Senyor_J
No podemos decir que hayan pasado casi desapercibidas, pero sí que no se han destacado lo suficiente, las resonancias del documento denominado El model lingüístic del sistema educatiu a Catalunya, presentado en sociedad por el titular de la Conselleria d’Ensenyament de la Generalitat de Catalunya, Josep Bargalló, el pasado 23 de octubre. En él se prevé la posibilidad, nada más y nada menos, de impartir contenidos curriculares en castellano si las condiciones del entorno sociolingüístico así lo aconsejan. Entremos, pues, en este espacio a analizarlas.Josep Bargalló, profesor de secundaria, fue en su día Conseller d’Educació del primer gobierno tripartito encabezado por Pasqual Maragall, a propuesta de Esquerra Republicana de Catalunya. Mantuvo dicho cargo brevemente, desde finales de 2003 hasta febrero de 2004, momento en que fue nombrado conseller en cap y sustituido por Marta Cid. Era una época en que el pujolismo había dejado muchos frentes educativos abiertos, los cuales fueron atendidos por Bargalló, primero directamente y, después, desde ese plano superior que le confirió el convertirse en el segundo de Maragall. Tras una cierta rotación de personas, en la Conselleria d’Educació se atrincheró Ernest Margall, el hermanísimo, quien se mantuvo firme en ella desde finales de 2006 hasta finales de 2010, para largarse después del PSC, en tanto que catalanista frustrado, e iniciar su proceso de conversión al independentismo y de aproximación a Esquerra Republicana de Catalunya, quien ya lo ha designado candidato a la alcaldía de Barcelona en 2019. Pues bien, durante el mandato de Maragall fue aprobada la Llei d’Educació de Catalunya, concretamente en 2009. Dicha ley tenía entre sus objetivos blindar el sistema de inmersión, consagrando el catalán como lengua vehicular y de aprendizaje, y catalanizándolo todo, desde las diversas actividades hasta el material didáctico. Esta es todavía la ley que rige actualmente la educación catalana, de la cual el documento Bargalló se desmarca en un aspecto sustancial, al desuniversalizar la utilización del catalán en cualquier circunstancia educativa.
Expuesto el escenario, parece llegado el momento de hacer un interludio y lo vamos a hacer. No es necesario insistir en que el catalán es la piedra angular desde la que se construye la identidad nacional en Catalunya y, en consecuencia, todos los «-ismos» que se relacionan con ella, en particular nacionalismo y soberanismo. Nada mejor que una lengua propia para remarcar diferencias y edificar sobre ella la idea de que son comunidades distintas, o bien culturas diferenciadas, o bien naciones distintas, y que en tanto que realidades nacionales dispares, deben expresarse políticamente e institucionalmente ambas. En medio de todas esas abstracciones en las que tanto nos gusta recrearnos y en las que a menudo nos perdemos, nada mejor que un hecho objetivable como una lengua que las ancle. El instrumento por el cual se ha reforzado y apuntalado esa lengua es la inmersión lingüística, un sistema orientado a homogeneizar los conocimientos de catalán en el conjunto del alumnado, sea cual sea su lengua materna. Sus éxitos en ese sentido son indiscutibles: por mucho que sus detractores sean legión en el Reino de España, ha sido el mejor instrumento que se ha puesto en práctica en este país para dotar al conjunto del alumnado residente en una comunidad autónoma de competencias lingüísticas equivalentes en las dos lenguas peninsulares utilizadas en dicho territorio (en este caso, catalán y castellano).
Los principales problemas que ha tenido el modelo de inmersión no son pedagógicos sino políticos. Por un lado, el imaginario nacionalista catalán lo ha visto como un instrumento de expansión de la conciencia nacional. Por el otro, el imaginario nacionalista español lo ha percibido como una vía privilegiada para desespañolizar a los niños catalanes. Todo ello, además, mucho antes de que las banderas y las declaraciones de independencia sobrecalentaran nuestras instituciones. Es por ello que la inmersión ha venido siendo objeto de una guerra política repleta de momentos y personajes memorables (no olvidemos, por ejemplo, grandes exponentes en ese sentido como el antiguo ministro de Educación, José Ignacio Wert). Una guerra que han disputado los del blindaje de la inmersión, que piensan absurdamente que una hora más de castellano es descatalanizar, y los de la españolización de la escuela, convencidos de que la escuela catalana debe ser reconquistada. Todo ello ha dificultado analizar racionalmente todas las ventajas de la inmersión y realizar diagnósticos sensatos sobre sus limitaciones. De ahí que la propuesta de Bargalló, en tanto además que miembro de un Govern independentista, constituya una auténtica y agradable sorpresa.
Fuera del barriobajerismo político con el que se aborda la cuestión de la inmersión, hay dos cuestiones que pedagógicamente están muy claras. La primera, que más allá de lo que dispone la Llei Catalana d’Educació, hay una práctica generalizada en los centros de dotar de más espacio al castellano siempre que se considere necesario. La segunda, que ello se debe a que, de otro modo, la exposición no resulta suficiente para alcanzar las competencias deseadas, especialmente porque la escuela ya no es un ámbito bilingüe sino multilingüe, con un alumnado compuesto por personas con lenguas maternas muy diversas. Los datos, en este sentido, son muy claros y avalan dicha conducta.
El plan contra el fracaso escolar del Departament d’Educació fijaba dos objetivos claros: que los alumnos con peor nivel de lengua no superasen el 15% del total y que aumentase al menos hasta el 30% el grupo de alumnos con competencias altas. Pues bien, el primer objetivo se ha conseguido logrando un meritorio 10% de media, pero el segundo ofrece resultados decepcionantes: según las evaluaciones que realiza la Generalitat en personas de 15 años, solo en la zona del Barcelonés (Barcelona y la poblaciones colindantes) se ha alcanzado dicho porcentaje en ambas lenguas, mientras que la provincia de Lleida lo consigue pero tan solo en el caso del catalán. El resto, no lo logran. Los peores resultados en catalán se dan en Tarragona y en el Baix Llobregat (comarca del área metropolitana de Barcelona), donde los alumnos con competencias altas en catalán representan el 23% y en castellano el 26,9%. Y en castellano, en la zona del Maresme-Vallés Oriental (23,2%), Girona (22,9%) y en las comarcas de la Catalunya Central (21,3%), sin que ninguna de ellas alcance tampoco el deseado 30% en catalán.
Estos datos son los que están obligando a replantear el sistema y a reconocer una pluralidad de escenarios que requiere en unos casos aumentar la exposición al castellano y en otros, al catalán, según cuál sea la valoración de cada centro. Tras años en que solo se oían voces gubernamentales que idolatraban el modelo, descubrimos que puede tener aspectos mejorables y eso, dicho ahora, es un enorme avance. Lo es porque supone un baño de realidad en un momento en que la calentura de los imaginarios nacionales hacen muy difícil abrir espacios para propuestas sensatas. Lo es también porque ello surge de un Govern con una visión muy sesgada de la realidad, pero que al menos demuestra en algunas áreas ser capaz de leer los datos y obrar en consecuencia. Y lo es, finalmente, porque la pérdida de consensos básicos sobre el país está generando no pocos problemas.
El consenso catalanista se sostuvo durante décadas sobre algunas ideas muy claras. Así, era catalán todo aquel que vivía y trabajaba en Cataluña, lo que permitía interpelar a una única comunidad y dotar al catalanismo de significados y vivencias diversas. A cambio, se reconocía el catalán como la la lengua propia de Cataluña, lo que dentro del consenso permitía a la población cuya lengua materna era el castellano aceptar los rasgos esenciales del proceso de inmersión. Ese consenso funcionaba bien mientras que los agentes políticos compartían objetivos comunes, avanzando de la mano en el progreso social y económico y dotando los objetivos políticos nacionales de una orientación progresiva hacia la descentralización dentro de lo Constitucional, lo que hacía del catalanismo un espacio propio de la inmensa mayoría de los partidos catalanes. Esto cambia a medida que se fragmenta el consenso político sobre la hoja de ruta del catalanismo, que tiene en el Estatut de 2006 su último hito y su canto del cisne. Lo que viene después es soberanismo, creciente unilateralidad y la reacción unionista, arrastrando con ellos toda una movilización de ideas y sentimientos que, a través de los trapos de tela, suscita la desafección mutua y un creciente rechazo al reconocimiento de ambas lenguas propias, como propias, con preferencias distintas según el trapo que guste más.
En dicho escenario de recalentamiento, quizás hubiera sido más esperable un cierre de filas con la cosa del blindaje de la inmersión, pero no ha sido así. Quizás porque la realidad obliga o quizás porque Bargalló vivió aquella ERC de los tiempos de Carod que creía que el independentismo solo podía ser mayoritario si los castellanohablantes también se identificaban con él, una idea que no ha caído en saco roto y que ha tenido sus consecuencias, como por ejemplo la entrada en la escena política de Gabriel Rufián. Bienvenida sea, en cualquier caso, la revisión del modelo y el final de algunos mitos, puesto que en tiempos de epopeyas nacionales y de grandes dramatizaciones colectivas, estos últimos acostumbran a resultar excesivos en número.
“…el 93% de las conversaciones de la ciudadanía bilbaina son en castellano frente al 2,5% en euskera y un 3% en otros idiomas. En términos relativos respecto a la población, el nivel de uso del euskera de Bilbao es inferior al de Iruñea (2,9%) y Gasteiz (3,7%). ” ( Diario DEIA )
Tras varias décadas de inmersión lingüística en Euskadi , he aquí el resultado de tanto esfuerzo humano y material ( ETB incluida ), señal inequívoca de que algo se ha hecho mal.
El artículo del Senyor_ J tiene el valor de intentar resituar los frágiles equilibrios de un consenso necesario y real para una política lingüística que sea enriquecedora para el conjunto de Cataluña.
Conclusión empírica:
Los referéndums son la muestra mas evidente del fracaso de los políticos que son incapaces de ofrecer soluciones .
Ante mi doy fe.
AC/DC
Firmado….Ad Astra per Áspera.
No es lo mismo un referéndum de ratificación del acuerdo ,léase Constitución, estatuto de autonomía,que un referéndum de independencia que es fruto del desacuerdo,léase ilegal.