David Rodriguez
Mientras en la mayor parte de Europa estamos padeciendo la segunda ola del coronavirus, con la dichosa estrategia de ir aplanando la curva, en otros países se ha demostrado que la apuesta por erradicación ha resultado ser la más efectiva. Como ejemplo de esta estrategia suele ponerse a China, que aplicó un confinamiento rápido y total en toda la provincia de Wuham, aparte del cierre total de fronteras, hasta que logró acabar con los contagios. A día de hoy, no hay casos en el lugar en el que surgieron los primeros brotes de la pandemia y se ha regresado a la normalidad más absoluta.
Quizás alguien pueda pensar que China es un país totalitario que ha aplicado una disciplina férrea incompatible con algunos principios democràticos. Pero la estrategia de erradicación del virus ha triunfado en otros países asiáticos con regímenes políticos muy diversos. Taiwan lleva más de 200 días seguidos sin contagio alguno. Vietnam alcanza semanas sin detectar infecciones. Corea del Sur y Japón acumulan escasos casos diarios. Hablamos de países que tras los brotes del SARS realizaron una potente inversión en salud pública, que han aplicado confinamientos severos, tests masivos, aislamiento de viajeros, indicadores claros de los niveles de riesgo y una cantidad de rastreos que deja en ridículo a la que tenemos en la mayor parte de Europa. A esto se suma el papel que juega la conciencia colectiva de cooperar en la erradicación de la epidemia.
Pero no se trata solamente de factores culturales que se circunscriben a la disciplina asiática. Otra de las naciones que ha resultado ejemplar en la erradicación de la covid ha sido Nueva Zelanda. Su primera ministra, Jacinta Ardem, ha apostado desde el principio por la supresión del virus, con medidas tempranas de confinamiento cuando el país sumaba tan solo seis casos. Además, desde el primer momento creó un comité científico de asesoramiento, ayudó a los sectores más desfavorecidos y recomendó la semana laboral de cuatro días. Cuando en el mes de agosto comenzó el primer rebrote de la segunda ola, se aplicó de nuevo un estricto confinamiento y se redujo a cero la famosa curva. Hace escasos días, la primera ministra laborista ha sido reelegida por mayoría absoluta.
En Europa también encontramos casos de estados que han aplicado con éxito estrategias similares. En Finlandia, por ejemplo, se potenciaron desde el primer momento los tests y los rastreos, y la estrategia de desescalada se realizó de manera progresiva. Islandia también actuó de manera inmediata, repartió pruebas gratuitas entre toda la población y potenció el rastreo. Noruega tomó medidas desde que apareció el primer caso en el mes de febrero, con políticas restrictivas y limitaciones en la movilidad. Estos tres países se encuentran entre los que tienen menores tasas de contagios en la actualidad, y están dirigidos por mujeres, como en el caso de Nueva Zelanda.
En América, la nación de tamaño significativo con menor incidencia acumulada es Cuba, que precisamente tiene el mejor sistema sanitario de la región y los mecanismos de prevención más desarrollados. Además de controlar la pandemia con severas medidas durante la primera ola, han vuelto a hacer lo mismo durante los brotes surgidos más recientemente. Por ejemplo, a principios de septiembre se cerraron las escuelas de Ciego de Ávila al haber detectado 30 personas infectadas, hecho que tal vez pueda sorprender por la importancia que proporciona Cuba a su sistema educativo, pero en este caso se ha priorizado claramente la salud de las personas. Esto contrasta con el debate, no exento de interés pero en ocasiones bizantino, que tenemos en estos lares sobre la seguridad en los centros educativos.
Todas las naciones citadas son ejemplos empíricos de lo que debe hacerse para afrontar con efectividad la pandemia, es decir, una estrategia de erradicación (no de aplanar la curva), con fuerte inversión sanitaria, confinamientos estrictos, tests masivos, rastreos exhaustivos y restricciones a la movilidad. Mientras tanto, en casi toda Europa seguimos enquistados en infinitas discusiones sobre las medidas a tomar, que son diferentes en cada nación (o región), suelen ser graduales y lamentablemente llegan muy tarde. Todo ello lo hacemos con la excusa de no perjudicar a la economía, aunque mejor habría que decir a los grandes intereses económicos, porque cuando se trata de cerrar pequeñas o medianas empresas normalmente se actúa con bastante más rapidez y sin tantas contemplaciones.
Es paradójico tener que escuchar al propio FMI recomendando acciones cortas pero contundentes, porque de este modo se ataja el virus con más efectividad y se minimizan las pérdidas económicas. Pero en casi toda Europa continuamos con discursos contradictorios, cortoplacismo, inacción política, disputas internas, ausencia de políticas para proteger a las clases populares, falta de liderazgo e incapacidad para comunicar mensajes claros y comprensibles a la población. Todo esto puede tener tres efectos letales a medio y largo plazo. En primer lugar, la cantidad espantosa de muertes evitables que nos dejamos por el camino. Segundo, que cuando probablemente lleguen los confinamientos domiciliarios serán más largos y el perjuicio sobre la economía será más intenso. Y tercero, que la falta de autoridad moral de los gobiernos puede dar alas a la ya crecida extrema derecha. Lamentablemente, el panorama no pinta nada bien para España y los países de su entorno.