El día de la victoria

Juanjo Cáceres

El 9 de mayo es conocido desde hace más de 80 años como el día de la victoria: el día en que la Alemania nazi firmaba su rendición ante el Mariscal Zhúkov, poco más de una semana después del suicido de Adolf Hitler en el búnker de Berlín aquel 30 de abril de 1945. Concluía así la contienda principal de ese gran acontecimiento bélico, el mayor de la historia de la humanidad, tanto por su dimensión geográfica, como por la cantidad de naciones implicadas y de víctimas del conflicto. Lo hacía con la rendición de quiénes decidieron invadir Polonia en 1939, no dejando otra opción a Francia y Reino Unido que declararles la guerra, pero frente a una fuerza militar, la soviética, que se había desentendido inicialmente del conflicto mediante el pacto germano-soviético y que no entró en él hasta verse invadida en sus dominios por los panzers alemanes.

Mas no fue ese día cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, sino tres meses después, en agosto, con la capitulación de Japón el día 14. Entretanto, se sucedieron los últimos coletazos armados en Europa, con mención especial a la batalla de Praga y a los 900.000 soldados nazis todavía en guerra nada dispuestos a rendirse a los soviéticos, que acabaron provocando la sublevación partisana y el desplazamiento de los tanques soviéticos a la capital checa, de modo que se puso fin a la resistencia nazi el 11 de mayo. Pero lo realmente importante es lo que estaba ocurriendo y lo que iba a ocurrir en el Pacífico.

Hay dos grandes eventos de la Segunda Guerra Mundial que dejaron una huella imborrable sobre el conjunto de la humanidad: el Holocausto y el lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. El inmenso crimen contra la humanidad causado por la Alemania nazi no solo nos sigue removiendo los corazones, sino que además es nuestra referencia más importante para describir y sensibilizar sobre los horrores de la guerra, la intolerancia y el antisemitismo. Pero, ¿qué siente hoy en día la humanidad ante el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre la población civil, que a finales de 1945 habían causado la muerte de casi 250.000 personas? ¿Y cómo se vive la amenaza nuclear, en un mundo donde una potencia con capacidad nuclear ha causado una nueva guerra europea?

Creo que hay pocas dudas de que “la Historia” ha absuelto a Estados Unidos del lanzamiento de esas bombas atómicas, aunque esa absolución debería estar sometida a revisión una y otra vez. Son innegables las circunstancias atenuantes de esas dos dramáticas decisiones, tanto por la contribución estadounidense al final de la guerra, como por la propia pérdida de vidas en su guerra contra Japón. Precisamente 1945 es el año de dos sangrientas batallas, como son la de Iwo Jima y la de Okinawa, que elevaron a casi un millón el número de víctimas estadounidenses en la guerra. También es entonces cuando se aprecia la indisposición de Japón a la rendición y la invasión de su territorio como única vía alternativa para derrotarlo, con Stalin totalmente dispuesto a entrar en acción en el frente oriental y con Estados Unidos acordando con él la conquista de Manchuria.

El alto número de bajas estadounidenses que requeriría la invasión de Japón y las que causaría en el enemigo es lo que conduce a que Estados Unidos renuncie finalmente a la misma y se decante por el lanzamiento de las dos bombas atómicas. Dos bombas atómicas que se da por hecho que fueron una acción combinada disuasoria para conseguir la rendición incondicional de Japón, pero que en realidad se desconocía si iban a resultar suficientes para detener la guerra. De hecho en los planes de guerra estadounidenses estaba previsto tanto el lanzamiento de nuevas bombas atómicas, como la invasión una vez estas hubieran sido lanzadas, pero nada de ello fue finalmente necesario tras la rendición.

Es posible que la rendición incondicional japonesa acabara suponiendo paradójicamente un importante ahorro de vidas, pese a la intensa masacre atómica. Cuando el 2 de agosto finaliza la Conferencia aliada de Postdam, Japón desoye la petición aliada de rendición incondicional. Cuando el 6 de agosto se lanza la primera bomba atómica y el 9 de agosto la segunda, la URSS ya ha declarado la guerra a Japón y está invadiendo Manchuria. La rendición de Japón supone, ni mas ni menos, el final inmediato de un conflicto que habría conllevado un enorme despliegue militar y hubiera tenido un coste altísimo en vidas humanas, de apostar el país nipón por la resistencia a ultranza, como era la preferencia de su cúpula militar.

También el trauma que causó en la humanidad el lanzamiento de las dos bombas atómicas ha sido el escudo principal de protección del mundo ante el apocalipsis nuclear. Cuando se vivieron momentos de gran tensión entre Estados Unidos y la URSS, como la crisis de los misiles cubanos, el recuerdo de esos eventos y el conocimiento incontestable de la capacidad de destrucción de las armas nucleares ayudaron sin duda a frenar al conflicto. Igualmente han sido un estímulo para la negociación y fijación de acuerdos de no proliferación nuclear. Pero 80 años no pasan en balde: las generaciones de la Segunda Guerra Mundial nos dejan y sus descendientes pronto olvidarán aquellas historias sobre un mundo en guerra que puso a la humanidad al borde de la catástrofe. Y cuanto más avancemos en el tiempo, mayor será el riesgo de que alguien se salga del consenso mundial de no utilización de armas nucleares y de que cause estragos sobre la población civil.

El fin de la Segunda Guerra Mundial representó la salvación de la democracia, la salvación de las víctimas del nazismo que sobrevivieron al Holocausto y el inicio de la escalada nuclear, la cual alejó la guerra de los territorios hoy contendientes hasta fechas muy recientes. Todo eso ya ha cambiado con la invasión rusa de Ucrania, una agresión que está lejos de ser un conflicto nacional como el vivido en la antigua Yugoslavia, por mucho que treinta años atrás ambos contendientes formasen parte de la Unión Soviética.

Y aun así nada impidió a Putin celebrar el Día de la Victoria el año pasado, con la guerra ya en marcha. En cambio este año ha decidido suspender los desfiles, puede que a causa del deterioro de sus ejércitos tras más de un año de conflicto. En cualquier caso, no podemos pasar por alto su significación en el contexto actual, ni tampoco debemos renunciar a denunciar algo que clama al cielo: que mientras la guerra no termine, ni Rusia ni Europa tienen nada que celebrar este próximo martes 9 de mayo.

 

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