Ecos de continuidad

Juanjo Cáceres

Podría ser 31 de diciembre y apenas nos daríamos cuenta, pero no a causa de la llegada de las primeras luces de navidad. A medida que se aproxima la finalización de 2021, se va generando la sensación de que 2022 no será muy distinto. Todo hace pensar que el próximo año consistirá, básicamente, en disputar una partida con unas cartas ya repartidas en 2021 y, desde luego, en 2020, puesto que la llegada de la variante ómicron nos confirma que la pandemia sigue tan viva como el uso habitual de las mascarillas. E igualmente nos lo subraya, al menos por la parte que me afecta, la cada vez más cercana tercera dosis para los mayores de 40 años.

Ambiente, pues, de más de lo mismo y sin demasiado gatopardismo, ya que la estabilidad institucional parece que va a ser la tónica, al menos durante la mayor parte del año. Gobierno de España, parlamentos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos van aprobando sus presupuestos 2022, conjugando pactos no inéditos, ni tampoco ya sorprendentes, porque dos ejercicios de pandemia han agotado nuestra capacidad de maravillarnos. Ahí tenemos el acuerdo entre Ayuso y Vox en Madrid. Allá tenemos a los Comunes aprobando los presupuestos de Junts per Catalunya y Esquerra Republicana en la Generalitat. A cambio tenemos al emérito líder del grupo municipal barcelonés de ERC, Ernest Maragall, afirmar primero que votará en contra de los presupuestos barceloneses, para desdecirse unas horas después y anunciar su voto favorable, fruto del acuerdo alcanzado en el Parlament y como si de un intercambio de cromos se tratase. Situaciones análogas se han vivido en otros lugares, en un periodo en que se avecina la ejecución de los proyectos Next Generation, la implementación de planes de gobierno realizados durante el presente mandato en las instituciones autonómicas y locales formadas en el año 2019 y todos esos avisos a modo de indicadores que anuncian un, tal vez, intrigante o tal vez, inquietante futuro.

Porque, en efecto, la inflación, la crisis de suministros o la cuestión energética, entre otros fenómenos dignos de preocupación, suponen otro buen estímulo para mantener los cuerpos inmóviles en las trincheras. Bien puede ser que se produzca un adelanto electoral en Andalucía que sirva como test de la batalla que vendrá en 2023, pero, en cambio, con todo este encadenamiento de escenarios, parece poco probable que acabe llegando un momento en 2022 en que Pedro Sánchez se decida a apretar el botón del adelanto electoral. Ello seguramente sea positivo, porque así la política tendrá muchas más posibilidades de aplicar remedios a los sin duda múltiples achaques que nos afectan.

Asimismo, en medio de todo esto habrá que ver también qué clima nos toca vivir, y no lo digo tanto por la cuestión de las emisiones, como por el ambiente emocional que generan la pandemia, la realidad económica y la política. Los dos últimos años hemos alternado episodios de fuerte crispación, con otros de tranquilidad o incluso de docilidad, fruto de esa tensión entre miedo, aislamiento y sensación opresiva, así como de sus múltiples derivadas: entre ellas, la proliferación de las teorías de la conspiración en entornos de redes sociales, el tirarse los trastos a la cabeza en la institución por cosas que tan a menudo escapan a nuestro control y ese malestar psicológico que para muchas personas se ha ido volviendo endémico. El empeoramiento de cualquier indicador que se mire sobre salud mental da buena cuenta de ello, lo que a su vez debería hacer preguntarnos si en un periodo como el que vivimos los representantes públicos han de esforzarse mucho más en minimizar dinámicas que incrementen la tensión ambiental. Hay elementos, de hecho, que a veces parecen apuntar en esa dirección. Otros, en cambio, no tanto.

En medio de todas estas disquisiciones, más propias del 31 que del 1 de diciembre, bien podría parecer que solo queda desear una feliz navidad y un próspero año nuevo, pero esos 30 días de diferencia nos dejan un buen margen para que todos nos planteemos adoptar buenos propósitos, de modo que aunque nada cambie, bien podamos cambiar nosotros. Por ejemplo, ya que el problema climático es acuciante, yo animo desde aquí a pasar una navidad sostenible. Si hemos rechazado ampliar la pista del Prat, no incrementemos ahora la demanda de vuelos buscando billetes para una escapada a algunos miles de kilómetros. Si nos inquietan las emisiones y el transporte tiene una enorme cuota de responsabilidad en las mismas, no adquiramos cosas para regalar o para utilizar procedentes de larguísimas cadenas de suministro transcontinentales. Si tanto nos decepcionan los acuerdos de las cumbres climáticas, es un buen momento para ser coherentes y convertirnos en vectores activos del cambio, lo cual no implica solamente adoptar unos estilos de vida acorde con todo eso que exigimos, sino también promover en nuestros entornos las soluciones necesarias para que realmente sea posible la tantas veces reiterada transición ecológica. Pero sin que eso no haga vivir como ermitaños, a poder ser.

¿Es mucho pedir? Probablemente. Por eso y también por otros muchos motivos resuenan esos ecos de continuidad, como campanas tintineantes. ¿Y por quién doblan esas campanas? Por ti, siempre por ti, si las oyes o si las escuchas…

 

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