Julio Embid
La economía es el arte de tomar decisiones con recursos limitados. Cuando uno dispone de un presupuesto, bien sea familiar, empresarial o público (porque te han escogido tus vecinos o porque te ha escogido aquel al que escogió un parlamento que escogieron tus vecinos) debes tomar decisiones de inversión y de gasto dentro de unos márgenes acordes a tus ingresos previstos y patrimonio presente.
En ese sentido, al gestor económico público se le presenta siempre un problema en forma de trilema (de 3 posibles debe escoger 2, siendo incompatible una tercera).
Las tres posibles opciones son:
-Bajar los impuestos
-Aumentar el gasto público
-Cumplir con la regla de déficit.
Uno puede agenciárselas como prefiera pero, si quiere bajar los impuestos y aumentar el gasto dificilmente cumplirá con el déficit. Si quiere cumplir con el déficit y bajar los impuestos probablemente terminará recortando los servicios públicos. En mi caso, en calidad de socialdemócrata de provincias, opto por un aumento en el gasto público cumpliendo con el déficit y por supuesto, sin bajar los impuestos. Y si de mí dependiera, los subiría más porque la redistribución y la cohesión social pasa por los servicios sociales de calidad y en todo el territorio.
Cierta portavoz de un grupo de la oposición conservadora en el Ayuntamiento de Madrid prometió que si ella fuera alcaldesa: limpiaría mejor las calles, mejoraría el transporte público, crearía empleo y encima bajaríalos impuestos. Ahí es nada.
Yo sigo confiando en la Teoría de Juegos y la Economía Clásica hasta que no lea nada mejor. Y mucho menos cuando están encima de la mesa los servicios de aquellos que merecen nuestro respeto. Por tanto, queridos lectores, desconfiad de aquellos que os prometan todo porque todo es imposible. Soplar y sorber, a la vez no puede ser.
Posdata: Bajar impuestos no es de izquierdas. Lo diga Agamenón o su porquero.