Días que nos cambiaron para siempre

Alfonso Salmerón

Tiempo en nebulosa. Molesta viscosidad que se engancha a los días. Uno detrás de otro en melodía monocorde. Fundido al sepia de los sueños. Has vuelto a tener ese sueño en el que se condensan todos los demonios proyectados en los medios de comunicación como si fuesen sombras chinas junto a los tuyos propio. Recuerdos de la infancia. Volverás a fumar y despertarás con el sabor dulce y pastoso de la culpa y el último ducados. Ha vuelto a salir el sol. Es sábado y tal vez sea demasiado temprano para levantarse, pero hace rato que das vueltas en la cama esperando una hora más razonable para poner en modo on todas tus rutinas de confinamiento. A tu lado, tu mujer, también despierta, lee con cierta desgana esa novela que le acompaña desde el inicio de esta pesadilla, mientras el pequeño, que volvió a despertarse a media noche, descansa rendido en su regazo.

Ayer se cumplieron sesenta días desde que empezaste, perplejo, este encierro. 13 de marzo. El domingo, en una comida con la familia te burlabas cariñosamente de tu hermana enfermera cuando abogaba por un confinamiento drástico e inmediato y te llamaba irresponsable por frecuentar todavía bares, restaurantes y salas de cine. Han pasado dos meses y apenas queda rastro de tu vida de antes. Dos meses en los que has cambiado el “cuando esto pase” por el “no queda más remedio que acostumbrarse a esta nueva normalidad” Has visto enfermar a algunos familiares y amigos. Algunos, la mayoría, se han recuperado, otros, sin embargo, se fueron sin que pudieras despedirte de ellos. Cuando empezó el confinamiento ni siquiera estaban enfermos y ahora ya no están. No existen. Son ceniza. ¿Cómo metabolizar un dolor cuando apenas has podido sentirlo, tocarlo?

Todo se volatiliza. A lo largo de estos sesenta días aprendiste a hacer calendarios de rutinas que quedaron superados por una realidad tan devastadora como silenciosa. Implacable. Ahora tu mantra es vivir al día, minuto a minuto. No planificar. Has flexibilizado normas e incluso permites que tu hijo mire algunas horas más de la cuenta tu ipad al mismo tiempo que tu mujer y tú devoráis series y tabletas de chocolate. Tiempos de una monotonía extraña que se viven agarrados a los extremos de una línea arbitraria a merced de un tiempo mudo. Geografías de la paradoja, vuestro sexo fluctúa entre la desgana y lo compulsivo. La medida de lo incierto. Fuera de control.

Dos meses ya en los que has tenido la suerte de poder mantener tu empleo y descubrir las bondades del teletrabajo. Y sus horrores. Con suerte, otros muchos habrán hecho verdaderos ejercicios de contorsionismo para conciliar trabajo y crianza, si tienen hijos pequeños, como tú. O si tienes hijos a secas. Contener. A otros muchos les habrá sido todavía más complicado. Sobretodo si son mujeres, sobre todos si están solas, aún más si son pobres, no digamos si además son inmigrantes, porque sí, las desigualdades de género, de etnia, de clase también determinarán como habrá sido nuestro confinamiento. Otros muchos con menos suerte, habrán aplaudido ese ERTE que les ha permitido mantener el puesto de trabajo y liberar algunas horas para dedicar a la crianza, al power yoga, a netflix o a su huerto urbano. O a todas esas cosas a la vez, además de algunas estupideces para las que nunca encuentras tiempo en tu habitual, normal y añorada jornada de explotación laboral.

¿Qué decir de las disputas políticas. Tus opiniones acerca del gobierno han pasado por todas las opciones posibles independientemente de su color político. Ha habido días que te has alineado con quienes defendían un confinamiento aún más drástico y radical, y al día siguiente has pasado a defender la postura contraria que exigía pasar ya a la fase 1 y “que sea lo que dios quiera”. Has sentido rabia y respeto y odio e incluso ternura hacia el presidente, los ministros, los técnicos o el conseller de turno cuando se han dirigido a nosotros cada semana. A lo mejor incluso has reído con ellos o has podido sentir piedad o solidaridad pena cuando alguno de ellos ha enfermado como la vicepresidenta o el muy entrañable doctor Simón.

En dos meses tal vez hayas descubierto que eso de defender la sanidad pública era mucho más que un eslogan. Quizás hayas aprendido muchas cosas que no sabías sobre ese oficio noble de salvar vidas y el incluso más noble de acompañarlas en sus últimos estertores. El consuelo de una mirada y una voz tiernas incluso cuando están parapetadas tras unas gafas y una mascarilla. Ese colectivo que hasta maltratado, siempre en el lugar adecuado y el momento preciso, con una sonrisa. Se llama vocación. Acaso lo habías olvidado. Hay personas que además de trabajar por dinero, como todas, lo hacen por algo más. Por eso son felices aunque sean injustamente tratadas, aunque hayan tenido que cuidar de nosotros, sin los equipos de protección adecuados, jugándose literalmente la vida. Conscientes de realizar una misión, un cometido. Un proyecto, ese puente entre la nada y la conciencia de estar vivos. Éticas y códigos deontológicos. Mientras muchos caen, el sanitario sigue siendo una luz en mitad de tanta oscuridad.

Pero han pasado dos meses. Y esto sigue. Y ya no tienes mucho más repertorio para casi nada. En dos semanas entramos en verano. Esta mierda de virus nos ha robado la primavera y ahora amenaza con hacer lo propio con el verano. Los más jóvenes tienen mucha vida por delante, sí, pero ya nadie les va a devolver estos dos meses, y los que les quedan, de su vida. Dos meses que para los más mayores representan toda una eternidad. Son ellos, nuestros mayores quienes ahora viven con más ansiedad un futuro tan abierto como incierto. La incertidumbre de saber si llegarán a tiempo de recuperar la vida que les queda en el lugar donde la habían dejado.

Esto sigue. Sólo un cinco por ciento de la población española está inmunizada. Un dato terrible que nos muestra que seguimos en riesgo de un rebrote, un dato que tal vez te pueda hacer pensar que todo este sacrificio haya sido en vano. Ahora que sales con más dedicación que entusiasmo a dar un paseo en las horas que el gobierno lo permite, compruebas con más desazón que rabia o enfado la relajación de muchos de tus conciudadanos con las medidas de seguridad. Quizás tenga que ver con eso. Esa desazón. Porque aunque hemos hecho todo lo que nos han dicho y hemos doblado la maldita curva (ahora empieza a repuntar levemente) el coronavirus y otros parientes suyos, siguen ahí en la calle, al acecho, y seguirán entre nosotros durante los próximos años según algunos científicos, como consecuencia de la pérdida de biodiversidad y de la fractura causada en el ciclo natural de la vida.

Con todas las dudas, con muy pocas certezas, sin vacuna todavía y con la mella que meses de miedo, zozobra y distanciamiento social, ha dejado en nosotros, no nos quedará más remedio que volver poco a poco a nuestras actividades para enfrentarnos poco a poco a esa “nueva normalidad” que habrá que construir día a día. Una normalidad que desconocemos, que nos asusta y que tal vez rechacemos. Del duelo del confinamiento al duelo de la desescalada. Este segundo tránsito acaso se te haga incluso más difícil. Es un tránsito a un mundo más incierto. Nos encerrábamos para protegernos y proteger a los más vulnerables y ahora volveremos a la calle, a la vida, para toparnos tal vez con una realidad que se parezca muy poco a la que el virus nos robó quizás para siempre.

Pero habrá que volver y habrá que aprender a transitar por las sendas del miedo y de la incertidumbre y habrá que hacerlo de nuevo, más juntos que nunca cuanto más separados lo estemos físicamente. Y habrá que poner en sordina a los más agoreros para mantener el cortisol a raya, al tiempo que guardemos el silencio necesario que nos permita escuchar con atención a quienes que hablen con la prudencia, la precisión y la humildad que exige el razonamiento científico, aquel que probablemente porque busca la certeza, no se conforma con las medias verdades que se corean a los cuatro vientos para silenciar la única verdad que conocemos, la de este devenir por definición incierto.

Volveremos para redescubrir la vida y será una ocasión única para reinventarnos. En lo personal y en lo colectivo. Es probable que aún no seamos del todo conscientes, pero de alguna manera, quizás, hace tiempo que intuimos que estos días ya nos han cambiado para siempre.

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