerse en mayor proporción que las clases medias y altas, por lo que se dedicaron a crear páginas y usuarios dedicados a proclamar que el racismo en los EEUU mantenía a las personas negras fuera del sistema y que, por lo tanto, no merecía la pena acudir a las urnas, dado que tanto daba que ganase Hillary Clinton como Donald Trump. 

También supieron leer la tendencia de la izquierda a las ansias de pureza y perfección que hacen que algunos de sus votantes se queden en casa, dado que no hay candidato que está a la altura de sus exigentes requisitos. Así que se encargaron de pagar anuncios dirigidos a los simpatizantes de Bernie Sanders para que se abstuvieran antes que votar a Clinton, o bien para que votasen a la candidata del Partido Verde, heredera del izquierdismo sin opciones de Ralph Nader.  

Los datos no permiten conocer hasta qué punto las actividades de la Agencia de Investigación de Internet, el conglomerado ruso dedicado a la desinformación situado en San Petersburgo, influyeron de manera efectiva en el resultado electoral. Y es un dato muy difícil de conocer, incluso realizando encuestas a gran escala que nadie parece estar dispuesto a costear. Pero sí que permiten probar cómo ciertas dos cosas: la primera es que los rusos sí interfirieron en el proceso electoral usando las redes sociales, que con relativamente poco dinero lograron crear y mantener comunidades de millones de personas, alimentadas varias veces al día con desinformación y noticias falsas (como que Clinton hubiera recibido donaciones del Ku Klux Klan) y que se dedicaron a desmovilizar a las bases demócratas con más esfuerzo que a movilizar a la llamada derecha nacionalista blanca.  

También sabemos que las empresas tecnológicas, especialmente Facebook, Twitter y Google trataron de negar el problema primero, de minimizarlo después y que en realidad no han puesto los medios para que hechos así no se repitan, ni han proporcionado datos suficientes para poder medirlo con precisión.  

Internet, que creíamos que era un foro más de la democracia, una plaza pública donde la ciudadanía podría intercambiar opiniones con todos los datos del mundo a su alcance, ha demostrado ser un callejón plagado de estafadores; donde sus habitantes se dirigen a intoxicadores malencarados para que les den razón, en lugar de buscar el conocimiento. Cuando, desde el punto de vista los usuarios, un sitio web dedicado a intoxicar con burdas mentiras, está al mismo nivel que los viejos periódicos de papel (ahora boqueando a duras penas en las redes), tenemos un serio problema para que las informaciones veraces lleguen al gran público. 

La prensa, conocida antes como el cuarto poder del Estado, ha visto como su parte del equilibrio de poderes se rompía ante los esfuerzos de desaprensivos, conspiranoicos y gobiernos sin escrúpulos.

Sólo el tiempo dirá si el periodismo de calidad volverá a abrirse paso en el nuevo ecosistema o si pasará a marchitarse lentamente, entre tantas cosas que dábamos por hechas, como la libre expresión, el sindicalismo o el Estado de Bienestar.

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