Fidelizando

Senyor_J

El ser humano siente más amor por las generalizaciones que por las excepciones. Cuando nos referimos a los mamíferos, pensamos en ellos como los seres que dominan la tierra: nos cuesta recordar que también son los grandes dominadores de los mares, gracias a los cetáceos, y que fueron capaces de alzarse del suelo sin agarrarse a ningún sitio mucho antes de la aparición de los aviones, puesto que cuentan entre los suyos con un representante alado: el murciélago. También solemos hablar de los pájaros como esos seres que pueblan los cielos, sin tener en cuenta que los avestruces no hacen esas cosas, ni tampoco el ñandú. Está claro que cuando la diversidad existe, nos vemos obligados a acudir a los matices.

Lo mismo sucede cuando nos referimos a personajes y conceptos históricos. Hemos visto usar la palabra dictador de forma totalmente impropia para descalificar a alguien, como sucedió de forma reiterada con Hugo Chávez. También, de forma apropiada, para referirnos a personajes tan dispares como Sila, Julio César, Hitler o Franco. En este caso es cierto que todos ellos fueron dictadores y por lo tanto tenían algo en común, como los mamíferos comparten la capacidad de parir y las aves de poner huevos: se trata de la concentración en su persona de todos los poderes políticos y su ejercicio sin limitación, característica que claramente incumplía Chávez. Pero a partir de ahí, las diferencias son significativas.

Sila ejerció una dictadura que se diferenciaba claramente de las formas de dictadura legitimadas por la República romana, las cuales preveían su limitación a seis meses, puesto que la ejerció de manera indefinida. Ahora bien, decidió retirarse voluntariamente al cabo de unos años de asumirla, por lo que no pretendía perpetuarse en el poder. Julio César, por su parte, estableció una dictadura mediante la que perseguía restablecer unas formas de gobierno monárquicas sobre las que crear su propia dinastía: murió asesinado en la tentativa, pero su gobierno fue la semilla del Imperio y sus parientes sí que lograron constituir la primera dinastía imperial. Hitler disolvió la democracia desde las instituciones, apoyado en un poderoso y violento partido, para traer al mundo la distopia fascista dibujada en Mi lucha. El impacto de esa dictadura y de ese personaje, en el que se aplicó hasta las últimas consecuencias una ideología totalitaria, nada tuvo que ver con los dos casos anteriores. Finalmente, los golpistas que se confabularon con Franco no destruyeron la democracia desde dentro sino desde el ejercito, provocando una guerra civil, y a pesar de sus semejanzas con los otros fascismos de los años 30, los resultados alcanzados por Franco y Hitler y los modelos de gobierno constituidos no pueden ser más dispares. Los matices son pues necesarios.

Estos días hemos vuelto a oír hablar de dictadores. En la muerte de Fidel Castro se han puesto de manifiesto la multitud de ambigüedades y sentimientos encontrados que se generan alrededor de la figura del Comandante. Para esa parte de la humanidad para la que la democracia al estilo occidental es innegociable, la figura de Castro es profundamente cuestionable aunque el grado de animadversión que suscita es variable según el sesgo ideológico de cada uno. Para esa otra que sintoniza más con las propuestas revolucionarias y sus concreciones, Fidel es todo un referente, una figura inmensa con numerosos méritos en el terreno de la defensa de los humildes y el del desarrollo social. Los argumentos que sustentan una y otra posición son bien conocidos y no es necesario relatarlos, pero sí recordar que no son coincidentes, puesto que diferentes son los hechos y argumentos que avalan cada perspectiva. Según el grupo de argumentos elegidos, Castro era un sanguinario dictador que se perpetuó en el poder y dejó en la miseria a su gente o bien un héroe que liberó a su pueblo y se enfrentó al arrollador poder imperialista que se volcaba sobre Latinoamérica.

Eliminando los excesos retóricos, el flujo de argumentos que sustentan una y otra posición son por lo general verídicos. No se puede negar que Cuba en particular y América Latina en general, antes de la revolución cubana, era un espacio geográfico en serias dificultades para el establecimiento, no solo de democracias dignas de tal nombre, sino de las condiciones mínimas de desarrollo y de acceso a servicios y necesidades básicas de una población con enormes índices de pobreza y analfabetismo. La vocación panamericana o incluso globalizante de los revolucionarios cubanos marcó un antes y un después en el futuro y posibilidades de desarrollo del espacio latinoamericano, porque situaba por un lado, con todas sus dificultades, un nuevo modelo de emancipación social, y por el otro, porque elevaba el listón de los objetivo a alcanzar: nadie podía desmerecer los logros revolucionarios sin proponer como alternativa una democracia plena y la erradicación de los elevados índices de desigualdad y subdesarrollo humano. En buena medida la represión internacional contra el régimen, que ha existido y existe, de la que el embargo es tan solo uno de sus exponentes, ha tenido como objetivo rebajar ese listón, que no existiera un hermoso espejo donde otros países pudieran mirarse. Además, Cuba no solo ha tenido hasta hoy un protagonismo geoestratégico incomparable e impensable antes de Fidel en la región, sino que además ha ejercido un papel crucial como exportador de desarrollo humano a un buen número de países.

Del mismo modo, tampoco se puede negar que en casi 60 años de gobierno castrista, han existido muchas carencias, particularmente en dos ejes en concretos: en el eje de los derechos, especialmente respecto a las minorías, la movilidad de sus ciudadanos y la libertad política, y en el eje económico, con políticas a menudo inadecuadas y periodos de pauperización social incuestionables, que han tenido graves consecuencias para los habitantes de la isla. Hay que insistir, no obstante, que los procesos severos de recesión económica son indisociables de la crisis de los países del Este y del estado de aislamiento en que quedó Cuba por ese motivo en pleno proceso mundial de integración económica regional o global bajo el lema de la globalización, a los que la isla no podía sumarse sin renunciar a su modelo político y, sobre todo, sin poner en peligro los éxitos de su modelo. No obstante, tales carencias exigen desde hace décadas una evolución de la arquitectura política cubana en alguna dirección y en un magnitud mucho mayor de lo que las progresivas reformas de corto alcance han venido introduciendo.

Los contrastes entre unos hechos y otros generan no pocas dificultades para extraer un análisis cabal de lo que ha representado la revolución cubana y los 50 años de gobierno de Fidel Castro. Que se trata de una figura histórica sin precedentes en su país, es un hecho. Que el impacto de su obra va mucho más allá de lo acontecido en la isla, también. Que se trata de una figura compleja y controvertida, es indiscutible. Personalmente creo que será tarea de futuros historiadores y no de periodistas o políticos de pluma ligera impregnados por las representaciones del momento el realizar un análisis desapasionado de estas cuestiones, sin renunciar a un contraste de perspectivas que no se apagará meramente con el paso de los años ni a los debates historiográficos que conlleve. En los mismos influirá mucho también lo que venga después.

Porque ahora nos queda el futuro. Veremos qué novedades se producen con la renovación generacional que el factor biológico está introduciendo en Cuba y que obliga ya ineludiblemente a los dirigentes históricos a dejar paso a las nuevas generaciones. Veremos cómo afecta a ello un contexto internacional marcado por la era del islamismo radical, la amenaza de la extrema-derecha europea, la eclosión del trumpismo, la permanencia del Partido Popular en España, la existencia de un papado latinoamericano de inspiración franciscana y la crisis o retroceso de la izquierda latinoamericana tanto en sus versiones más socialdemocratas como en las «populistas». El país caribeño cierra una etapa de su historia y se adentra en otra, de características bastante imprevisibles en este momento.

Un comentario en «Fidelizando»

  1. Su relativismo bien pudiera aplicarse al guión de » Franco , ese hombre » , de la España de la alpargata a la del 600.
    La violencia de los aparatos respectivos han sido formalmente iguales.
    Los dos jabalíes humillaron a sus pueblos.
    Aquí le imita muy bien Iglesias- una amenaza para nuestra libertad- que debe ser neutralizado política e ideológicamente cuanto antes.
    El PSOE debería cortar su relación de forma urgente.

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