El tablero del fútbol global

Juanjo Cáceres

Casi sin que nos diéramos cuenta, fueron asentándose en nuestros comedores. Venían con fuerza, pero la pandemia les dio el impulso definitivo. Desde entonces, buena parte de los hogares españoles quedaron conectados a Netflix, como muchos otros ya lo estaban a Movistar. Estar suscritos a streamings diversos, llámense Disney+, HBO, Apple TV, Filmin, Amazon Prime, DAZN y un larguísimo etcétera, se ha convertido en algo tan habitual en las familias, como unos años atrás era descargar productos piratas en redes P2P o con torrents – que, por cierto, no por ello han dejado de existir. Pero la noticia no es que ahora aceptemos de buen grado pagar un servicio de streaming por ver series y partidos en nuestras televisiones de altísima definición, cuando antes, ni pudiendo, lo hacíamos, sino lo que ello representa: que las grandes empresas globales se han colado en casa. Y si las llamamos globales, es porque ese servicio de streaming que recibimos, tiene básicamente el mismo catálogo que ofrecen en Londres, Budapest, Nueva Delhi, Hong Kong y Los Ángeles, lo que implica que son servicios dirigidos a audiencias globales, entre las que cada uno de nosotros no somos mucho más que un átomo.

En esta era de las empresas de streaming globales, el fútbol tiene un gran protagonismo. No cabe duda de que es el gran producto de Movistar, ahora compartido con DAZN, pero debemos fijarnos que ha penetrado también en otros proveedores mediante formatos distintos a los de las retransmisiones deportivas. Lo hemos visto muy claramente en Amazon Prime, que ha dedicado al Real Madrid y al FC Barcelona dos series documentales sobre la temporada 2021-2022, como ya había hecho en temporadas anteriores con otros equipos europeos. Pero más sorprendente es si cabe que Apple TV haya dedicado una serie documental a la Superliga, con un posicionamiento muy en sintonía con los postulados de la UEFA. Por allí circulan todos los capitostes del fútbol moderno: Ceferin (que parece el guionista de la serie), Florentino, Tebas, Laporta, Agnelli… Pero pese a ser justamente eso, un producto de manufactura UEFA, creo que es allí donde se ve más claramente de qué hablamos, cuando hablamos de fútbol global en el año 2023. Y aunque es algo que tiene muy poco que ver con el de pocos años atrás, también es el resultado de una evolución paulatina que todavía no se ha completado.

Hay una reflexión de los defensores de la Superliga que resulta del todo innegable: los grandes equipos de Europa apenas juegan entre ellos, más allá de algunos cruces puntuales en Champions y algunos más por parte de los que llegan a la recta final de la competición. Ese racanismo ha impedido cosas como que Messi comparezca en el Nou Camp con la camiseta del Paris Sant Germain, pero sobre todo provoca que prácticamente no haya choques entre los grandes equipos de las grandes ligas nacionales (la Premier, la Liga, la Seria A italiana y la Bundesliga). Unas grandes ligas que, a su vez, están cada vez más dominadas por un número reducido de equipos, por mucho que de tanto en tanto algún extra dé la campanada. Y tienen razón, también, cuando afirman que se está privando a la audiencia global de unos choques que el aficionado de Budapest, Nueva Delhi, Hong Kong y los Ángeles podría consumir con intensidad. Florentino lo tiene muy claro: “el fútbol debe evolucionar, como evolucionan las empresas y la sociedad”.

Pero no me trae hoy aquí el hacer un análisis de las virtudes y los efectos perversos de la Superliga, sino el insistir en la necesidad de ser conscientes de que nosotros, seamos consumidores, aficionados o meros televidentes sin más pretensiones, nos hemos convertido en telespectadores globales. La globalización que hace treinta años que se anuncia y que no logra penetrar en algunas dimensiones por la resistencia de los Estados, sí que lo ha hecho en los mercados audiovisuales. Las empresas audiovisuales nacionales están siendo progresivamente arrinconadas por un magma de servicios globales, que se impone cada vez más como un nuevo punto de aglutinamiento de audiencias de todo el mundo, que en las últimas décadas habían estado muy fragmentadas. Eso desde luego tendrá cada vez más consecuencias, especialmente desde el punto de vista de la influencia social y del poder, como iremos viendo y como ya está pasando sin que sepamos apreciarlo todavía en toda su dimensión, pero especialmente sobre los mercados de cualquier producto, entre ellos el del fútbol-espectáculo.

¿Y qué revela precisamente el mundo del fútbol? Pues el desacoplamiento gigantesco que hay entre lo que realmente está pasando y lo poco que se percibe lo que está pasando entre el aficionado tradicional, aunque también en el mundo de los jugadores, los entrenadores y las directivas. No obstante, los contrastes son notables: los grandes jugadores tienen claro que son estrellas globales, porque hay grandes marcas deportivas haciéndolos millonarios y porque llegan a los grandes clubes forrados, pero no es nada extraño que en el vestuario se encuentren con entrenadores con una mentalidad de otra época. El famoso caso de Xavi prometiendo a los jugadores del Barça una cena donde ellos quisieran, como estímulo adicional para ganar un partido, resume perfectamente ese no saber donde se está, ni con quien se trabaja hoy en día en el vestuario de un gran club. Precisamente de los muchos problemas deportivos que arrastra el FC Barcelona, uno de los más ignorados es el desacople entre técnicos y jugadores, que de forma especialmente sangrante se han visto con los tres últimos entrenadores -Quique Setién, Koeman y Xavi-, cuyo problema no era no entender el fútbol moderno, sino no entender al profesional global actual, ni aun menos lo que ocurre fuera del campo. Y eso que jugadores como Lionel Messi o Gerard Piqué les han dado una auténtica masterclass de lo que es ser una estrella global del fútbol durante sus largas carreras profesionales.

Por otra parte, en el ámbito de la gestión, se junta un poco también esa falta de visión con algo muchos más prosaico: los problemas de reparto del pastel capaz de generar miles de millones anuales, del que no todos se sienten satisfechos con su cuota. Menos aún tras los problemas financieros causados por la pandemia. De ahí la elevadísima tensión existente entre la UEFA y La Liga con esos dos grandes clubes que habían apostado por la Superliga. Sin embargo, buena parte del aficionado del Barça contempla los conflictos entre Laporta y Tebas en clave tradicional: esto es, “la culpa es de Madrid” o “la culpa es del Madrid”. Pero lo cierto es que esa guerra, a menudo más subterránea de lo que parece, se enmarca sobre todo en una tremenda disputa sobre quién va a traer el cambio de paradigma que la nueva realidad de medios exige: las federaciones o los grandes clubes. Una disputa en la que, evidentemente, nadie está libre de conflictos de interés.

Lo que sí que parece claro es que el proceso de transformación global del fútbol va a seguir avanzando y que es irreversible, porque el entorno por donde pasa el fútbol, el de la televisión, ya ha cambiado. No perdamos de vista que parte de lo que se vivió alrededor del Mundial de Qatar, más allá de corruptelas, es otra prueba gigantesca de ello: nada mejor que un Mundial para ver lo que significa realmente hablar de audiencias globales. Pero en ese proceso de cambio va a haber ganadores y perdedores. La pelea entre clubes de la Superliga y federaciones, es realmente una pelea por no verse descabalgados de la élite del fútbol y los ingresos que ello supone, mediante la aparición de una competición cuyos componentes son siempre los mismos, siguiendo el modelo de grandes ligas que impera en el futbol americano (NFL), la NBA o la liga estadounidense de beisbol (MLB). No hay un equilibrio posible entre los intereses de las ligas nacionales, de la UEFA y de los grandes clubes, sobre todo cuando también buena parte de estos últimos están amenazados por la penetración de los petrodólares en el mundo del fútbol.

Y puede que tampoco la cosa acabe bien para alguno de los grandes clubes. En ese sentido los riesgos que corre el FC Barcelona son gigantescos. Tras unos años de gestión calamitosa, en los que se ha devaluado la plantilla, también el club como marca global, su capacidad competitiva y lo que es más importante, su capacidad de reinventarse, afronta su futuro enmarañado en una gran telaraña de créditos garantizados por ingresos futuros (las palancas), que pueden acabar provocando la bancarrota económica o deportiva del club en no demasiado tiempo. Para el Barça, la apuesta por la Superliga no es más que la apuesta por un flotador económico que salve su desequilibrio entre ingresos, gastos y necesidades competitivas: un triángulo verdaderamente imposible de cuadrar. Muchos creen que eso acabará derivando en su transformación en Sociedad Anónima Deportiva, pero llegado el caso, ¿de qué tipo? ¿Se la quedaría un grupo de inversión global multimillonario que consiga relanzarla mediante una inversión a muy largo plazo, ya que a corto su rentabilidad es más que discutible, teniendo en cuenta todo el escenario existente? ¿O bien se arriesga a convertirse en un club de segunda, alejado de los circuitos de las audiencias globales? Teniendo en cuenta que le crecen los problemas, el último de ellos en forma de “informes Negreira”, nada es imposible.

Pero no nos engañemos: tampoco el Madrid, ni nadie, tiene el futuro asegurado. A corto plazo Florentino no ha logrado ganar su apuesta por la Superliga y su fase de hegemonía europea se acerca a su fin por razones de edad de la plantilla y de edad del presidente. No obstante, el Madrid es un equipo técnicamente mucho mejor dirigido para rendir en ese gran escaparate que es la Champions, que además es la vía ahora mismo por donde más probable es ganar seguidores globales. No cabe duda que a ellos, la época de los galácticos, sí que les sirvió de Masterclass.

En definitiva, mientras dure este largo periodo de ajuste a una realidad diferente, será fundamental tener una visión clara de por donde pasa el futuro y acertar con las apuestas que se hagan, porque ahora mismo todo está en plena efervescencia. Una efervescencia en la que el aficionado se pierde y el ciudadano de a pie no es nada consciente de cómo se está empequeñeciendo con la expansión de las grandes redes globales. Empequeñeciéndose, además, en todos los sentidos.

 

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