David Rodríguez Albert
Durante estas últimas semanas se está debatiendo si es conveniente abrir las escuelas en lo que queda de curso académico, y también se está discutiendo cómo deben impartirse las clases a partir del mes de septiembre. Lamentablemente, en la mayoría de los medios de comunicación el espacio que van a ocupar las terrazas de los bares ocupa bastante más tiempo que el asunto educativo, por lo que me parece oportuno destinar algunos minutos a tratar este último. Puedo dar mi opinión como profesor, dejando claro desde el primer momento que no pertenezco a las autoridades sanitarias competentes que en última instancia han de tomar determinadas decisiones críticas. Como educador, quiero mostrar mi profundo acuerdo con la opinión suscrita en un artículo de la revista Realitat del 15 de mayo1, escrito por miembros de la comunidad educativa como Lucía Aliagas, Eduard Arnau, Adelina Escandell, Fina Mateo, David Sánchez y Nora Sánchez. El contexto es la crítica a la propuesta de comenzar el curso 2020-2021 en modalidad semi-presencial. Cito textualmente:
“La escuela es un espacio central para infancia y juventud, el espacio de sus amistades, de su ocio, de sus relaciones, de su socialización. Quitarles esto, la mitad del tiempo, seleccionando a la mitad de sus compañeros y compañeras es una decisión cruda, fría y nos atrevemos a decir que cruel. La educación en su sentido más amplio no se reduce a la educación formal. Sin relación no hay educación. No podemos (ni queremos) imaginar una escuela sin esta relación interpersonal (…)”.
Efectivamente, la escuela no es un aparcamiento al que llevar a nuestros vástagos para que podamos realizar jornadas maratonianas de trabajo. La concepción educativa que tan acertadamente se acaba de exponer no es compatible ni con ese discurso ni con la ingente cantidad de extraescolares forzosas que tienen lugar hasta que los progenitores llegan al hogar. Es importante contraponer estas dos concepciones, la escuela como espacio de socialización y la escuela como guardería, porque se hallan en lo más profundo del debate que está teniendo lugar en estos momentos.
Respecto a las cuestiones sanitarias, no puedo sino reflejar mi perplejidad ante la enorme contradicción de las noticias que nos llegan. Sin ánimo de ser exhaustivo, el 30 de marzo, José Tomás Ramos, presidente de los infectólogos pediátricos, afirma en El País2 que “los niños suponen un riesgo elevado de propagación de la epidemia”. En cambio, el 22 de abril, en el Faro de Vigo3, un artículo de investigación sostiene que “contagiar no es cosa de niños. Los pocos estudios existentes parecen apuntar al escaso papel infantil en la transmisión del Covid-19”. Sin embargo, en el mismo artículo, poco más abajo se mencionan otras investigaciones en la dirección opuesta. El 12 de mayo, la OMS4 hace públicas unas declaraciones en las que “advierte a quienes pretenden abrir colegios que se desconoce la transmisión y gravedad del coronavirus en en los niños”. Finalmente, el 13 de mayo, en Vozpopuli5 se dice que “en un trabajo del British Medical Journal se afirma que los menores apenas propagan el virus, por lo que sus autores creen que los colegios deben reabrir sus puertas”.
Creo que podemos concluir que no existen evidencias científicas claras sobre el papel de los niños en el hipotético contagio de la enfermedad, más allá de que cada persona experta emita pareceres que se van contradiciendo de manera sistemática. Ante esta incertidumbre, mi modesta opinión es que hemos de movernos por el principio de prudencia a falta de trabajos más concluyentes.
Por tanto, ¿qué hacer con los colegios en mayo y junio? ¿y qué hacer a partir de septiembre? Sobre el futuro más inmediato, sólo puedo acogerme a lo que dictaminen las autoridades sanitarias, aunque con el desasosiego que genera el hecho de que en cada punto del planeta dictaminan de manera distinta. Creo que resulta imprescindible acompañar toda respuesta de las razones de salud pública que la justifican. No es nada útil en estos momentos que se diga “sí, abramos cuanto antes, para que las familias puedan acudir al trabajo” (modelo guardería de Macron) o “no, porque para estar dos semanas mejor lo dejamos para septiembre” (obviando el carácter socializador de la escuela). Hay que proporcionar razones de salud, porque resulta que estamos en una pandemia, y dentro de esos motivos deben incluirse también los efectos psicológicos que el confinamiento tiene sobre el alumnado. Es un equilibrio difícil, pero debe tomarse la decisión de manera razonada y bien argumentada.
Puedo decir lo que me gustaría. Desde el acuerdo con la concepción expuesta más arriba, creo que sería bueno que la totalidad del alumnado pueda pasar en algún momento por sus escuelas durante el mes de junio (no digo mayo porque resido en Barcelona), siempre y cuando las autoridades sanitarias lo permitan y se cumplan todos los protocolos de seguridad adecuados. Aunque se tratara sólo de unos pocos momentos, pienso que el efecto psicológico de recuperar el contacto humano (aún con distanciamiento) sería beneficioso, sobre todo para el alumnado que padece la brecha digital, que es el mismo a grandes rasgos que sufre la brecha social. A esto hay que sumar el necesario refuerzo pedagógico que es preciso en algunos casos concretos.
Finalmente, y respecto a septiembre, me parece una pésima noticia que se plantee la educación medio presencial medio on-line, con el alumnado una semana en casa y otra en el colegio. Opino que es imprescindible explorar otras soluciones. El periodista Roger Palà, en un artículo6 que no comparto al 100%, afirma algo que sí suscribo totalmente: “Si sólo podemos tener 15 niños por aula, hay dos posibilidades: o hacemos que vayan en días alternos… o duplicamos las aulas (y los maestros). Si hemos sido capaces de transformar pabellones de baloncesto en hospitales de campaña con toda la tecnología necesaria en dos semanas, hemos de ser capaces de convertir otros espacios públicos en escuelas provisionales”. De hecho, en Dinamarca se han habilitado estadios de fútbol7, parques de atracciones o zoológicos para tal efecto. Por cierto, no puedo evitar comentar lo sintomático que resulta que una noticia así salga más en medios deportivos que en los de difusión general, como sí lo importante fuera el estadio futbolístico y no su uso.
Todas estas reflexiones van estrechamente vinculadas al modelo educativo y social que queremos. Mejorar las ratios es una necesidad que se lleva reivindicando desde tiempos inmemoriales. Equiparar la financiación a estándares de otros países es otra petición clave, y las carencias en esta materia las estamos sufriendo con creces durante el confinamiento. Racionalizar los horarios es otro debate central, e incluye tanto las jornadas escolares como las laborales. Un país como Finlandia, con menos horas de clase, obtiene unos resultados incomparablemente mejores a los de nuestro país. Centrar la enseñanza en contenidos significativos es un mantra que se repite sin acabar de aplicarse de manera generalizada. Y, sobre todo, esa desigualdad social de fondo que debe ser atenuada por colegios sin recursos suficientes, y que además se amplifica durante períodos como el actual. Estos y otros factores han de ser colocados urgentemente en la mesa de debate, teniendo en cuenta la opinión de toda la comunidad educativa y del conjunto de la población, porque a nadie se le debería escapar que este es un asunto clave para toda la sociedad.
4https://www.lavanguardia.com/vida/20200512/481126754119/oms-advierte-paises-abrir-colegios-desconoce-transmision-gravedad-coronavirus-ninos.html
5https://www.vozpopuli.com/sanidad/supercontagiadores-coronavirus-ninos-comunidad-cientifica_0_1354365206.html
6 https://www.elcritic.cat/opinio/roger-pala/obriu-les-escoles-57364
7https://www.mundodeportivo.com/elotromundo/crisis-coronavirus/20200515/481155182341/el-campo-de-fc-copenhagen-convertido-en-una-escuela-por-la-crisis-de-la-covid-19.html
Cuánta sensatez… De todas formas yo me inclino por privilegiar el aspecto sanitario antes que el efecto social sobre los niños. Los expertos sanitarios dicen de todo pero parece claro que los niños son la franja más asintomática. Así que también la más difícil de identificar como infectada y, salvo que se demuestre lo contrario, por tanto la más contagiosa. Abrir los colegios, aunque sea en aulas reducidas, parece por tanto lo más contra indicado para controlar la epidemia. Salvo que les aislemos de los adultos, lo cual sería peor. Por tanto, hasta que tengamos una vacuna efectiva o un tratamiento paliatorio igualmente efectivo, lo mejor es que los niños se relacionen solo con sus familiares cercanos y no con otros niños ajenos a su núcleo. Pero como nada es absoluto parece que vamos a optar por ampliar esos núcleos a las comunidades de padres e hijos de cada clase, y caeremos todos si cae uno. Bueno, es un riesgo calculado y evita los males sociales para los niños. El mío ha empezado hoy a ir a clase, por cierto. Lo dudamos mucho y hemos optado por el riesgo contenido. A ver.