Dos apuntes de coyuntura catalana

Lluis Camprubí

Aunque hay muchos temas en la excitada política catalana que requieren atención, hoy me gustaría comentar sobre dos: la degradación del final del “Procés” y la vertebración de un nuevo espacio político denominado “Un País en Comú”.

A principios de curso apuntaba que este año -lo que se ha venido en conocer como- el “Procés” se iría agotando, sin conseguir su objetivo declarado, pero sí algunos de los objetivos específicos de sus actores http://www.debatecallejero.com/escenarios-post-proces/ . Lo más destacable del actual momento es la degradación que acompaña su fase final. Autodegradación de las instituciones catalanas (laminación de derechos de la oposición parlamentaria, p.ej.) y de los organismos de interés público (sectarización de los medios de comunicación de titularidad pública). Degradación de la unidad civil (fragilidad de los espacios transversales y dificultad de estos de aislarse o superar la exigencia de alineación). Degradación también del debate público y propositiva por parte de los actores del Procés. Y finalmente degradación (por marchitamiento o agotamiento) de la dinámica de acción-reacción que el Procés buscaba. En ese artículo dibujaba 3 posibles escenarios de salida de la situación: que las instituciones del conjunto del estado propusieran una nueva articulación territorial y un reconocimiento nacional para Catalunya; que fueran las instituciones catalanas las que lo propusieran; o seguir un tiempo más con un Procés cada vez más autoreferencial y desconectándose de su base social en un sentido amplio hasta que la ficción fuese demasiado evidente.

Hay muchos indicios que, más allá de choques, gesticulaciones y ruidos, se va a unas nuevas elecciones catalanas. Y es probable que sea después de estas elecciones que uno de los dos primeros escenarios tome forma. Una convocatoria electoral, en la que si se quiere evitar el planteamiento de falso plebiscito, las distintas fuerzas deberían concretar sus propuestas en los distintos ámbitos, también en el modelo de articulación territorial y en la metodología para lograrla.

Esto enlaza con el segundo tema, la aparición de Un País en Comú. Un espacio político que hasta ahora planteaba al respecto una profundización de la plurinacionalidad del Estado (sin concretar en exceso su articulación) y la defensa de un referéndum (también sin concretar en exceso su formulación, más allá que debía ser acordado con el Estado). Parece claro que cualquier fuerza con voluntad mayoritaria y de gobierno como es Un País en Comú debe tener una propuesta definida y profundizada del modelo de articulación territorial plurinacional. Y tan importante como eso, es tener definido el cómo, es decir qué pasos dar para ir avanzando hacia él y qué modalidad de cambio institucional se propone y éste cómo se valida democráticamente. Hasta ahora con el acompañamiento a la idea de referéndum (implícitamente se entendía sobre la independencia) parecía que bastaba. Pero ahora ya no. No parece ya la solución, ni metodológica ni política. Algo que no es posible en un horizonte razonable, no es la solución metodológica para resolver un problema. Y cuánto más cristalizan dos comunidades de identidad-opinión y más se polariza la sociedad en una confrontación de cuasi-empate, peor solución política estable, clarificadora y duradera parece un referéndum previo de alternativa binaria. En especial cuándo hay planteamientos de articulación territorial que pueden dar satisfacción a un grueso de la sociedad catalana (compleja y plural como es) y generar consenso con el grueso de la sociedad española.

Un País en Comú puede ser un actor político central en la política catalana. Nace, se dice, desde la izquierda catalanista, con voluntad mayoritaria, hegemónica, y de servicio a la mayoría de la sociedad catalana. Incorpora las mejores experiencias de lucha y de gobierno en Catalunya, tanto las muy consolidadas como las más recientes, en ambos casos. Aparece, pero, en un contexto en que el paradigma del Procés (ahora ya menos intensamente) imposibilita plantear una alternativa propia (y dicho sea, en el qué las famosas ventanas de oportunidad para cambios disruptivos se han cerrado). Así pues, puede esperar a qué el Procés vaya decayendo (sabiendo de su capacidad de reinvención) o contribuir activamente a emerger una alternativa propia, también en la cuestión nacional-territorial, sin tener que esperar a que el Procés colapse. Para ello, debe presentar con claridad cuál es su propuesta y a la vez confrontar con el Procés en tres de sus aspectos centrales: su indeseabilidad (su propuesta y sus costes no parecen lo mejor para la mayoría de la sociedad catalana), su imposibilidad (la secesión aquí y ahora no son posibles), y su ilegitimidad (ni la mayoría social les acompaña, ni la desobediencia institucional aquí y ahora parece legítima). El riesgo de no confrontar los tres a la vez es la subalternidad. Se intuye más fácil hacerlo ahora en esta fase degradativa qué cuándo el Procés estaba en ascendente.

Este actor político tiene ante sí, además algunos otros retos mayúsculos. Descontando las cuestiones internas en esta fase de construcción, en las que la cohesión puede fallar si los principios de cooperación y lealtad no cuajan. El primer reto es dar respuesta a los anhelos y preocupaciones del grueso de la sociedad. No es fácil cuándo la irrupción ya está amortizada y los constrictores para la acción política siguen igual. El segundo es ser alternativa y disputar la hegemonía a ERC (ahora que se empezaba a saber domesticar la capacidad hegemónica de CDC resulta que ya no vale). Esto sólo parece posible en un paradigma post-procés. Respecto a ERC tiene otra dificultad en la tensión alternativa-cooperación. Dentro del paradigma Procés parece impensable por parte de ambos actores (por razones distintas cada uno) acuerdos entre sí para una mayoría de gobierno. Pero en un escenario post-procés ese acuerdo formaría parte del grueso de alguna de las posibles configuraciones de mayoría política. Un tercer elemento es la capacidad de establecer alianzas asimétricas y variables. No es fácil pero es capacidad imprescindible para una fuerza que se marca objetivos en todas y cada una de las esferas públicas. Y un cuarto reto es la acción política a escala europea. La simple crítica discursiva, ponerse de perfil y la no priorización de la lucha política a esa escala son lujos en un contexto que ya se ha abierto al máximo nivel el debate sobre la arquitectura y gobernanza europea. Parece pues necesario que se de esa batalla con la máxima intensidad. Para superar parte de la impotencia política se requiere democratizar y dotar de capacidad la institucionalidad comunitaria europea. Esto es una pre-condición para poder desarrollar el proyecto de libertad, igualdad y fraternidad que esta fuerza (y otras, claro está) promueven.

 

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