Frans van den Broek
Hace una semana sucedió lo que tenía que haber sucedido tiempo atrás, o mejor dicho, no debiera haber sucedido nunca: la caída de un gobierno cuya razón de ser era espuria y vana. No se puede tener un gobierno por el solo hecho de tenerlo, sino porque va a gobernar, o al menos eso es lo que estipulan la constitución y el sentido común. Pero el gobierno holandés del anodino Mark Rutte estaba destinado, en el mejor de los casos, a medio gobernar y a entregarse al ejercicio de banalidad política en que se ha convertido la tradición consensualista de los holandeses. Un consenso en el que se han diluido los antagonismos naturales que deben jalonar las opciones políticas de cualquier país que se respete. Pero no, con tal de gobernar, aceptaron estar en las manos del veleidoso Wilders de la extrema derecha y al hacerlo le concedieron un espacio que debiera estar en manos de fuerzas políticas con ideas claras sobre lo que significa hacer oposición si es necesario o equilibrar el espectro político guiadas por opciones éticas sobre las que no cabe hacer concesiones. Tal como fueron las cosas, era cuestión de tiempo la llegada del momento en que Wilders decidiera tentar acciones políticas más decididas y desestabilizadoras, para el pasmo de sus co-gobernantes, o quizá debiera decir, gobernados (por él y su partido).
Lo irónico del caso es que las razones que adujo Wilders para sustraer su apoyo al gobierno son perfectamente razonables: insistir en el mágico 3% de déficit máximo es ridÃculo, más aún en un paÃs que no ha sido afectado por la no menos mágica crisis de la manera en que lo han sido otros, por lo que no hay motivo claro para seguir haciendo recortes que pueden afectar de manera muy negativa a la población e incluso a la economÃa en general. ¿Por qué tiene que ser un polÃtico de extrema derecha el único que se oponga a las exigencias de Merkel y compañÃa en Holanda? Este es uno de los principales peligros de las tradición consensualista en polÃtica, el que al diluirse los antagonismos que obran en beneficio de un control democrático de los partidos rivales, se deje el espacio opositor a grupos insignificantes o, como en este caso, grupos con ideas xenófobas y radicales de extrema derecha, a los que la población empieza a identificar como la única alternativa que se opone a los contubernios de un gobierno sobre el que se ha perdido interés, o que se ve aliado en la causa común de joderles la vida y aprovecharse de sus impuestos. Si a esto aunamos la también larga tradición anti-inmigratoria de Europa, no pocas veces de contornos racistas, que ha disminuido pero de ninguna manera desaparecido, se producen entonces condiciones similares a las que hicieron emerger a polÃticos como Hitler o Mussolini, si bien, claro está, no por razones de consensualismo en dichos casos, sino de pérdida de credibilidad polÃtica y aguda crisis económica, como la que ahora asola la Unión Europea.
¿Qué seguimos escuchando, sin embargo, de la boca de la mayorÃa de los polÃticos holandeses y europeos? Que la solución a todos los males pasa por más Europa, no menos, como si aquel mantra aún sirviera para resucitar la energÃa unificante que dio origen al mercado común y a la unión, y para exorcizar los demonios que se han apoderado sobre todo de los paÃses del sur, pecadores sumos de la disciplina fiscal, y conocidos despilfarradores, tomadores de siesta y quebradores de platos (además de borrachos y sensualistas). Holanda hasta hace muy poco se entregaba a una de las caracterÃsticas más habituales del carácter nacional, reconocida por ellos mismos, cual es la del paternalismo moralizante. Esgrimir el dedo, lo llaman, con la moraleja de turno o la admonición de turno. Asà se dedicaron a esgrimir el dedo a Grecia o a España, llegando a proponer que se instalaran representantes permanentes de la Unión, el Banco Central Europeo y hasta del FMI, si mal no recuerdo, en la apabullada Grecia para asegurarse de que los infiables griegos no se vayan a poner a hacer filosofÃa y a embolsicarse los dineros cuando el gato no esté. Pero ahora tienen que guardarse el dedito en cualquier parte porque un polÃtico que se dedica a fustigar a musulmanes les ha estropeado el consenso de deditos levantados y servilismos ciegos en que se habÃa convertido este gobierno. Un gobierno que, para decirlo con una vieja palabra española (que se ha ido a tomar la siesta, compruebo, en la propia Madre Patria, pero usada aún en el Perú), se habÃa tornado un gobierno de cacasenos. Informo al lector que el significado de esta palabra en mi paÃs, cuyo origen desconocÃa hasta haber consultado wikipedia para hacer esta nota, es el de tonto, necio, abotargado mental, y hasta cornudo, por aquello de que dejarse birlar la mujer o el hombre es propio de lentos y acobardados, hecho que en estos tiempos modernos no siempre es el caso (como se ve en la propia Unión, donde los estados se dejan birlar de todo con evidente consentimiento y quizá hasta secreto placer). Cacaseno, me informa aquel depositario dudoso de sabidurÃa que es wikipedia, es un personaje literario, lo que refrenda la real academia, cuyo rasgo principal era el de ser hijo de tonto y tonto a su vez, pero que logra cierta sabidurÃa al madurar. Me temo que este ulterior desarrollo no ha pasado al significado popular del término, ni al que le corresponde al aplicarlo a los pasmados polÃticos holandeses y hasta europeos. Ha llegado, por lo visto, el tiempo de los cacasenos.
Lo anterior no quiere decir que las polÃticas de consenso no sean, en muchos casos, saludables y recomendables, como lo demuestra la práctica en varios paÃses, uno de cuyos mejores ejemplos es la propia Holanda. Pero por alguna razón los partidos han ido acercándose tanto en sus predicamentos básicos y prácticas objetivas que se ha acabado por asfixiar el necesario espacio opositorio y corrector, o dejarlo para ser recogido por todo tipo de extremismos. Lo que junto con la crisis conforma un cóctel de mala catadura. ¿Qué hacer, entonces? Aquà quisiera hacer uso de otros términos populares, de rancio abolengo léxico, que me parecen adecuados a la ocasión. Para lo que deben servir las acciones de alguien como Wilders es para desahuevar a los cacasenos y remecerles la auto-complacencia actual, con la esperanza que ello les permita desaherrojar los marcos de interpretación que siguen usando una y otra vez, aunque la realidad les restriegue los hechos en la cara. Desahuevar quiere decir hacer lo necesario para que alguien deje de ser un huevón, palabra esta última que, como sabrá el enterado del vocabulario relacionado a la vida campesina, se refiere en su origen a un animal al que no se ha despojado de su virilidad testicular para que se vuelva amansado y predecible, por lo que puede ser medio bruto y estúpido. De la misma laya son términos como cojudo o ahuevado. En el contexto humano se aplica a quien es falto de entendimiento, perezoso o tarado, aunque se conocen significados alternativos en algunos paÃses. Pues bien, desahuevar al huevón es acción que, en general, conlleva cierta violencia o forzamiento, o al menos, cierta sorpresa por parte del ahuevado. A veces implica incluso el atinente discurso indignado para sacar a la vÃctima de su letargo. Lo que hay que hacer en consecuencia es desahuevar al cacaseno y si para ello se requieren un par de Wilders, unas cuantas Le Pen y un par de partidos de los auténticos finlandeses o brotes neo-nazis, pues lamento decir que tanto peor para todos nosotros, pero mejor para Europa, si es que reacciona. Si no reacciona, pues el tiempo de los cacasenos dejará lugar al tiempo de los cagados, si se me permite usar aún otro término de mis lares que confÃo en que será de entendimiento hispano universal. Pero los cagados ya no serán solo los polÃticos, sino todos nosotros, huevones para siempre.
Joer, cuantos años hará ya desde que, en mi niñez, leà Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno …………. auuuuuu!!!!!
Muchas gracias Frans, muy bueno.
Tengo una curiosidad, ¿cómo se dice «levantar el dedo», en su acepción moralizante, en neerlandés? Me ha encantado que sea una expresión de curso común. Nunca se sabe cuándo podremos usarla.
Yo estoy de los «righteous» hasta las mismas. Me hacen desear que Nokia vaya a peor, por mencionar otro de tus suelos habituales. En su actitud hay una mezcla ideológico-cultural repugnante. Ideológica porque uno se puede ir a contextos culturales muy distintos y encontrará que los muy conservadores creen que la inflación es, sobre todo, inmoral y el gasto público no militar algo parecido a la paga semanal que dan los padres a sus hijos preadolescentes.
Curioseando la wikipedia, me entero que el autor del «Cacaseno» en la trilogÃa Bertoldo, Bertolino y Cacaseno (pubicados juntos por primera vez en 1620), Adriano Banchieri, fraile y músico, escribió «comedias madrigal» con estos tÃtulos:
La pazzia senile (1598) (Locura senil)
Il metamorfosi musicale (1601) (Metamorfosis musical)
Virtuoso ridotto (1601) (Virtuoso disminuido)
Festino (1608), que satiriza varios idiomas musicales de la época y presenta una imitación de animales haciendo un «contrapunto bestial» sobre un canto firme.
No sé, he querido ver una premonición del virtuoso reducido y deshuevado en un contrapunto bestial.
Desahuevemos a los cacasenos, pues.
Frans van den Broek «…los cagados ya no serán solo los polÃticos, sino todos nosotros, huevones para siempre». Cuando dice nosotros, quiere decir usted y quien más… lo digo porque es de huevudos cacasenos persistir en los errores e ignorar las posibles soluciones que ciencia y tecnologÃa nos brindan. Hagamos realidad la memorable frase de mayo del 68: «Imaginación al poder», internet lo hace posible. No sigamos los paso de los cacasenos, otros mundos son posibles si se dan las condiciones de posibilidad y es posible comprar electrónicamente desde cualquier punto del planeta. Este mundo es posible hoy, lo que da pie a plantearse un cambio de mentalidad a la hora de entender el dinero y empezar a valorar el bien social que su disponibilidad produce: el bienestar y la paz social. Asà que no se me cague y defienda el valor de su vida: http://www.cestoonu.com/