David Rodríguez
Hace un par de años se decía que las personas saldríamos mejores de la pandemia. Los aplausos al personal sanitario, la aceptación mayoritaria de las medidas preventivas o el sentimiento solidario hacia las personas mayores y más vulnerables suponían expresiones de las que la sociedad podía salir más cohesionada y asumir una serie de valores que iban a transformar la mentalidad colectiva. Por desgracia, dos años después de estos brotes verdes, podemos constatar que nada de esto ha sucedido e incluso se ha retrocedido en la dirección contraria.
Teníamos claro que el uso de las mascarillas en interiores no sólo era una medida de protección individual, sino que tenía un sentido colectivo, consistente en frenar la transmisión comunitaria y evitar que el virus pudiera afectar a los sectores más vulnerables de la sociedad. Incluso en las escuelas buena parte del alumnado asumía que, pese a no temer al covid, el uso de la mascarilla para proteger a sus abuelos. Todo este sentimiento de compromiso social ha desaparecido. Es importante recordar que fue la extrema derecha la primera en manifestarse contra el uso de esta medida preventiva, pero su relato se ha extendido al resto de fuerzas políticas y a los medios de comunicación. La mascarilla ha pasado de ser un elemento solidario a un bozal que atenta contra la libertad individual, y así ha sido asumido por una mayoría de la población que hace unos meses no cuestionaba para nada su utilización.
Muchas personas comprometidas se han preguntado en repetidas ocasiones por qué los gobiernos europeos han procedido a la gripalización del virus y han eliminado muchas medidas contra toda evidencia científica. La razón es de carácter ideológico, y consiste en colocar el individualismo en el centro de la acción de las personas, dejando de lado cualquier discurso de carácter colectivo. El buen funcionamiento del sistema requiere este giro radical en el relato transmitido a través de la opinión pública, y contrasta con el sentimiento de respeto a la salud pública y al civismo que predomina en la mayoría de países asiáticos.
Pero se ha ido todavía más lejos. Se ha utilizado la manipulación a gran escala para decretar que la pandemia se ha acabado. La mayoría de los creadores de opinión y de los políticos hablan del covid en pasado, y buena parte de la población asume de manera inconsciente este discurso. Da igual que los datos indiquen lo contrario, que el virus escape a las vacunas, que la inmunidad de rebaño sea una falacia[1], que la incidencia acumulada en los mayores de 60 años haya pasado de 617 a 1.135 en un mes[2], que estos datos estén manipulados y en realidad sean cinco veces mayores[3], que el número de víctimas mortales siga estando alrededor de los 60 diarios[4], que se publiquen estudios que muestran que el 25% de los niños mantienen síntomas de covid persistente[5], que los expertos insistan en que es absolutamente necesario invertir en la mejora de la calidad del aire en interiores. Todo esto se minimiza o desaparece directamente del debate mediático.
El establishment no puede consentir un cambio de valores en nuestra sociedad. El individualismo ha de imponerse sobre el bienestar colectivo. Los intereses económicos de una minoría han de pasar por encima de la salud del conjunto de la población. En una época de crisis política y civilizatoria, con la amenaza de la emergencia climática y unas desigualdades nunca vistas, el sistema precisa de un consentimiento generalizado sobre aquellos principios que lo sustentan, y lo están consiguiendo con gran éxito. Los gobiernos occidentales han dimitido de cualquier gestión colectiva y han dejado en manos individuales la protección frente al virus. Los partidos supuestamente de izquierdas están completamente desaparecidos del mapa, y salvo algunas honrosas excepciones individuales (como Miguel Sebastián o Vicenç Navarro), ni siquiera se plantean el debate en torno a unas cuestiones que se hallan fuertemente relacionadas con el concepto de hegemonía cultural. Desgraciadamente, no estamos en la línea de salir mejores de la pandemia, más bien navegamos desgraciadamente en la dirección contraria.
[1] ¿Dónde está la inmunidad colectiva? Nuestra investigación muestra por qué el Covid sigue causando estragos | Danny Altmann | El Guardián (theguardian.com)
[2] Actualizacion_613_COVID-19.pdf (sanidad.gob.es)
[3] La séptima ola de covid se dispara – NIUS (niusdiario.es)
[4] 5.570 personas han fallecido por covid en menos de 100 días (larazon.es)
[5] Long-COVID en niños y adolescentes: una revisión sistemática y metanálisis | Informes científicos (nature.com)
Desgraciadamente los partidos de izquierda no solo no han desaparecido del mapa sino que gobiernan , como tendrá ocasión de comprobar a nada que encienda la televisión.
Ellos son así , tal y como demostraron en la fase álgida de la pandemia , de la cual tenemos números de muy baja calidad .
En llegados a este momento nos llegan recomendaciones y que salga el sol por Antequera , pero déjennos en paz .
Psicológicamente es defendible : los que se mueren son individuos y nunca el estado recomienda que se paguen los impuestos , sino que vigila , obliga y sanciona .
Entonces el individualismo ¿ es vicio o virtud?