Arthur Mulligan
Julio Embid escribía el tres de Julio un artículo intitulado “La elección” en el que, de manera sucinta y sorprendente por su creatividad, combinaba el género de la ciencia ficción con la tensión de las políticas europeas hacia los migrantes.
A mí también me gusta la ciencia ficción, un oximoron en sí mismo, y muy poco los superhéroes, sobre todo si visten mallas, que es una forma poco digna de presentarse en sociedad, algo que incluye a los setentones de los Rolling Stones como a Superman. Las buenas obras del género deben estremecernos con sus hipótesis amenazantes para la especie humana o sus libertades; también sobre el misterio de nuestros orígenes o la desesperación de la paradoja de Fermi: estamos más solos que la una en un espacio más inmenso que mil millones de océanos.
Mientras saboreamos un pedazo de regaliz es posible que la teniente Ripley (Sigourney Weaver ) sea capaz de quedarse en ropa interior en una nave exigua sintiendo que un Alien lúbrico y desconsiderado le amenaza; que George Taylor (Charlton Heston) llegue al Planeta de los Simios, explique la teoría de la relatividad y su relación con los viajes en el tiempo y nos emocione su comprensión dramática de la vuelta a casa en una playa frente a los restos de una Estatua de la Libertad inclinada ; y que los robots autoconscientes que son permeados durante la evolución de sus circuitos internos por programadores filósofos, sufran la angustia del silencio infinito de Pascal o nos llegue a lo más hondo ese momento pleno de poesía en Blade Runner:
” Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. (…) Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir»
( youtu.be/5BIakRTq25E )
Desgraciadamente este género solo nos reconforta en su arte y entretiene deleitando el particular y unamuniano sentimiento trágico de la existencia porque además conecta de modo causal con la poesía primordial, la de Homero, sólo que en la ausencia limitante de lo sagrado.
Y al contrario que el cine y sus íntimas ficciones que se proyectan en la oscuridad de una sala o en el recogimiento del hogar para emocionar al espectador, el último párrafo de Embid
« cuando aceptamos la llegada de refugiados africanos en barcos a la deriva en el Mediterráneo, admitimos la necesidad de enfrentarnos a los que siembran miedo para sus intereses políticos. Cuando anteponemos los intereses de la humanidad frente al egoísmo individualista se nos exige una labor divulgativa coherente y una respuesta contundente frente a los gobiernos casi fascistas que campean por Europa. Porque la inacción no es sólo una decisión. Es que dicha elección siempre favorece a los más poderosos y tú no estás entre ellos. »
parece ( solo parece ) estar escrito en un nos mayestático más propio de un Papa caritativo -con el cual es muy difícil identificarse por la naturaleza santa de su misión en la tierra-, que de una reflexión extraordinariamente limitada en su alcance práctico al anteponer los intereses de la humanidad ( ni más ni menos ) frente al egoísmo individualista.
Sami Naïr, catedrático de Ciencias Políticas y director del Instituto de Estudios y Cooperación Mediterráneo-América Latina, nos ofrecía desde las páginas de EL PAIS un artículo abrumador en datos desde un periodo que abarca hasta cien años de flujos demográficos tanto por conflictos internos en los países origen como por aquellos cuyo inicio hay que situar en un cambio climático. Estos cambios se resumen en que la ONU prevé que para 2100 habrá unos 4.000 MM de habitantes en África y concluía que cuando no hay adecuación entre el crecimiento demográfico y la capacidad de integración social, el auge demográfico genera desplazamientos de poblaciones. Es una ley de hierro, decía.
A estos datos seguían otros no menos terribles sobre la ribera sur del Mediterráneo y el invierno demográfico europeo. Terminaba con una admonición de carácter religioso:
« La demografía habla de la realidad, llama a aceptar la diversidad del mundo, a construir un proyecto de pertenencia común, una visión colectiva basada no en la etnia, la religión o el idioma, sino en la ciudadanía política. Con la globalización económica, el crecimiento demográfico mundial puede ser una suerte, siempre que prime el referente humano» Este es un perfecto ejemplo del pensamiento apocalíptico que solicita resignación ante la ley de hierro, algo que en definitiva puede ser una suerte etc., etc.
Con todos los respetos a este insigne sabio, el final del artículo nada dice sobre cómo el referente humano puede organizar algo tan complejo como la superposición de intereses mientras se construye políticamente Europa. Esta frustración permanente por las insatisfactorias conclusiones de las sucesivas conferencias a las que asistimos de madrugada divide a Europa y, como sucede con la deuda pública, la experiencia enseña que con solo golpear una vez más la pelota hacia adelante para gestionar en un futuro asuntos tan graves, parecerá posible que una especie de motor eléctrico resuelva nuestros problemas que, en cien años, serán para los que ahora vivimos exactamente cero, sobre todo por nuestra más que probable extinción.
Los buenos deseos actúan como una niebla en la inmediatez de las respuestas que luego quedan en nada. No obstante, este laxismo estéril opera políticamente corroyendo los muros de carga en el proyecto de la Unión; un proyecto que por si fuera poco ha sido degradado por esa alianza que se viene fraguando entre los diversos populismos teñidos con los colores de la izquierda y la derecha. Una regresión al corazón de las tinieblas: el rechazo de la aproximación de los pueblos para conjurar los reflejos nacionalistas.
Esta situación dramática no ha nacido por azar sino por decisiones laxistas en toda Europa. Las medidas -si existen -son tecnocráticas y no impiden alimentar las cada vez más frecuentes bolsas de migrantes en paro y desamparados de las que nadie se hace cargo. Ninguna reduce la atracción del modelo dominante social de derecho europeo y fortalece la llamada de masas desesperadas y el tráfico que explota la miseria humana. No se puede engañar a los ciudadanos con medidas como la del Aquarius negando su entrada en unos puertos y repartiendo sus pasajeros después entre Francia y España. En la UE más de 1, 6 MM de migrantes han entrado irregularmente entre 2015 y 2017 y más de 20.000 muertos se ha tragado el cementerio del Mediterráneo, víctimas de la ceguera migratoria y de la ignominia de los traficantes.
Mientras los desvelos de aquellos que proyectan modelos matemáticos de los flujos demográficos encuentren alguna sugerencia válida que fortalezca nuestro destino como Unión, bueno sería imponer un bloqueo de los puertos de salida, instalar oficinas exteriores para que las demandas de asilo sean realizadas conforme a derecho, terminar con la vía de la renuncia, esa vía continental que asegura al extranjero que viene de modo fraudulento que jamás será expulsado.
Recuperar la confianza en el modelo europeo requiere reforzar la legalidad frente al invento decisionista de la legitimidad y no continuar con el descrédito institucional por los irresponsables que permiten la llegada de masas indocumentadas para abandonarlas después a su suerte vagando por esos caminos de Dios.
El año que viene se celebrarán elecciones al parlamento europeo y no podemos acudir a las mismas excitados en medio de una pugna entre demagogos espoleados por la presión migratoria y los esfuerzos de varios países de cooperación reforzada que lideren nuevos impulsos para el proyecto de la UE, sin antes debilitar el frente antieuropeo mediante la puesta en marcha de medidas como las señaladas u otras que devuelvan la fe en el control gubernamental.
El objetivo de llegar a las elecciones con una UE que tenga encarrilados al menos estos desafíos, hoy por hoy se asemeja a la ciencia ficción de serie B si se repiten escenas como las vividas en Bruselas en las que nada es lo que parece y lo que parece es poco menos que nada.