El recuerdo de Ormazabal, parte 2: Gregorio Morán

Juanjo Cáceres

Algunos fragmentos de la vida de Ormazabal fueron narrados mucho antes del año de la pandemia. Una de las plumas que lo hizo fue la del periodista Gregorio Morán, autor durante décadas de las célebres Sabatinas intempestivas en la Vanguardia y en los últimos años articulista de Vozpopuli. Morán, además de periodista, ha sido un auténtico cronista del siglo XX a través de diversos ensayos. Hay al menos dos libros suyos que deben considerarse esenciales para la comprensión de la historia de la política española reciente, tanto por la hondura de su investigación periodística, como por explicar de forma considerablemente prematura hechos y actitudes sobre los que o bien resultaba difícil indagar, o bien era complicado expresarse. Uno es Adolfo Suárez: historia de una ambición, de 1979. El otro, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985, publicado en 1986, año de la segunda gran victoria electoral del PSOE de Felipe González en las elecciones generales.

Los textos de Morán se caracterizan por su brillante narrativa, la profusión de detalles, la vehemencia en los juicios de valor y también por una actitud implacable contra algunos de los personajes que transitan por los mismos. Todos estos aspectos explican seguramente en parte la limitada difusión que históricamente han tenido esas dos obras: al menos, hasta la actualización de la primera en 2009 y la reimpresión con poquísimos añadidos de la segunda en 2017. Pero esa historia del PCE de Morán, con todos los matices que se le quieran poner, es un trabajo riquísimo en información, ineludible para cualquier investigador que aborde el periodo, sugerente en su enfoque y, en definitiva, una referencia imprescindible para conocer a los y las comunistas, con nombres y apellidos.

Es precisamente por esas páginas por donde también transita Ramón Ormazábal, citado la nada desdeñable cifra de 34 veces en el índice onomástico. Dos son los episodios de su vida más detalladamente abordados: su encuentro con Heriberto Quiñones acabada la guerra civil y, naturalmente, su pulso con el Comité Ejecutivo del PCE a mediados de los años 1960. El relato de ambos acontecimientos se acompaña de una mirada sobre el personaje muy distinta a la expresada por Juliana en Aquí no hemos venido a estudiar. Es interesante destacar que Morán comparte con este otro autor la condición de ex militante comunista -en su caso en el periodo comprendido entre 1966 y 1977-, de la cual aseguraba en 1986 sentirse orgulloso. También lo es que no muestra un gran respeto por la figura de Ormazabal.

Es 1 de abril de 1939. Cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales consiguen sus últimos objetivos militares, que son ni más ni menos que la toma de los últimos focos de evacuación en la costa de Levante. Desde la segunda mitad de marzo habrán ido llegando desde la zona centro diversos militantes comunistas, entre ellos Heriberto Quiñones y Ramón Ormazabal. Ambos quedarán atrapados allí con la toma del territorio por las fuerzas franquistas y ambos serán llevados al terrible y multitudinario campo de concentración de Albatera, lugar donde excombatientes y perseguidos acabaron siendo internados, como de costumbre, en condiciones infrahumanas.

Quiñones conseguirá escapar de Albatera a finales de abril y los meses siguientes intentará rehacer una mínima estructura del partido comunista en la zona de Valencia, pero será detenido en verano. Su condición de antiguo agente de la Internacional Comunista, la Komintern, propiciará que su interrogatorio y tortura vaya a cargo de policías nazis enviados a España para localizar a ese tipo de agentes. Los maltratos serán brutales e incluirán los primeras prácticas de tortura eléctrica. Será trasladado más adelante a la cárcel de Porta Coeli, en Valencia, a la que llegará en estado crítico, por lo que será directamente internado en la enfermería. Allí solicitará una conversación con el principal dirigente del partido en el centro penitenciario, que no es otro que Ramón Ormazabal. Y es que Ormazabal había sido también trasladado a la prisión valenciana tras conseguir proteger su  identidad y no ser delatado en Albatera.

Lo declarado por Quiñones dará lugar a un informe redactado por Ormazabal para el Buró Político del PCE a inicios de la década de 1940. Incluye una descripción de su estado: No podía moverse porque el reflejo nervioso de las corrientes le producía grandes pérdidas en el cerebro y las articulaciones… Las muñecas y los tobillos los tenía en carne viva de las quemaduras de las corrientes que le habían dado. Estaba esquelético… Expone tanto la detención, como los interrogatorios y las dificultades que tuvo para ocultar su trabajo para la embajada soviética durante la Guerra Civil. De todo ello y mucho más dará cuenta Ormazábal en su informe, que llegará a manos de los dirigentes del PCE exiliados en México cuando Quiñones no solo haya conseguido ya sobreponerse, sino también salir de la prisión -en septiembre de 1940- y retomar su actividad clandestina hasta su posterior detención en diciembre de 1941, tras ejercer de forma autónoma de máximo dirigente del PCE en el interior. Los dos meses siguientes los pasaría detenido en la Dirección General de Seguridad, desde donde sería trasladado a la prisión de Porlier, en la que ya ingresó con la columna rota a causa de una nueva y definitiva tanda de torturas. A las mismas seguiría su consejo de guerra, su ejecución y la terrible e injusta condena de su figura por parte de los órganos del partido, tras numerosas acusaciones infundadas y enormes recelos hacia su liderazgo de los que solo miraban los toros desde la barrera del exilio.

Morán pone el énfasis en el distanciamiento que Ramón toma en su informe de Quiñones, sobre todo cuando este manifiesta opiniones críticas hacia la exiliada dirección del partido. En efecto, Ormazabal manifiesta su indignación porque se haya atrevido a criticarla y recomienda literalmente que se proceda a hablar con él y convencerle de que no era buena su actitud. También recoge, por ejemplo, otra afirmación de Quiñones, en la que expone los motivos por los que habría rehusado escapar a la URSS al final de la guerra con estas palabras: ¡Cómo yo iba a marchar a comer el pan de los obreros de la URSS, después de no haber sido capaces aquí de ganar la guerra! Al comentario de Quiñones, Ormazabal añade: A mí me parecía esto una cosa monstruosa: implicaba una acusación de incapacidad del Comité Central y una crítica intolerable a todos los camaradas que se habían ido a la URSS.

No olvidemos el contexto de estas palabras: principios de la década de 1940, primeros años de posguerra en España, en marcha la Segunda Guerra Mundial… Ormazabal, con los 30 años ya sobrepasados, es un disciplinado militante, consciente de las jerarquías, que se siente obligado, por convicción o por prudencia, a cuestionar la conducta de un agente de la Internacional Comunista, que si bien lleva años jugándose la vida y su integridad física en combate directo contra el franquismo, no forma parte de la dirección del PCE y, por lo tanto, no tiene otro rango que el de mero militante. El mismo Quiñones que se expresaba convaleciente en la enfermería de una prisión y que en el momento de redacción de ese informe ya había trabajaba de nuevo en la clandestinidad.

Ante esta imagen de subordinación a la estructura, es hora de regresar a la década de 1960 y a la prisión de Burgos, cuando es el propio Ormazabal el que, desde las celdas, entra en colisión con la dirección del partido indudablemente encabezada ya por un poderoso Santiago Carrillo. El detonante será el envío al comité ejecutivo del PCE por parte de Ormazábal, Núñez y Ardiaca, a finales de 1964, de dos documentos; el primero centrado en el contexto político nacional e internacional y el segundo en la política del partido. El contenido de dichos documentos y las reacciones que suscitaron marcan precisamente el punto y final del relato sobre Ormazabal en el libro de Enric Juliana.

Esos extensos textos serán examinados a principios de 1965 por los máximos dirigentes, que apreciaran en ellos un posicionamiento en las antípodas del análisis de los ya apartados Claudín y Semprún, puesto que mientras los dos apartados señalaban que el régimen iba para largo, los tres encarcelados veían al régimen franquista, desde la perturbadora penumbra de la prisión, en una situación desesperada y al borde del precipicio. Además, tanto en sus propuestas operativas como en sus sugerencias de alianzas estratégicas, entre las que incluían incluso a una Iglesia Católica saliendo del Concilio Vaticano II y, sobre todo, en su vertiente crítica hacia la dirección, iban mucho más allá de lo que el Comité Ejecutivo estaba dispuesto a tolerar.

En consecuencia, el grupo dirigente del PCE fue contundente en su respuesta. Una reunión del Comité Central, en el mes de agosto de 1965, servirá para que uno de sus miembros, Santiago Álvarez, se encargue de calificar al trío de desviacionistas, oportunistas y poco menos que de trepas. A su vez Carrillo manifestará que Ormazabal trata de hacerse con la dirección del partido y se evocaran otros conflictos anteriores asociados a su figura. En los debates del Comité Central y en las resoluciones se habla también de ataque a la política del partido, a la dirección del mismo e incluso de complot, de modo que los tres quedan sentenciados, tal y como indica la resolución emitida por el principal órgano de dirección: el Comité Central considera que las posiciones de Ramón Ormazabal, Pedro Ardiaca y Miguel Núñez constituyen una desviación oportunista de derecha, revisionista, aunque encubierta de una fraseología sonora y aparentemente revolucionaria.

Tras la sentencia, viene el castigo y la penitencia. Los tres serán apartados de los órganos del partidos en el VII Congreso y sometidos a expiación, esto es, a realizar un intenso ejercicio de autocrítica, que en la tradición comunista debe entenderse como un auténtico acto de retracción con penitencia pública. Era eso o, en el caso de Ormazabal, ser apartado definitivamente de la organización, tras treinta años de militancia, y sobrevivir en la cárcel sin un partido en el que apoyarse. ¿Cómo afrontar ese terrible destino sin que uno considere que su vida no tiene sentido y que no ha servido de nada? ¿Cómo sobrellevarlo en la dura prisión franquista? Solo en el sometimiento estaba la salvación, aunque fuera a costa de rendir un espíritu que ni sus torturadores fueron capaces de doblegar.

Así se expresa Ormazabal, en pleno ejercicio de inculpación, en las cartas enviadas a la dirección del partido con posterioridad a su sentencia, a las que puede accederse en el libro de Enric Juliana: Por fortuna, cuando presuntuosamente me estaba considerando “salvador” del partido y su dirección, de su línea política que se encontraba en peligro, he sido yo el salvado realmente por vosotros de la peligrosa pendiente por la que me deslizaba.

Todo el peso del partido ha caído sobre él en los muros de Burgos. Tan intensa fue su lucha como su sumisión, pero ni siquiera con este contraste profundo y terrible quedan suficientemente bien descritas todas las aristas de la persona que fue Ramón Ormazabal. Esas aristas que todos dibujamos mientras nuestra biografía avanza y que son esculpidas con la fuerza que los acontecimientos tienen sobre nosotros. Hay pues que evocar lo que todavía falta por evocar.

2 comentarios en “El recuerdo de Ormazabal, parte 2: Gregorio Morán

  1. El destino como irrefrenable corriente del rio que nos lleva es un asunto literario que redime la responsabilidad individual , a no ser claro que se incluyan los accidentes , por definición ajenos a la voluntad , en ese rio informe de revueltas y sumideros imprevisibles.

    En el artículo de Juanjo , bien trabajado y de documentación escrupulosa , se deja entrever una petición de justicia para con las vidas de sus protagonistas , tan intensas y convulsas , animadas por el fuego de una doctrina transferida en su sacralidad de su original religioso.

    Nada se nos dice -en esta hagiografía encubierta – de los excesos de su poder cuando éste estuvo presente en sus vidas , algo esencialmente molesto para un lector concentrado en el relato y a quien nada importa las relaciones íntimas de una Anna Karenina cuya descripción se detiene en las puertas del dormitorio.

    Lo importante es la dinámica de los juegos de poder , no la justicia y verdad que los ampara; sus fundamentos no fueron creados por ellos y solo cabe juzgar las acciones correlativas de los protagonistas .

    Todo muy humano en espera del Juicio Final.

    El dolor de San Lorenzo abrasado en su fe solo solo nos advierte de la destreza del que maneja la parrilla , no de la bondad de su fe.

    La vida política es muy dura y pronto se pasa de los privilegios a la insignificancia , como sabe bien Sánchez , capaz de descabezar su cabaña de incondicionales en un solo tajo maestro.

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