En la charca del sapo ponzoñoso

Arthur Mulligan

Desde el debate de investidura España se ha convertido en el país de las malas maneras en donde triunfan las expresiones gruesas, desabridas y amenazantes que dan como resultado el descenso de la vida política nacional a la taberna y su calor animal.

En medio del alborozo general, la gente de la que tanto gusta hablar al Vicepresidente de este gobierno, percibe que la clase política es tan vulgar como la media de sus conciudadanos y que difieren poco en sus manifestaciones de cólera sanguínea con la que se aplasta la lógica interna de los argumentos del oponente al que se declara con creciente frecuencia “el enemigo“.

Desde las jaculatorias que acompañaban los juramentos y promesas de acceso al cargo en dura lucha por la originalidad de los pesebristas hasta el recato condescendiente castellano, todo era señalamiento, pose y contrición postrera ante quién ha de venir.

Una odiosa tarea que enerva y frustra el acercamiento de rebeldes y sinuosos fue la penitencia obligada de la presidenta del Congreso, anulada en su recato para tomar medidas en defensa por la dignidad cuestionada de la institución que representa.

Abominable parsimonia y olímpico desdén rivalizaban por guardar una mínima compostura mediante un acatamiento formal y masivamente rebelde en sus términos.

Un desastre que violentaba indisimuladamente los compromisos que fundamentaron el nacimiento del régimen del 78. Una chabacana alegría displicente y sabedora de su inopinada victoria.

Allí los de ERC, controlando la situación por la entrega faústica de un PSOE que se dejaba insultar sin resistencia; al otro lado, los de Bildu, encarnación siniestra de un pasado que no pierde ocasión para reivindicarse, Mas allá, el júbilo impetuoso de nuestros particulares Bonnie and Clyde acompasando la sonrisa de un destino inesperado y, más arriba, por las colinas del Congreso, las estrambóticas tarascadas   de los regionalistas de ocasión.

Entre todos no reunían media idea de España atentos como estaban a la liberación de sus culpas por el gran Satán, un Vox rancio y sin acomodo en los tiempos modernos.

La imagen de la rana escaldada por no darse cuenta del lentísimo aumento de temperatura que tan bien puede asociarse a un PSOE que renuncia a cualquier tibia presencia de vida política orgánica va de consuno con la sensación de impotencia colectiva para detener este festival de mentiras en las que se recrea un Pedro Sánchez alzando los ojos para descubrir las huellas de aquel 23 de Febrero infausto entre la Apoteosis de hombres célebres que decoran parte de la bóveda en la sala de sesiones, soñando tal vez en ocupar un lugar allí arriba merced al incomodo de la rudeza de sus ataques que él confunde con ingenio.

No le anda a la zaga un Pablo Iglesias o un Abalos, siempre irritados cuando no diciendo sandeces al igual que las ordinarias Monteros o esa Minerva deslenguada de Calvo, obsesionada con legislar a base de humo.

Nunca se ha tratado peor a la prensa ni sugerido con mayor insistencia el tipo de preguntas que pide la gente : cosas concretas para las que el gobierno tiene preparadas una batería de respuestas fabricadas por cientos de asesores y no esos chismes por los que estamos más que hartas de responder las de Unidas Podemos, los ministros y ministras cuya producción legislativa debe coincidir con los fastos del ocho de Marzo, día señalado para que un sí sea siempre sí, mientras que, también como siempre, un enérgico « no» lo desautorice.

Y así, entre tartas y meriendas, las antipáticas y antipáticos aprendices de montoneros, pasan sus broncos, desnortados y ordinarios días, de una banalidad extrema.

Da lo mismo que se trate de la reforma del Código Penal para, sobre todo, dejar sin efecto las condenas impuestas a parte de la clase política independentista o el desparpajo de una siempre confusa Lastra y sus pretensiones de criminalizar la apología o exaltación del franquismo, por analogía con el negacionismo (algo totalmente diferente en su capacidad corruptora), invirtiendo una verdad constatable: es en las tiranías y dictaduras cuando justamente no se puede homenajear a la democracia.

Es un gobierno de excepción formado por personajes excepcionales que se ven impelidos a buscar soluciones que distan mucho de ser excepcionales y sí cercanas a una ramplona normalidad agotada por los problemas añadidos que ellos mismos incuban.

Un gobierno que piensa algo así como obligar a las personas a ser libres porque como advertían los jesuitas, si callamos, estos a los que gobernamos confunden libertad con libertinaje.

Un gobierno que permite y asume de su Vicepresidente expresiones gruesas para poder esconderse como los calamares detrás de la cortina del mal gusto.

Y un gobierno, en fin, capaz de echar mano de ilusionismos y prestidigitaciones para sustituir las instituciones democráticas por la mala tramoya oscurantista de mesas singulares y crecimiento abigarrado para discutir mucho mejor que dialogar de asuntos que el marco institucional natural al parecer impide tratar.

Una vez más, pero ya muy devaluada, aparece la creencia en medidas abiertamente políticas para resolver la inoperancia del marco jurídico en una suerte de profecía autocumplida.

Lo que resultó en el 78 se pretende renovar para conseguir fines contradictorios con el espíritu de aquel.

Un país, un sistema y dos gobiernos en tensión interna entre sí y con sus aliados para ofrecer un sobresalto cada día.

No nos gusta vivir así. Necesitamos estabilidad de la buena que es la útil para saber hacia dónde vamos. La inmensa mayoría no quiere nada de Podemos y mucho menos que nadie les arrastre hacia allí.

El estilo aparece indefinido, pero marcadamente desagradable y como cogido por los pelos, esperando una sorpresa amable y duradera.

En el centro de la charca reina un sapo que contamina todo con su sola presencia desanimando la reacción del ecosistema. No predica, solo vigila.

5 comentarios en “En la charca del sapo ponzoñoso

  1. ¡¡Seguro que se ha quedado usted a gusto después de semejante vómito!!
    Entre otros muchos comentarios que se me ocurren y que me da pereza desgranar, le expongo dos. Uno, que no sabía que los calamares se escondían detrás de la cortina del mal gusto. Siempre había creído que esparcían su tinta manchando a los de alrededor. Y otro, que a la hora de elegir un Minerva deslenguada en el Congreso, creo que hay una mucho más llamativa que la que usted cita.

  2. Tiene razón en lo del vómito como reacción ante tanta infamia , pero no he oído su voz ante la mentiras de Abalos ¿ se imagina informando sobre la crisis sanitaria del coronavirus ?
    Respecto a la imagen de la tinta del calamar , es lo que la zoología describe , esconderse.
    Creo que a usted por lo que significa , le duele la brutalidad de su izquierda , permanentemente incómoda ante sus socios.
    La izquierda política históricamente ha denunciado sus furores haciendo abstracción de sus condicionantes históricos, la llamada ley del embudo.
    Créame que me considero igual que usted , que participo de su ideal civil en la historia que nos ocupa , que reconozco a nuestros compratiotas en la muy difícil asunción de nuestra patria común. Pero no me gusta nada este gobierno.

  3. A mí me gustaban mucho menos los de Rajoy y no digamos los de Aznar. Cuente cuántos miembros de esos gobiernos cometieron delitos de todo tipo. A mí me gusta que se cumplan las leyes.

  4. Cada uno se señala como lo que es, porque no es capaz de quedar de otra forma.

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