Democracia madura

Senyor_J

El mundo ha descubierto nuevas palabras para declinar la palabra «democracia», lo que consiste ni más ni menos que en concluir que democracia es aquello que cada cual considere en cada momento.En general se ha estimado que Estados Unidos es una democracia madura, porque ya tiene unos cuantos años. También se ha apreciado que la española es una democracia joven, porque no tiene tantos. La de Maduro en Venezuela, en cambio, se ve que no es madura, sino que es insuficiente. Será por ello que en el momento que un personaje decide nombrarse a sí mismo presidente, un país tras otro, espoleados por el Gran Hermano de Washington, corren a reconocerle máximo dignatario del país. Nace así el fenómeno Guaidó, el último producto que se viene arriba surgido de la insigne oposición venezolana, sucesor de otros tantos memorables personajes como Henrique Capriles, o en un terreno más «presidencial», Pedro Carmona, el último presidente autoproclamado, en este caso en 2002, y el último también en recibir el calor del Gobierno español, al que estas cosas le parecen superdemocráticas mientras sucedan lejos de sus fronteras.

La cosa sería interesante e incluso oportuna si no fuera por los contrastes. Precisamente estos días en que se acerca en España el juicio a un conjunto de líderes autoproclamados republicanos, resulta gracioso ver a Pedro Sánchez reconocer la presidencia de Guaidó, un Guaidó que debe de ser mucho más demócrata que Junqueras, Sánchez o Puigdemont. Es probable que la diferencia entre Guaidó y Puigdemont sea que el primero se proclama presidente en las calles y el segundo proclama la república por mayoría parlamentaria, una vez que ese mismo parlamento se dota de ciertas leyes que rebasan los límites constitucionales. Pero al fin y al cabo eso acaba siendo una cuestión de puntos de vista. Así, desde otra perspectiva se puede establecer un hilo conductor entre Maduro y Puigdemont, señalar que ambos destacan por su inconstitucionalismo y, por lo tanto, concluir que ambos merecen ser procesados y juzgados. Para gustos, colores, como colores tienen las banderas, que siguen siendo las mismas incluso cuando dejan de ser democráticas (con la notable excepción de la bandera republicana española, de la que nunca más se supo, ya sea por demasiado democrática o demasiado poco, no sé. El caso es que la retiró una dictadura).

Así las cosas, los conceptos se nos escapan de las manos: ¿democracia madura frente a democracia Maduro? ¿Presos políticos venezolanos frente a políticos presos catalanes? La democracia a la carta hace su aparición, por lo que si no le gustan mis principios, tengo otros, aunque quizás con ello se pierde un elemento sustancial de la democracia, que era aquello de dotarse de unas reglas del juego que puedan resultar aceptables para todos y todas, de modo que el ejercicio del poder sea legítimo y reconocido por todas las partes que lo disputen. Hoy parece que la letra de esas reglas no es exactamente compartida y que los ejes de acción considerados prodemocráticos se habrían podido considerar antidemocráticos hace nada.

En ausencia de consensos democráticos, surge la guerra por el relato, donde nunca fallan los elementos comunes, como la siempre recurrente amenaza de guerra civil, cosa que parece que no puede pasar ni en Cataluña, ni en Venezuela, por la sencilla razón de que hasta que se demuestre lo contrario el control de las armas está en manos del ejército y este no está dividido en ninguno de los dos países. Ahora bien, si resulta que viene alguien y se dedica a armar a una guerrilla opositora, entonces ya se verá. Amantes de la guerra entendida como una bella arte de toma del poder siempre los hay en todas partes. ¡Cómo olvidar los planes de control de centros clave como los aeropuertos, en caso de proclamación republicana, que algunas mentes preclaras diseñaron en Cataluña! Ya lo cantaba Ángel Parra:

Me gusta la democracia,
lo digo con dignidad,
si sienten ruido de sables
es pura casualidad.

Por suerte, al final todo acabará satisfactoriamente y el bien se impondrá sobre el mal. Es indudable que la democracia ganará, sea cual sea esta. En 2029 contemplaremos nuestros países y veremos lo fortalecidos que están los derechos en todos esos lugares donde se ven cuestionados. La democracia avanza sin freno, ¡ay del que intente frenar la democracia!

 

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