El Mundial de la vergüenza

David Rodríguez

 En el año 2010 mucha gente en Doha se echó a la calle para celebrar la designación de Catar como sede del Mundial futbolístico del presente año. Esta elección no estuvo exenta de polémica, pues no se trataba de un país con una gran tradición en el deporte Rey, pero se impuso a otras posibles candidaturas por la influencia de los petrodólares, que además habían de servir para tratar de lavar la imagen de un emirato con palpables problemas en cuanto a la defensa de los derechos humanos.

El 20 de noviembre comienza a rodar el balón, y la controversia se ha hecho mayor cuando se ha sabido que miles de trabajadores inmigrantes han muerto en Catar a consecuencia de las obras de construcción de los estadios, con condiciones infrahumanas en cuanto a jornadas y temperaturas, y con una enorme opacidad en cuanto a las cifras concretas de víctimas mortales, que una investigación de The Guardian cifra al menos en 6.500[1].

Además, según denuncian organizaciones como Amnistía Internacional, la violación de los derechos humanos sigue estando al orden del día[2]. Al maltrato a los trabajadores inmigrantes se suman hechos tan lamentables como la celebración de juicios sin garantías adecuadas, las detenciones arbitrarias, la tutela masculina sobre las mujeres, la ausencia de éstas en el Parlamento o la tipificación como delito de las relaciones homosexuales.

Ante este cúmulo de despropósitos se han producido las primeras protestas internacionales. Algunas ciudades francesas, entre ellas París, no instalarán pantallas en las calles para seguir los partidos de su selección. Además, los capitanes de ocho países europeos lucirán brazaletes con el emblema arcoiris como protesta por la situación del colectivo LGTBQ, y entre ellos no está España. Sin embargo, absolutamente nadie se ha planteado en ningún momento un cambio de sede mundialista, y finalmente el campeonato se celebrará dentro de una cierta normalidad.

España, como ya se ha comentado, ni siquiera se ha sumado a la iniciativa del brazalete. De hecho, en nuestra Liga ya viene disputándose la Supercopa en otro país como Arabia Saudita, también repleto de excedentes de petrodólares e igualmente infame en cuanto al respeto a los derechos humanos. Evidentemente, ningún equipo de primera división ha mostrado su oposición a jugar en la península arábiga, comenzando por los dos grandes. Ya sabemos que el palco del Bernabéu es prolífico en la concertación de negocios económicos de lo más variado, pero también en Barcelona se cambió la publicidad de UNICEF por la de Qatar Airlines, y dispone de un entrenador que inició su carrera como tal en el emirato.

Podemos perfectamente denominar a este evento deportivo como el Mundial de la vergüenza. Es inadmisible disputar este torneo en un país cuya afición por la pelota era prácticamente nula antes de 2010, y que maltrata sistemáticamente a colectivos como las mujeres o el colectivo LGTBQ. Nos encontramos ante otra miserable demostración del poder del dinero sobre el juego limpio y la ética del respeto a los derechos humanos.

[1] 6.500 trabajadores inmigrantes han muerto en Qatar desde su elección para celebrar el Mundial de fútbol de 2022 (eldiario.es)

[2] Derechos Humanos en Qatar- Situación Actual (amnesty.org)

 

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