Extremadura en Feria

Ángel Ramos

Los extremeños somos los irlandeses de España. Como los irlandeses, somos más los que vivimos fuera de nuestro territorio histórico que los que viven dentro. Arrastramos también muchos tópicos negativos. Hagan la prueba mental y verán que si yo escribo “Extremadura” ustedes asociarán la palabra al adjetivo “seco” y a una imagen mental de la familia de Paco “El bajo” en la película “Los Santos Inocentes” (Mario Camus, 1984).

Incluso los que no sufrimos la miseria directamente en nuestras carnes -aunque a muchos de nosotros no nos separa más de una generación de esta-, lo cierto es que llevamos impresa la marca indeleble del topicazo de que somos salvajes, violentos (se nos describió así en “Pascual Duarte”), analfabetos y, en general, nos dividimos en dos grupos: señoritos y gente que agacha la cabeza retorciendo la boina entre las manos. Un cuadro.

La Extremadura moderna es un territorio a descubrir por el resto de España, lo que no deja de ser una paradoja para una tierra que parió a Hernán Cortés, Núñez de Balboa o al sanguinario de Pizarro. Ni siquiera la estatua que hay en Trujillo dedicada al “Conquistador del Perú” fue una ocurrencia extremeña. Fue un regalo de la viuda de su escultor, el norteamericano Charles Cary Rumsey. Tampoco es lo más antiguo del impresionante conjunto arquitectónico y artístico; lleva allí solo desde 1927, o algo así.

Ni que decir tiene que la mala fama de la región comenzó con “Las Hurdes, tierra sin pan” (1933) de Luis Buñuel, que se pasó de frenada e hizo el surrealismo demasiado bien. Los nuevos extremeños nos dividimos entre los que lo catalogan como “mockumentary” y los que dicen que es una obra de “no ficción” visual. Para el resto del país y para gran parte de Europa aquello es, todavía hoy, un testimonio histórico.

Pese a nuestra fama de conservadores lo cierto es que esta tierra ha sido fieramente izquierdista: las últimas partidas de maquis salieron con los pies por delante de las sierras extremeñas del norte allá por 1953, cuando fueron acorraladas por las temibles contrapartidas organizadas por el ejército y la Guardia Civil. Sobre la represión brutal que sufrió Extremadura durante la Guerra Civil les recomiendo leer “Extremadura: La guerra civil” de Justo Vila Izquierdo (Universitas Editorial), “Guerra Civil y represión en el Norte de Extremadura” de Fernando Flores del Manzano (Raíces) y “Guerrilla y franquismo: memoria viva del maquis Gerardo Antón (Pinto)” de Julián Chaves (Editorial Regional de Extremadura).

Quizás ahí encuentren ustedes las claves para entender el dolor, el conflicto y las razones por las cuales Extremadura está en la situación actual.

Entre medias, fuimos fuerza de trabajo importable para Madrid y Cataluña en el interior y para Francia o Suiza en el extranjero.

Ahora se nos dan muchas lecciones sobre por qué somos incómodamente pobres y todo el mundo asocia la pobreza a la debilidad. Ni siquiera tenemos un servicio de tren decente que nos conecte con el resto de España de forma fiable, que sería una forma excelente de potenciar industrialmente una zona que está por explotar y que sirve básicamente como productor de materia prima para industrias que no se encuentran aquí o no tributan aquí.

No hay quien no se atreva con Extremadura porque, total, en teoría vivimos de lo que se nos da porque se nos da y no, como pensamos nosotros, recibiendo lo que se nos adeuda de todo el capital que sale de aquí (humano y material) y casi nunca regresa más que en vacaciones.

Seguramente a estas alturas ya habrá criado en ustedes la indignación por leer a un cateto quejándose de sus cateteces. Algunos ya habrán buscado datos para refutar mis palabras y tirarán del porcentaje exacto que el Estado “gasta” en Extremadura. Otra trampa del lenguaje que se ha instalado cómodamente en la mentalidad del neoliberalismo español de palo: en las regiones pobres se “gasta” y en las ricas se “invierte”.

En Extremadura se instaló una Central Nuclear (la de Almaraz), por ejemplo, cuando nadie quería una de esas cosas cerca. La falta de recursos, a lo mejor, nos impidió rechazarla; nuestro liviano peso en la política nacional a lo mejor nos impidió rechazarla y la memoria impresa en la piel histórica de esta región siempre recuerda los palos que se reciben si te niegas a hacer lo que te dicen. ¿Saben? Aquí la matanza de la plaza de Badajoz está muy presente (1936, 4.000 asesinados). Lo digo por si no les ha dado tiempo a leer los tres libros que les he recomendado.

Yo podría datar el comienzo de la Extremadura Moderna, que ocurrió antes de que ustedes fliparan con ese corsario llamado Robe Iniesta y sus nunca del todo suyos “Extremoduro” (que, en espíritu, siempre pertenecerán más a Salo y a Luis “Fanta”). Allá por 1983 ó 1984 estaba con mi padre tomando un refresquito en la cafetería de un pueblo llamado Madrigalejo (luego volveremos a él). Por aquel entonces el pueblo contaría con unos 6.000 habitantes porque su conversión a pueblo de regadío había llenado los alrededores de bancales de arroz. Recuerdo el Campo del equipo local, el Plus Ultra (¡A por ellos, Gasolina!), había una empresa de transformación de madera que hacía cajas para frutas y palés etc. y otra que se dedicaba a recoger y repartir fruta (llamada “la Horto” porque era una hortofrutícola). Ahora cuenta con menos de 1.600. Echen cuentas.

Una pareja muy joven tomaba algo a nuestro lado. En mi memoria eran guapos. Apareció por allí un personaje que era un poco idiota y se acercó a decirle algo a la pareja. Mi padre vio algo y fue a intervenir cuando un sonoro hostión y el ruido de la caída de unos taburetes rompió la tranquilidad mañanera.

El idiota estaba despatarrado en el suelo con la cara esa que se les pone a los boxeadores noqueados de no saber de dónde les ha venido la descarga, la mujer estaba alterada y el hombre joven respirando fuerte.

-Estas cosas no las puedes hacer ya. Si se te vuelve a ocurrir tocarle el culo a mi novia, te mato.

Hace años que Extremadura ya no es la tierra sin pan o la de los caciques. Es curioso porque el Partido Popular de la región fue el último en enterarse del asunto. ¿Saben ustedes? No es que el PSOE haya sido un rodillo todo este tiempo, es que durante años no tuvo un rival a la derecha que le hiciera sombra. Hasta la llegada de ese aluvión de risas que fue el mandato de José Antonio Monago, ningún candidato del PP quiso bajarse del caballo y, sí, en una región pobre ejerció de señorito. Adolfo Díaz-Ambrona, Juan Ignacio Barrero o Carlos Floriano se quisieron quitar ese sambenito e hicieron campañas abrazados a una Extremadura que estaba en franco retroceso histórico y mental. En cierto y doloroso sentido, las campañas por las elecciones autonómicas en la región han tenido un amargo sabor a contiendas entre liberales y conservadores del siglo XIX.

A Don José Antonio Monago (y a Iván Redondo que era su asesor en ese momento, para que vean que somos más vanguardia de lo que se imaginan y no solo por contar con el Museo Vostell en nuestra red de museos, busquen en google y flipen) hay que agradecerle dos cosas: Una, la puramente folclórica de haber tenido un affaire con una joven latina que, por un lado, reverdeció nuestro espíritu conquistador y nuestros lazos con los países del otro lado del Atlántico y otra, que sí, joder, que intentó modernizar la región. Lo hizo mal, pero al menos lo intentó. Yo les cuento: su campaña, con un rap que se titulaba “Extremadura Mi única doctrina”, quiso romper el estereotipo rural y vender la región como un lugar moderno donde “importaban más las personas que los partidos”. Bien por Redondo, por dios.

El motto de la campaña le funcionó a Monago. De hecho, fue una campaña basada en la despolitización y en la destrucción de la vida política de la zona que tendría que sustituirse por los sentimientos de pertenencia y la acción en base a cuestiones, efectivamente, sentimentales.

Monago se bajó del caballo y comenzó a sugerir que no había diferencia entre votarle a él y votar a Fernández Vara. Visitó la región pueblo por pueblo no para entrevistarse con empresarios y propietarios de fincas, lo hizo para dejarse fotografiar con abuelos, con currelas. Lo petó. Luego solo tuvo que alcanzar un pacto contra natura con IU-Extremadura, con su poquito de tejemaneje y todo para adelante.

Luego tuvo una idea loca: asociar el nombre de Extremadura al de una cadena de hamburguesas. Posiblemente fue el primero que quiso algo así como privatizar el servicio de turismo. Pero bueno, también parecía descabellado lo de Hernán Cortés y al tío le salió bien, ¿no?

Luego volvió Vara que abandonó la locura transitoria esa de intentar combatir a Monago con una campaña de potenciación de los entrepeneurs extremeños y se centró un poco en lo de siempre, que es en administrar un presupuesto pequeño. Hasta la fecha.

Vayamos hasta otro punto de la memoria, hacia otro enclave geográfico extremeño: un pueblo de colonización del Valle del Tiétar. También por los años 80 cuando, todavía, el trabajo infantil era parte indispensable de la economía familiar. Todos mis primos trabajaban en verano. Recogían tabaco o echaban una mano en la selección de la hoja o con el riego. Hablamos de niños y preadolescentes. Yo mismo con 13 ó 14 años ayudaba a mi primo Javi (más bien estorbaba a mi adorado primo Javi) cambiando los aspersores de sitio. Me volvía a los madriles con 15.000 ó 20.000 pesetas en el bolsillo después de cinco o seis medias jornadas de curro. El trabajo era tan duro para mi que el sueldo recibido me parecía siempre poco. Después del trabajo infantil vinieron los trabajadores marroquíes y con ellos los “problemas” de la inmigración “ilegal”. A tumba abierta: nunca han sido un problema real. Llegaron porque las familias ganaban ya el dinero suficiente para contratar y sus hijos podían quedarse en casa. La tecnificación de la explotación tabaquera ha acabado también con las partidas de trabajadores marroquíes (también lo intentaron unos checos que no recuerdo de donde salieron los pobres, pero flipaban en colores). Eso es otra historia.

¿Siguen ahí? Pues tranquilos que ya vamos terminando. Aguanten, no se ablanden ahora.

El caso es que desde la España Rural Extremeña les escribo y les quiero decir que nadie que sepa la historia de la región le daría un céntimo a nadie que escribiera un libro donde habla de lo bien que se vivía en los pueblos de antaño y de lo bien que le iba a los españolitos de a pie de aquel entonces.

Mucho menos cuando el semblante que dibuja Ana Iris Simón en “Fiesta” es poco más que una defensa a ultranza del tópico negativo.

No, es mentira que el rechazo a lo rural sea algo instalado en la izquierda. Que va. Gran parte de la izquierda actual vive en zonas rurales. El rechazo a ese tópico sobre lo rural nace de la necesidad de quitarse el tópico negativo y de alejar el fantasma del hambre de nuestras vidas. Si me aprietan, les diría que también el de la esclavitud pues el sistema de castas establecido por los terratenientes era, en realidad, lo más cercano a la esclavitud que hemos estado en el siglo XX en Europa. Al menos en España. Una cosa vergonzosa para el que lo ejerció y lo defendió como lo tradicional por un lado y lo necesario por el otro, y dolorosa para el que lo vivió.

La gente no vivió mejor, vivió bastante mal porque tuvo que largarse. Sigan la odisea de Pedro Almodóvar, que es el ejemplo de todo esto: La familia nació en La Mancha y se trasladó a Madrigalejo (Cáceres). Ya les dije que volveríamos a ese enclave.

Su padre ejerció a la vez de guarda de los canales de riego y de gasolinero. Siempre que se habla del cine de Almodóvar se conecta este con La Mancha. Debería de ampliarse también a esa Extremadura pobrísima que sufrió en sus carnes. Las mujeres besuconas, las conversaciones entre vecinas, la sororidad de las mujeres del agro ante el machismo, los patios encalados y llenos de macetas del verano forman parte de la memoria de muchas regiones españolas. También el de los colegios dirigidos por curas pederastas que Pedro Almodóvar sufrió en su infancia. También la inmigración a lugares entonces exóticos como Parla, Alcorcón o Móstoles (se dice en Extremadura eso de que “las provincias extremeñas son tres: Cáceres, Badajoz y Leganés”). El propio Almodóvar fue un inmigrante manchego llegado a la capital desde un pueblo extremeño para trabajar en la Telefónica de aquel entonces.

En el momento de más calentura del Procés muchos catalanes algo despistados hablaban de que los extremeños deberían de apoyar al separatismo por todo el dinero que habían conseguido gracias a la inmigración. Yo digo que los turnos dobles en la SEAT y un piso enano en el extrarradio barcelonés, en barrios que ni siquiera estaban asfaltados al principio, no es un motivo para dar las gracias de nada. La gente se lo curró. Y mucho. Esa fue nuestra manera de agradecer la cosa: ganarnos cada peseta.

La España olvidada, que no vaciada, esa que dice Ana Iris a la que hay que volver, es un lugar al que nadie quiere volver. Es más, que tuvo que abandonar.

Alargar el topicazo, seguir vendiendo flamencas y toritos para poner encima de la tele en forma de libros, solo beneficia al alargamiento del sufrimiento, a la ampliación de la brecha y anuncian dos cosas:

  1. Un enorme desconocimiento.
  2. Estar muy a la derecha.

La España Rural moderna no es un edén. Tampoco un infierno. Sobrevive mejor ahora que antes. Mi pueblo es grande (12.000 habitantes), tiene un cine estupendo, un Telepizza, Mercadona y Dia. Cuenta con hospital también. Tiene problemas de empleo y una población envejecida, claro. El lugar es estupendo, pero abrir aquí un negocio del que vivir es casi imposible, a no ser que te dediques al sector de la hostelería o con algo relacionado con la agricultura o la ganadería.

Últimamente se habla de turismo, de que ustedes vengan aquí a descubrir este sitio tan acojonante, esta pequeña Alaska española formada por las dos provincias más grandes de nuestro país que cuenta con una diversidad de climas, espacios, escenarios impresionantes. Háganlo. Se sorprenderán de la Extremadura Moderna y Monumental, de lo locos que estamos (para bien), de lo agradable de sus gentes, de la calidad de su oferta culinaria, de su cocina de cercanía etc. Vengan cuando quieran, pero háganlo en su coche porque el servicio de autobuses está muy mermado y el de trenes les puede dar algún susto, por cierto. La solución parece que pasa por atraer turismo, pero no se nos garantiza cómo accederán los turistas a la región. ¿Ven? Así es muy difícil desarrollar nada.

Me decía un amigo ganadero: “Si quieren que Extremadura sea una Ecoaldea y un lugar de industria agrícola sostenible tendrán que poner pasta encima de la mesa o esto se va a convertir en un matadero gigante porque no va a haber más remedio”. ¿Alguien querría algo para sí?

Es curioso, pero todas las soluciones que se ofrecen a Canarias, a Extremadura o a cualquier otra región que no forma parte de las ricas tiene que ver con instalar industria contaminante que nadie quiere cerca de su casa.

Todo eso se ha conseguido quitándonos de encima las gilipolleces de los nuevos conservadores que creen estar participando en una intifada de lo tradicional que es el nuevo Punk. Perdonen la expresión, pero me parto el culo.

La mínima evolución de esta región se ha conseguido escapando de los estereotipos negativos, de las chorradas, mandando a los Azarías de la vida a colgar al estereotipo y la forma de hacer de los latifundistas.

Es decir, sosteniendo una verdadera evolución que, esperamos, nos llevará a un futuro más próspero con casas con techos forrados de paneles solares, wifi para todos, la posibilidad de fundar familias numerosas y demás lindezas del edén burgués. O no. Ya saben, desarrollando una economía más fuerte que de la posibilidad a la gente de hacer lo que le salga de la porra.

Lo que nos propone Ana Iris y todo el neoconservadurismo cuqui es un “flashback” como el que propone el alcalde de “Amanece que no es poco” (José Luis Cuerda, 1989) a sus vecinos. Muy gracioso en la ficción, pero muy tétrico en realidad.

Los últimos en venir a dar lecciones aquí de un modo involuntario son esta gente: nos proponen volver a los valores “de siempre” que, como la estatua de Pizarro en Trujillo, parecen de siempre pero no lo son. Ni mucho menos.

Decía un periodista amigo que el conservadurismo madrileño se había nutrido de conservadores venidos de provincias. Es verdad. La modernidad de La Movida parió a la Modernidad “indie” de los 90 y esta a la no-modernidad actual de gente que ansía vivir como sus padres y que, curiosamente, parece haber llevado a Madrid consigo su ADN conservador que se ha fundido perfectamente con el ADN conservador madrileño. Un giro de los acontecimientos empujado por la situación económica lamentable, pero a la que no se puede hacer frente invocando a Ramiro de Ledesma, por dios bendito.

La mejor noticia es que, posiblemente, volverán a Extremadura las verbenas veraniegas con sus cubatas de plástico y sus orquestas. Buena cosa. La España esa de los músicos ambulantes que describieron los Radio Futura en su Canto del Gallo. Lo de “Feria” de Ana Iris es una maniobra para tomarle el pelo a los de los pueblos y, de paso, ocupar alguna columna de esas de opinión donde echarse a descansar.

3 comentarios en “Extremadura en Feria

  1. El dramatismo con que nos presenta esa tierra tan querida por muchos vascos inteligentes tiene sin duda fundamento pero también insistencia ; volcar la fría historia traduciendo lo anecdótico en sintomático es injusto por el azar trágico del momento histórico. Transmite algo así como que el territorio – inmutable en un tiempo geológico menor – determina el carácter violento de los agentes en presencia.
    Suscribo la idea general que recoge sobre la situación competitiva de Extremadura dentro de la España oficial , y la condescendencia resultante sobre sus inigualables capacidades ecológicas.
    Soy jacobino y extremeño de corazón.

  2. Bienvenido al articulista a quien yo conocí en su faceta tuitera ya como Mr Insustancial. Que sea para bien

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