El reino de la pusilanimidad: “Freedom” de Jonathan Franzen

Frans van den Broek

Desde que apareciera su novela “The Corrections” en  2001, por la que ganó el National Book Award y enorme aclamación crítica, Jonathan Franzen se ha convertido en algo así como la voz novelística de la América del siglo veintiuno. Aunque había escrito un par de novelas anteriores, este libro le trajo fama y reconocimiento internacional. Tuvo incluso el dudoso privilegio de ser elegido por Oprah Winfrey como uno de los libros de su club de lectores, algo que recibió con sentimientos encontrados, pues afirmó en alguna parte que le preocupaba que esta elección disuadiera a los potenciales lectores masculinos de su novela, si bien le aseguraba una venta masiva, sobre todo, para qué negarlo, entre los lectores de sexo femenino. Oprah Winfrey tomó nota de su incomodidad y no siguió adelante con la entrevista que tenía planeada con él. Este hecho atrajo la atención de los medios de comunicación, como no podía ser menos en América, y antes que restarle lectores, creo que tiene que habérselos asegurado aún más. Un hecho baladí, tal vez, pero significativo en el panorama actual de las letras norteamericanas, al menos hasta cierto punto.

La novela sigue los pormenores de una típica familia americana, desde un presente en el que el pater familias empieza a ser acosado por los estragos del Alzheimer y en que los hijos, ya mayores, no saben encontrar su lugar en el mundo, a pesar de los privilegios de que han gozado como miembros de una familia de clase media. La novela que quiero comentar en estas líneas, “Freedom”,  repite la fórmula de la anterior, aunque esta vez la narrativa no se extiende hasta la vejez de los padres, y se detiene cuando éstos llegan a la cincuentena y los hijos han comenzado su andar adulto por el planeta americano. Explora con más detenimiento, eso sí, el pasado infantil y juvenil de los padres de la familia, Patty y Walter, habitantes de un suburbio americano en proceso de renacimiento urbano (aquello que en inglés se conoce como “gentrification”). La novela se inicia justamente con Patty y Walter recién llegados al barrio y con hijos aún en edad de ser llevados en carrito. Patty es alta, agraciada físicamente, incapaz de criticar a nadie, entregada a su familia y vecina ejemplar, una madre a tiempo completo con suficiente energía como para criar a sus hijos y reparar, junto a su esposo, la casa venida a menos que han comprado. Walter trabaja duro por su familia, primero en organizaciones legales de corte social, y luego para una organización encargada de salvar el hábitat de un pájaro en peligro de extinción, que tiene conexiones, paradójicamente, con una empresa de recursos energéticos en procura de terrenos de explotación del carbón.

Ambos tienen un amigo, Richard, un músico bohemio, mujeriego y algo irresponsable, con el que Walter ha compartido piso en tiempos de la universidad, y por intermedio del cual Walter ha conocido a Patty. Patty no puede resistirse a los encantos de Richard y se enamora de él, pero Richard, cuando estudiantes aún, la rechaza, en aras de su amistad con Walter. Patty acaba casándose con su eterno admirador, Walter. La novela gira en torno a este triángulo amoroso y amistoso, que desemboca en el adulterio y en la crisis existencial de todos los implicados. Además, está la vida de los hijos de Walter y Patty, Joey y Jessica, quienes endilgan a los padres sus respectivas dosis de miseria y conflicto. Joey se pelea con sus padres, se va de la casa para vivir con los vecinos, con cuya hija ha comenzado una relación sexual, y más bien poco amorosa, se rebela contra ellos, pero no a la manera de los hippies de antaño, sino de los conservadores de hogaño, pues se termina haciendo republicano y empresario, para desmayo de sus  liberales padres. Jessica, por su parte, es la hija modelo, pero decide también poner distancia entre la sofocante opresión amorosa de su madre y su integridad psíquica.

Los padres, de tradición demócrata, con todo lo que esto significa (o no significa más) en América, asisten con perplejidad a la degradación de su propia estabilidad interior y de su matrimonio, y al cambio cultural que signa los últimos decenios del siglo pasado y el comienzo del actual. Patty, quien no ha hecho nada además de ser madre, a pesar de su instinto competitivo, de su talento para el baloncesto, de su inquieta personalidad, poco a poco se desliza hacia la depresión y la incuria, y termina engañando a Walter con Richard. Pero no pueden estar juntos, por temor, por desidia, por los dictados de sus costumbres. Walter, quien ha tenido una vida dura con un padre alcohólico y dominante y una madre enferma, trabajando como esclavo en un motel que tenían en un lugar perdido del campo americano, y luego en lo que se prestara a fin de costearse los estudios y de salir adelante, adora a Patty, pero no puede hacer nada para evitar su tristeza y su retraimiento. Walter es un hombre de principios, y se ha entregado en cuerpo y alma a su campaña ecológica, hasta el punto de hacerse ciego a la contradicción de promover una compra de terrenos vírgenes que serán explotados por las mineras de carbón, para luego ser reclamados para la naturaleza y para el gozo del pajarito que irá a tener un enclave seguro para su existencia amenazada. Patty se le escapa, pero no hubiera podido jamás sospechar que sería su mejor amigo, el único que ha tenido de verdad en toda su vida, quien lo traicionaría. Enterado del hecho, su universo se derrumba y se separa de Patty, se aísla de modo thoreauniano en una cabaña al lado de un lago y se dedica a sufrir y meditar. Hasta que se desencadenan los hechos finales que lo redimen a él y a su esposa.

Se preguntará quien haya leído estas líneas: ¿y eso es todo? Aparte de algunos vaivenes argumentativos laterales, de un poco de política y de historia contemporánea, sí, esto es todo. El caso es que, para ser justos con Franzen, el libro está escrito con una prosa ágil y seductora, provista de un ritmo que ha de ser el horror de los traductores, pues me pregunto cómo podrá transmitirse a otra lengua. Y esto por otra razón, además, y es que Franzen escribe en americano, en la lengua de ahora, más cercana a los giros y devaneos de los adolescentes que a la prosapia adulta, lo que confiere al libro un tono coloquial que estoy seguro hará las delicias de muchos lectores, pero que a mi parecer intensifica la sensación de puerilidad que produce su lectura. Porque este es su principal problema: que los problemas que hace vivir a los personajes no son, en realidad, problemas, o mejor dicho, sí lo son, pero de tal grado de irrelevancia que uno se pregunta para qué tanta alharaca. Al libro no le falta humor, o ironía, pero el narrador se toma muy en serio lo que le pasa a sus personajes, a quienes desnuda psíquicamente, como si sus destinos reflejaran de algún modo el temple anímico de los tiempos o de su país, y se desvive tratando de hacer que el lector los tome en serio también, pero al menos a un lector, el que escribe, no le fue posible. O dicho de otro modo, sí le fue posible, porque el libro está escrito con habilidad y cierto vigor narrativo, pero en cuanto dejaba sus páginas, los intríngulis psicológicos o morales o políticos de sus caracteres se los llevaba el viento de la ecuanimidad y la más elemental reflexión. Sería tal vez exagerado decir que no llega a conmover, bajo la premisa de que un ser que sufre no puede sino suscitar nuestra empatía, y los americanos medios que se nos ofrecen a la contemplación sufren como puede hacerlo cualquier americano medio del mundo post-industrial que no encuentra suficientes tener un techo sobre sus cabezas y suficiente dinero en el banco, pero el grado de conmoción es tan superficial que se ve sobreseído por la más mínima experiencia del predicamento humano que uno pueda tener. O, en otras palabras, y parafraseando a Julio Ramón Ribeyro, soy peruano, y eso es irremediable, y para disfrutar adecuadamente de este libro uno tiene que ser, me imagino, estadounidense sin reparos, y de preferencia de raza blanca y educación universitaria, como el escritor. Porque es cierto que no toda novela tiene que tener su Raskolnikov o su Abel, pero no creo que le hubiera hecho daño el explorar un tanto mejor la posibilidad de agregarle alguno.

Como fuera, Franzen no está solo en esta situación artística. En los últimos tiempos he notado cada vez más cómo muchas novelas contemporáneas escritas por americanos o europeos, incluyendo a españoles e hispanoamericanos, terminan al final por importarme un bledo, al menos en lo que al destino de sus personajes respecta, pues no es incomún que estén escritas con rigor técnico y corrección argumental. Me refiero sobre todo a las novelas que tienen contenido realista, las que apelan a la ficción para introducirnos en un universo que tenemos que reconocer como verosímil y que debe conmovernos y plantearnos problemas que tienen relevancia para nuestra condición de seres humanos en un mundo a la vez hospitalario y hostil. La narrativa fantástica supone otras premisas de lectura y es por ello que alguien como Borges, hablando de laberintos y espejos, puede acceder a nuestra emoción o suscitar nuestro asombro y cumplir con sus objetivos literarios sin desmedro de su calidad, aunque no haya nada reconocible en sus fantasías de nuestra experiencia del mundo. Pero si alguien decide contarnos el destino de personajes creíbles dentro de los parámetros de aquello que llamamos, por conveniencia o distracción, realidad, tiene la obligación de contarnos algo interesante, que expanda nuestro conocimiento emotivo de la existencia, que suscite un pathos de reconocimiento y apreciación, o al menos así lo creo. Los personajes de Franzen, aunque delineados con profusión y cuidado, me dejan preguntándome, como dije, a qué viene tanta verborrea sobre asuntos que en el fondo no son tan importantes como su energía literaria haría suponer. Esta es una apreciación sesgada, por supuesto, pero no malintencionada, por la sencilla razón de que mi juicio como lector es dependiente de mi intención de concederle la palabra al escritor para que me convenza de la necesidad de su ficción, de su relevancia para mi existencia, o para cualquier existencia, algo que no ha conseguido, y que no consiguen muchos escritores similares a él. Los personajes me parecen, en suma, demasiado pusilánimes para concitar mi compromiso emocional e intelectual, aunque les auguro el derecho a existir de modo muy favorable en la apreciación de muchos otros lectores, como ya ha ocurrido.

La razón de esta desafección literaria es difícil atribuirla a un factor único, pero me pregunto si no tendrá algo que ver el hecho de una sostenida prosperidad económica y la ausencia de sufrimiento por parte de buena parte de la población de Europa y América durante los últimos cincuenta años. Esta es una condición que nunca se agradecerá demasiado, huelga decirlo, pero empiezo a comprender lo que alguna vez dijera Vargas Llosa en una lejana entrevista, cuando afirmó que la prosperidad económica y social producía mediocridad literaria. Creo recordar que Gide dijo algo análogo al afirmar que es con los buenos sentimientos que se hacía mala literatura. Estas son generalizaciones demasiado extensas como para ser de mucha utilidad, pero sospecho que la literatura realista se resiente de una carencia de experiencias vitales de la que extraer sustancia literaria. Sobre todo cuando el escritor es de aquellos que recurren con insistencia a su propio pasado para insuflar vida a sus personajes, como es el caso de Franzen y tantos otros. Un escritor de novelas históricas, por el contrario, puede imaginarse a discreción lo que viven sus personajes, pero incluso en este caso habrá siempre que recurrir a algún pozo de memorias afectivas que le sirvan para vivificar la narración. Si esto es así, me imagino que es difícil trazar un cuadro del drama humano, o de la comedia humana, o de la farsa humana, si lo más importante que le ha ocurrido a uno es que se atore la computadora o se estropee el iPod o nos deje la secretaria o la alumna con la que uno se estaba refocilando. Sé que la imaginación humana puede suplir estas carencias con creces en muchos casos, pero en otros no. Si Franzen quería decirnos que la libertad del ciudadano americano a la que alude el título de su novela es trágica, porque le condena al sufrimiento y la indeterminación, a la obsesión o al materialismo, al consumismo o al sexo, bien podía decírnoslo tal cual, sin necesidad de quinientas páginas en la que unos personajes mediocres y algo tontos no sepan qué hacer con sus vidas, aparte de complicárselas innecesariamente. Pero quién soy yo para afirmar este juicio, se dirá alguien con razón, ya que la misma Oprah Winfrey lo ha invitado de nuevo a su programa y recomendado su libro, lo que le asegurará millones de lectores, entre los cuales habrá, espero, muchos lectores masculinos. Uno de los cuales, el que escribe.

11 comentarios en “El reino de la pusilanimidad: “Freedom” de Jonathan Franzen

  1. » ……… La razón de esta desafección literaria es difícil atribuirla a un factor único, pero me pregunto si no tendrá algo que ver el hecho de una sostenida prosperidad económica y la ausencia de sufrimiento por parte de buena parte de la población de Europa y América durante los últimos cincuenta años. Esta es una condición que nunca se agradecerá demasiado, huelga decirlo ………

    Calla Frans!!! …… la huelga ni mentarla!!!

  2. Gracias, Frans.

    ¿La función de la literatura? Suena a debate muy sesentayochesco, parisino.

    Un libro implica, entre otras cosas, un esfuerzo enorme. Quien lo escribe se ha dejado la piel a base de meses o años de desvelos persiguiendo la precisión, la corrección, la emoción. Pero, al ofrecérselo al lector potencial, también demanda mucho de éste; horas o días de su atención, a cambio de la promesa incierta de hacerle algo más sabio o feliz a consecuencia del tiempo que va a entregar a la lectura. Por eso, siempre he pensado que los escritores tienen el deber moral para con sus lectores de brindarles algo interesante o, por lo menos, entretenido. Me parece a mí que, en nuestro contexto, queda poco espacio para el realismo chato, por mucho artificio verbal que lo adorne: quinientas páginas de vacuidad, no gracias; aunque las recomiende Oprah.

    Abrazos para todos.

  3. Me temo que muchas de las cosas que dice Frans de los personajes de Freedom se podrían decir igualmente del atormentado jovencito de El Guardián entre el Centeno. Quizá Franzen escribe para quienes leyeron en su adolescencia el libro de Salinger, y ése es el motivo de su éxito.

    Al mismo tiempo no estoy seguro de que la fábula (unos personajes mediocres y algo tontos que no saben qué hacer con sus vidas) no hable también de nosotros.

  4. Otro libro que no leeré nunca. Sin necesidad de entrar en profundidades sobre la función de la literatura, sí creo que uno tiene derecho a exigir cierta profundidad emocional o intelectual en las historias de los escritores. Estoy de acuerdo con Frans en que gran parte de la literatura contemporánea de los países desarrollados son historias burguesas sin mayor interés, entre las cuales incluyo el género detestable de desvelar las miserias de la familia burguesa que aparenta vivir en armonía y esconde no se qué demonios internos que hace a todos muy desgraciados e infelices. Para mi el paradigma de la pretenciosidad insustancial de nuestro tiempo es Javier Marías, pero supongo que esto es una apreciación muy personal que no muchos compartirán. Como dijo Hegel en la Lógica, la nada nadea. Por lo visto, es lo que sucede con esta novela llamada Freedom. Si por lo menos se hubiera transformado en sátira y fuera motivo de risa…, pero parece que las 500 páginas del volumen se toman muy en serio, aunque haya una ironía de fondo, las vidas de estos personajes. Añado que yo nunca entendí la fascinación de El guardián en el centeno. Yo era más de Herman Hesse en los tiempos de la adolescencia. No sé por qué luego me dio por las hamburguesas.

  5. Gracias Frans van den Broek por resumir 500 paginas en 7 párrafos.

    «…mi juicio como lector es dependiente de mi intención de concederle la palabra al escritor para que me convenza de la necesidad de su ficción, de su relevancia para mi existencia, o para cualquier existencia» sobran palabras, huelga decirlo… ya que estamos, quizás hoy si tenga a bien comentar 8 escuetos parrafos de extrema relevancia no sólo para su existencia sino para cualquier existencia:

    «No hace falta que nos lo conceda Dios, ni Ala, ni Buda… podemos considerar que la vida tiene valor. No hace falta la inspiración divina para pensarlo. No es algo que lo conceda ninguna divinidad, es algo que nos lo concedemos nosotros viviendo. Nuestras vidas tienen valor. Somos la parte crucial, decisiva, inteligente de la naturaleza. Quizás yo no tanto, pero puedo pensar en mi pequeña parcela de conocimiento e imaginar que mi vida tiene valor y que este valor que todos defendemos de uno mismo, es considerado como patrón económico del sistema capitalista, como un derecho propio de la vida. Desde que empezamos a respirar, hasta que dejamos de hacerlo, tenemos derecho a considerar nuestra vida como un valor. 
    Nuestras vidas son el resultado de infinitas posibilidades en la evolución de la célula. Parece mentira como un organismo tan diminuto, primigenio, ha podido evolucionar en el tiempo creando infinidad de asociaciones complejas de ADN, diseñando organismos vivos pluricelulares, adaptados a las fuentes de energía necesarias para alimentar a las células que contiene el ser.
    La mujer y el hombre, se mire como se mire, son el máximo exponente de la naturaleza. La célula nos ha hecho inteligentes dotándonos de un cerebro suficientemente grande como para llegar a descubrir que la célula es el potencial de la vida. Sorprendente! somos células pensantes, inteligentes, autónomas, que vivimos en sociedad, formamos parte de un sistema socio-económico basado en el intercambio de bienes y servicios, que nos facilitan la vida.
    Gracias a que pensamos y damos valor a las cosas podemos intercambiar y obtener de esta forma un beneficio en el cambio. Trabajo por dinero, por un techo, por comida. Dinero por comida, por un techo, por trabajo. La moneda del intercambio tiene estas dos caras, comprar y vender. Su valor está sometido a las fluctuaciones de la oferta y la demanda, y es un acuerdo entre dos partes. Este sería un acuerdo entre todos, pues todos estamos de acuerdo en que nuestra vida tiene valor.
    Cada cultura tiene su escala de valores sometida a los azotes de la ciencia y la tecnología. La sociedad del conocimiento, política, democrática, versa su sabiduría en la mejora del nivel de vida. Sea por lo que fuere, la célula nos deja como estrategia de supervivencia considerar que la vida tiene valor. Puedo pensar que la vida tiene valor, mis células me permiten pensar en el valor de la vida como una fuente de riqueza, un filón de vida, de humanidad,
    Es fácil imaginarlo. Un capital metafórico administrado por las Naciones Unidas como un derecho humano universal de supervivencia: Un capital de transferencia electrónica para comprar bienes y servicios de primera necesidad, (limitado en su uso), a cargo del lingote metafórico de vida, fiduciario de riqueza,  representado en el Certificado de de Valor Capiatal Vida creado por la ONU, para cubrir las necesidades de alimentación, salud, educación, vivienda, justicia… (servicios sociales) de toda la población mundial así como para financiar la lucha contra el cambio climático, entre otros aspectos.
    ¿Quién no se apunta a esta idea?, es la idea definitiva. Piénselo bien, está decidido en nuestros corazones, en el interior de nuestras células, en el fondo de nuestros pensamientos. Somos partes indivisibles de la misma naturaleza que nos hace únicos, y es esta unicidad la que da valor equitativo a la vida, todos necesitamos la misma energía para sobrevivir, las mismas necesidades básicas para vivir.
    La célula, con instinto de supervivencia, nos deja pensar en el valor de la vida como un ajuste en el sistema de economía salvaje, capitalismo, basado en la ley de la naturaleza, donde el fuerte es el que sobrevive. Es posible pensar actualizar el sistema inscribiendo el valor de la vida en la carta de derechos humanos, más racional, donde no hace falta que muera el más débil».

    Esta propuesta no es ciencia ficción es ciencia de la razón.

    Porque el mundo está cambiando: http://www.redesparalaciencia.com/4040/redes/redes-75-no-me-molestes-mama-estoy-aprendiendo

    Saludos celulares.

  6. Buenos dias Frans van den Broek,caballeros callejeros y cabelleras al viento:
    Despues de un puente con extraña resaca,uno vuelve a la normalidad cuando entra en Debate Callejro y se encuentra un articulo de Frans.
    Como siempre nos pone en tela de juicio nuestra prespectiva literaria y los resortes que al comun de los mortales,le mueven a una lectura por el placer intelectual que da leer una obra literaria.
    No soy de los que leen obras literarias donde la realidad este expuesta de manera «realista»,mas bien soy de los que esperan de la lectura ,el alcance de otros mundos ,de otras maneras de ver las fluctuaciones mentales que tenemos los seres humanos.
    Cuando lei «Cinco semanas en globo» me habian regalado dos discos ,uno de los Rollings Stones «Sticky Fingers»y el otro de Pink Floyd «el de la vaca».
    Estuve leyendo al mismo tiempo que escuchando esos discos y cada vez que los vuelvo a escuchar me vienen al mente pasajes del libro de Julio Verne.
    Una extraña sensacion,que he podido lograr con otras historias y otros sonidos.
    Es como escuchar la 9 sinfonia de Beethoven y sentir el olor a baño de paro,fijador y revelador,entre las sombras de una luz roja en mi laboratorio fotografico montado en el cuarto de baño de mi casa,una sensacion digna del mejor anuncio del «aroma de pravia».
    Supongo que a ustedes le debe pasar lo mismo,eso me lleva a la conclusion que la lectura de un libro esta muy ligada al entorno en el que uno vive y siente.
    Estoy convencido que no es lo mismo leer con musica de Edgar Varèse que con Chopin o con Camela.
    Le invito a Don Cicuta a leer «El capital» de Marx con Camela,si sale vivo del intento yo le monto un pisito en Ibiza para que pase las vacaciones.
    En fin ,no se por qué escribo este batiburrillo ,pero algo tenia que deciros ,para que os deis cuenta que frans es un genio de la pluma y el menda que les escribe es el hijo tonto de Petete.
    Es duro darle la razon a Lobison,pero que le vamos a hacer si el mundo en el que vivo está escrito y dirigido por Ziluminatius….ejem….jeje.

Deja una respuesta