El combate definitivo

Juanjo Cáceres

“A muchos de vosotros os he dicho a menudo eso de que yo antes muerto que sencillo”. Son palabras literarias -que no literales- de Pedro Sánchez en el Debate Callejero del 27 de julio, tras sondear a Puigdemont: «¿Me ayudarás a acabar de derrotar a la extrema derecha, Carles?» «No et faré president a canvi de res». Algo menos de dos meses después, la operación está en marcha.

Todo empieza un 28 de mayo, cuando tras el recuento todos los ciudadanos pueden apreciar el avance de la ola azul. No son pocos los que dan por perdida la batalla del 23 de julio, pero Pedro Sánchez prefiere pasar a la acción: adelanto electoral, campaña a la ofensiva y en el último instante, imposibilidad del Partido Popular de aunar 176 escaños pese a la ayuda de Vox y otras fuerzas minoritarias. Tampoco salen las cuentas sumando todo el resto de fuerzas del hemiciclo, sin que el partido del hombre de Waterloo entre en el juego. Es el billete de oro que casi había perdido la esperanza de recibir, tras los hechos de octubre de 2017.

Han transcurrido ya casi seis años, durante los cuales la justicia española ha hecho lo posible por juzgarlo en España, sin éxito. Durante los cuales ha presidido el Consell per la República, un organismo cuyos antecedentes y objetivos tienen mucho que ver con el cumplimiento del “mandat de l’1 d’octubre”. A lo largo de ese tiempo, sus descalificaciones hacia las instituciones españolas han sido continuas: sin ir más lejos, el pasado viernes, con motivo de la condena del exconseller Miquel Bruch y su escolta, expresó en Twitter que “Espanya està podrida en els seus fonaments i les ordres del rei d’anar a per tots nosaltres continuen intactes”. A pesar de todo, a los socios de gobierno les parece que pueden establecer una alianza viable con el partido que lidera el hombre de Waterloo, lugar desde el que no puede volver ni a Catalunya ni a España sin ser detenido y procesado. Y dadas estas circunstancias, en las que Puigdemont se considera necesario y que su condición de perseguido por la justicia española no supone obstáculo alguno, le faltó tiempo a la vicepresidenta en funciones para desplazarse a Bélgica y reunirse con él formalmente desde la informalidad.

No es necesario escarbar más en la situación para darse cuenta de las dudas que debería suscitar este planteamiento, pero es que además lo que hoy se pone sobre la mesa no es solamente un acuerdo político por una investidura con alguien que parece que ha cometido delitos y que como cargo público no ha respetado el mandato constitucional. Se trata también de examinar la posibilidad de dotarse de una ley de amnistía, que más allá de agitar el mal humor de todos esos que de forma real o interesada se sienten padres de la Constitución o héroes de la Transición, supone claramente una enmienda a la totalidad del sistema político que ha aprobado esa legislación que ha sostenido denuncias y condenas, y que sostiene actualmente órdenes judiciales, así como al sistema judicial que las aplicado, ese tercer pilar de la democracia. No es poca cosa.

Lo que se ha dicho estos días sobre el ataque que la amnistía supone a las instituciones españolas y a la Constitución, tiene mucho de fantasmagórico, de vaporoso, de falso y de cínico. Pero a pesar de todo, una amnistía es una amnistía e implica lo que implica. Supone además someter a la estructura del Estado a una fuerte tensión, no para afrontar un problema político que no pueda abordarse de otra forma o para resolver un problema irresoluble: solamente para que los números para formar gobierno salgan. También para que no gobierne el PP y para que no gobierne Vox, lo cual puede parecer razonable a mucha gente y que es en realidad la clave de todo.

Que toda esta situación derivase en una respuesta agria por parte de sectores conservadores o incluso insignes socialistas veteranos, era inevitable. En esos ámbitos se aúnan posiciones ampliamente conocidas con la percepción de que hay una oportunidad única de pararle los pies a los protagonistas del gobierno en funciones. Y es que poner sobre la mesa la carta de Puigdemont y la carta de la amnistía, es casi como retar al Real Madrid a jugar la final de la Champions a partido único en el Bernabéu. Pero en esas difíciles condiciones es cómo se va a jugar esta guerra. Porque no es una batalla, es una guerra.

Ganará la guerra el que sea más capaz de hacerse más fuerte desde sus fortalezas y menos débil desde sus debilidadesdecíamos el 27 de julio. Durante mucho tiempo el Gobierno ha vivido minorizado mediáticamente y en más de una ocasión ha estado contra las cuerdas ante la opinión pública y en el propio hemiciclo. La creencia de que el 23J iba a tener lugar una victoria inevitable de la derecha fue fruto de esa percepción de superioridad mediática, a la vez que social, del 28M. Y Feijóo ganó, pero no por un margen suficiente. A partir de ahí parece que el reto de Pedro no es solo gobernar cuatro años más, sino obtener una hegemonía política duradera sostenida sobre viejos y nuevos aliados. Y lo va a intentar hacer con una demostración de fuerza total, que supone pasar por encima del bloque conservador y sus enemigos internos. Por encima también del ruido mediático, haciéndolo ineficaz. Esa es la guerra real que se está disputando. Seguramente más difícil de ganar que otros de los grandes éxitos del socialismo de antaño como el matrimonio homosexual o el fin de ETA. Porque, en efecto, no es la primera vez que el PSOE se lanza con determinación a alcanzar un logro contra viento y marea.

Pero no va a ser fácil con Puigdemont de por medio: solo hace falta ver las portadas que genera a diario, desde donde le falta tiempo para disparar ráfagas de metralleta a discreción (el domingo-lunes pudimos ver las últimas hacia su interlocutora Yolanda Díaz). Es el típico personaje capaz de boicotearte en el último instante un proceso laboriosamente construido cuando ya todo el mundo se ha puesto de acuerdo. Y tiene además mucho de excesivo que el Estado se tenga que someter a esa enmienda a la totalidad que es la amnistía por los problemas penales que se derivan sobre todo de lo que el hombre de Waterloo hizo, como tiene mucho de dudoso que de ahí salga un propósito de enmienda del independentismo más recalcitrante. Pero esto va, sobre todo, de conseguir el gobierno de la nación española. Y, por cierto, también después el de la nación catalana.

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