El legado de Bloom

Frans van den Broek

Un día como hoy, 16 de junio –o ayer, para el lector- Leopold Bloom se paseaba por su ciudad, Dublín, emulando vagamente las aventuras de Ulises, de modo más irónico, tierno o patético que heroico. El libro que nos cuenta sus pormenores y los de otros personajes famosos, como Stephen Dedalus, es más que un libro, un hito, o si se quiere, uno de aquellos íconos que pocos leen, pero cuya existencia es conocida de todos, casi como el libro que lo inspira en la lejanía clásica, La Odisea. El Ulises de Joyce, un libro de 600 páginas en la traducción de Valverde, si no recuerdo mal, narra tan solo un día, el mentado 16 de junio, y se ha convertido en un clásico. El apelativo, sin embargo, le viene mal: de un clásico esperamos cierta solemnidad, cierta culminación formal, hasta cierto conservadurismo. Joyce, por el contrario, nos entregó un anti-clásico, un libro que viene manchado de sudor escritural, pero no por llevar un género a su cúspide formal, sino por dinamitarlo y expandirlo más allá de sus fronteras, lleno de travesuras técnicas, de malabarismos verbales, y de simple genialidad literaria, en su vertiente subversiva y lúdica.

¿Ha envejecido bien el libro? Quizá sea pronto para decirlo, pues un libro que se lee en los colegios y universidades de manera obligatoria no tiene más remedio que conservarse en la memoria cultural de su lengua, pero la pregunta se orienta a su valor estético y humano, a su capacidad para coger al lector del cuello y ofrecerle una experiencia invalorable que ningún otro artefacto literario puede ofrecerle. ¿Sería incluso publicable? Me temo que no faltarían editores que lo rechacen sin remilgos, por largo y enrevesado, aunque dada la vastedad del mundo literario en inglés, alguien de seguro que lo llevaría a la imprenta. Pero ¿tendría muchos lectores que lo lean, disfruten y recomienden como lo hacen con otros libros actuales? Francamente, lo dudo, si bien no le faltaría público, como no fuera más que por su evidente genialidad compositiva y narrativa. En su momento, no obstante, cambió las reglas del género y contribuyó a la validación cultural del experimentalismo, fenómeno que dominó buena parte del siglo veinte y cuyas consecuencias seguimos disfrutando y, sin duda, también padeciendo.

Se dice que los grandes escritores escriben en realidad para sus amigos, como afirmaba Borges, quienes serían capaces, en principio, de entenderlos y gozarlos. Esto no es del todo cierto, pues no faltaron grandes novelistas que buscaban el gran público, a pesar de la densidad de sus temas, como Dostoievski, pero tampoco es del todo falso. Cuando se dice amigos en este contexto, uno no se refiere a quienes forman parte de nuestro círculo real de amistades, sino a quienes constituyen nuestro gremio de especialistas. ¿Quién sino podría entender una obra como el Ulises? ¿Es de esperarse que el lector común y corriente reconozca las referencias al clásico de Homero? ¿Las referencias a la evolución de la lengua inglesa, a la teología, a la filosofía? Por supuesto que no, pues Joyce no estaba escribiendo para el lector masificado de hoy en día, sino para sus compinches en la literatura, que confiaba en que reconocerían su genio, como así hicieron. Tal vez le iluminaba la esperanza de que el lector común también pudiera disfrutar de su lectura, pero es evidente que su intención no se dirige al mismo, sino a otros literatos, y por supuesto a sí mismo.

En este sentido obras como la suya y otras similares son propiamente ensimismadas, compuestas desde la propia intencionalidad estética, generalmente renovadora, compartida entonces por pocos, pero hecha patrimonio común después. La obra está llena de pasajes conmovedores y de una hermosura asequible que explica en parte su popularidad aún hoy en día, pero también de pasajes incomprensibles, aburridos, descalabazados o malos. Es imposible que una obra de dicha magnitud mantenga la temperatura literaria todo el tiempo, pero el conjunto es impresionante y se cierra con el que es uno de los pasajes más intensos de la literatura del siglo veinte, el monólogo de Molly, la adúltera esposa de Bloom. El clásico de Homero está signado por la vehemencia y la seriedad mítica. El de Joyce por el humor, la irreverencia y la aventura formal. Pocos en lengua inglesa han escrito como Joyce. Pocos han intentado llevar su propuesta estética al nivel de ensimismamiento al que llega con su siguiente novela, “Finnegan’s wake”, un testimonio feral de los excesos que promueve y promovió la era del experimentalismo, una era que nos ha entregado el paseo memorable de Bloom, pero también las memeces de incontables novelas émulas, de demasiadas obras de arte insustanciales, como los tiburones de Damien Hirst o la caca de elefante de Ofili.

¿Y en qué ha terminado el legado de Bloom? Como todo el mundo sabe, si el Ulises es lectura obligatoria y se ha incorporado a nuestros clásicos, su siguiente novela es tema de tesis doctorales, y poco más. El problema es que el experimentalismo formal plagó el siglo de obras que pensaron que la experimentación era un valor en sí mismo y esto es un error. Cierta dosis de experimentación formal pertenece a la naturaleza humana, y está presente en todo ámbito de creación, desde la ciencia hasta la danza. Pero hacer de un elemento que asegura la adaptabilidad un fin en sí mismo es como decirle al pavo real que deje todo lo demás y se convierta en cola iridiscente. Esta no fue la intención de Joyce, por supuesto, si bien tampoco dejó de serlo. Los epónimos ni justifican ni condenan al maestro. Bloom, quiero creer, seguirá paseando por las calles de Dublín por buen tiempo aún, y hasta es probable que jamás deje de hacerlo mientras nuestra cultura sea lo que es. Ulises es, en este sentido, un clásico, pero un clásico riente, desconcertador, apegado a la cotidianeidad. Celebrado con riñones, no con bacanales homéricas, como debe ser.

Un comentario en «El legado de Bloom»

  1. No podía dejarle sin ni tan siquiera un simple comentario al articulo de mi apreciado Frans van den Broek.
    Asi pues,le pido disculpas en nombre de los que participamos y leen Debate callejero,por esta situación y que eso no impida que deje de escribirnos con su sabia mente expositiva.
    Por lo tanto le doy las gracias por su inteligencia literaria demostrada dia a dia.
    Un abrazo…y un suspiro….jeje.

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