El pesimismo socialdemócrata

Julio Embid

Los maños tenemos la suerte de saber qué día empezó la crisis, la recesión, la desaceleración, el empobrecimiento o el eufemismo que queramos utilizar. Fue el 14 de septiembre de 2008 el día que acabó la Expo del Agua de Zaragoza. Hasta ese día había pleno empleo, obras faraónicas, inauguraciones de carreteras, estaciones y aeropuertos a tutiplén, menús del día de polígono a 12 euros. Hasta Bob Dylan y Alanis Morissete tocaban en Zaragoza y los progres andábamos comprometidos con algo etéreo llamado Nueva Cultura del Agua, desarrollo sostenible y reciclar separando el papel de los residuos orgánicos.

Este ejemplo de despilfarro puro y duro, de 700 millones de euros, fue uno de tantos que tuvieron lugar durante los años de bonanza, a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, donde con la complacencia del sistema financiero español y sus cajas de ahorros se financiaron expos, circuitos de Fórmula Uno, aeropuertos inútiles, ciudades del cine o megabibliotecas sin libros, y él que venga detrás que arree. 

Las empresas se endeudaron,  el paro aumentó, los sueldos se congelaron y la sociedad buscó culpables. Cierta élite intelectual, con bastantes ceros en su cuenta corriente, audis y volvos, plaza fija en la universidad y pocas preocupaciones, señaló a la clase política del despilfarro y el cachondeo de los años precedentes y estableció que la culpa es de los políticos que son todos iguales y de la Ley D’hondt que sobre representa a los nacionalistas que quieren romper España y sólo miran por sus intereses. Así bajo esas premisas del todo falsas y fácilmente refutables para quien quiera hacer cuentas, llegamos a la movilización de la juventud indignada y la caída del PSOE y la victoria de Rajoy en 2011. Alguien tenía que pagar el pato, y ese fue Rodríguez Zapatero. Sin embargo allí no se cerró la herida.

Entre 2004 y 2013, no sólo en España, sino también en el resto de países del euro afectados por la crisis de deuda como Chipre, Grecia, Italia, Irlanda o Portugal, descendió de media un -14.8% la confianza en los partidos políticos, mientras que en el resto de la Unión Europea aumentaba. En todo este grupo de países sureños (más Irlanda) aumentó el euroescepticismo y la decepción con la política y con la Unión Europea, porque cada vez resultaba más evidente, que esta, era más parte del problema que de la solución, y que los partidos políticos tradicionales ya no eran capaces de resolver los problemas de paro, empobrecimiento y desigualdad que estos países tienen.

Para un pesimista profesional como yo, leer a Ignacio Sánchez-Cuenca y su libro La impotencia democrática. Sobre la crisis política de España (Ed. La Catarata, 2014) no resulta otra cosa que una reafirmación ideológica de que si algo va mal, no tiene porque ir después a mejor.

El libro invita a reflexionar sobre el futuro de la democracia, la soberanía nacional o el creciente aumento del poder de la globalización y las distintas opciones que plantea no son nada halagüeña. Pronto llegarán las elecciones europeas y deberemos escoger entre una opción liberal que mantenga la soberanía nacional y la globalización a costa de una restricción democrática basada en que los gobiernos no tengan apenas poder, o una opción socialdemócrata que apuesta por introducir la democracia a escala supranacional y darle más poder a la Unión Europea a costa de los estados.

La primera se basa en el vota a quien te dé la gana, y que tu gobierno que fije la velocidad máxima en las autopistas o si tiene que haber Religión o Educación para la Ciudadanía en secundaria, pero la política económica, fiscal y financiera la hacemos los mayores (FMI y BCE).

La segunda opción se basa en algo peor. Si el votante de izquierdas aborrece cada vez más la Unión Europea, el euro y los recortes, para que nos voten vamos a ofrecerle dos tazas, a ver si así le cogen gusto al caldo y delegamos la soberanía en un ente mayor, que en ningún caso piensa ofrecer el mismo salario mínimo o los mismos derechos sociales en todos los países de la Unión. Así que cada vez parece más claro, que los socialdemócratas como yo, nos enfrentamos a un constante dilema entre muerte a hachazos o muerte a pellizcos. Lo que sí que tenemos claro es que los mismos políticos y programas políticos que en 2011 fueron el problema, en 2015 no serán la solución.

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