Economía real

Julio Embid

El domingo fui a un centro comercial a mirar y comprar cosas. Soy de esos afortunados de clase media-alta que libran los sábados y domingos, que el fin de semana se dedica a gastar en bienes y servicios lo que le ingresan a primeros de mes en la nómina por el trabajo que realiza de lunes a viernes. Y no me quejo en absoluto. Otras personas por el contrario trabajan los fines de semana o a turnos para que una parte de la sociedad disfrute durante dos días. Soy de esas personas que está a favor de los horarios amplios (muchos días hacemos la compra de la cena en un hipermercado pasadas las 21:30 de la noche) y de la apertura de establecimientos los fines de semana. La izquierda verdadera te dice que no, que los fines de semana nada, que si los centros comerciales están matando al pequeño comercio y que si es mejor todo cerrado y a pasear por el bosque. La verdad es que yo creo que es casi como ponerle puertas al bosque (o al Amazon), ya que a través de internet uno puede comprar cualquier cosa a cualquier hora del día en cualquier lugar del mundo. Y que, desde luego, el pequeño comercio tampoco vota a la izquierda verdadera.

Paseando por dicho centro comercial encontré una zapatería en cuya puerta había un cartel que decía «Horario Festivos: De 11 a 14 y de 17 a 20» y eso me alarmó más, porque pensé que, independientemente de donde viva la dependienta no dueña de dicha tienda, va a echar el día completo sin hacer una jornada de 8 horas, por un salario probablemente muy bajo y recordé que la economía real y los problemas laborales entienden poco de digitalización y ecologismo. Y que en tiempos de crisis no podemos abordar la post-modernidad sin garantizar un salario mínimo digno de mil euros, un cumplimiento estricto de los horarios laborales (sin regalar millones de horas al dueño) y desde luego, una compensación económica por horarios nocturnos, en fines de semana o en jornada partida. Porque hasta que las pizzas no las haga una máquina que programes directamente desde una aplicación, habrá un cocinero, probablemente extranjero, trabajando por el salario mínimo para amasar la masa y colocar los ingredientes. Porque hasta que los drones no repartan a casa, habrá un repartidor, probablemente muy joven, trabajando por el salario mínimo o como falso autónomo. Porque mientras haya clientes dispuestos a mirarse unos zapatos en fin de semana, habrá dependientas trabajando por el salario mínimo a jornada partida un domingo. Y esos tres: pizzero, repartidor y dependienta si suelen votar a las izquierdas ensimismadas en si mismas y en su simbología (el medio ambiente, la República, la cooperación al desarrollo…) que muchas veces olvida a los que tiene que defender.

Luchar por volver a subir el salario mínimo, por aumentar la recaudación de los que más tienen, poner ascensor en las viviendas sindicales de los años sesenta y duplicar la frecuencia del transporte público, sí mejora la vida de los trabajadores. Y a ellos nos debemos.

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