Frankenstein ante la tumba

Arthur Mulligan

Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales, relata Platón en “Protágoras”. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución: «Una vez que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas». Con este permiso comienza a distribuir, y a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles.

De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer.

Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre, Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.

En el intento de vivir juntos, los hombres buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo, perecían.

Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiese en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: «¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?».

Pues éstas fueron distribuidas así: Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos? «Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad”.

Este esfuerzo prometeico tan digno de imitación por la humanidad – destinataria última de sus favores – ha tenido éxitos parciales y mediocres, con accidentes muy graves en la elaboración de mitos que fundamenten la conquista de la inmortalidad. Uno de ellos es Frankenstein, una criatura galvanizada y monstruosa.

Los monstruos de este tipo envejecen antes que los demás mortales porque las partes de su anatomía están cosidas con restos de tejidos que guardan memoria de su interrumpida descomposición.

Su vida es corta pero colosal, y el que nos ocupa, también, producto de la genial transposición de un inspirado Rubalcaba a la política nacional de la romántica creación de Mary Shelley.

«Pablo Iglesias no puede seguir jugando con la gente y decir que hay posibilidad de un gobierno de izquierdas cuando no es verdad», dijo Rubalcaba en los cursos de verano de la Universidad Complutense de San Lorenzo de El Escorial. «Que yo sepa, PNV y CDC no son de izquierdas y Esquerra es independentista. Eso no suma, sería una investidura Frankenstein. Él tiene un partido variopinto, con independentistas, anticapitalistas y ecosocialistas; a él puede ser que no le choque hacer una investidura con independentistas, pero el PSOE no puede hacerlo».

«Lo que está haciendo el PSOE» , añadió Rajoy más tarde «es decirle a los del Gobierno Frankenstein que si no le votan tendrá que pactar con Ciudadanos y adelantar las elecciones, y a los de Ciudadanos les está diciendo que como le siga exigiendo adelantar las elecciones, se va con el Gobierno Frankenstein».

Pues bien, a pesar de los pesares, el monstruo nació con dos tornillos enormes, como es de rigor en este tipo de monstruos: el populismo y el cesarismo presidencial, las dos formas consentidas por el vulgo cuando tiene miedo y renuncia a expresar ideas de una manera culta a la vez que recela dogmáticamente de las instituciones.

La violencia verbal a la que asistimos es proporcional al desaliento de Frankenstein que va dando manotazos con la diestra, a los que cumplen con la Constitución y perdonando con la otra a los que la violentan, en un esperpéntico mundo al revés.

Adora que los demás acepten su pobre menú de lentejas e ignora las sólidas bases de nuestra Constitución que apela al consenso permanente para proteger que un Fiscal General haya sido antes ministro o que un Presidente cambie la política exterior con sus vecinos contra la voluntad soberana del Parlamento e incluso ordene a la presidencia de éste el cambio de sus normas internas para la organización de sus actividades.

Ni los conflictos territoriales, ni el sistema de pensiones, la reforma de la Constitución , la financiación de las comunidades autónomas, la reducción del déficit, la educación, etc. etc., será posible sin el consenso necesario para que sea durable. Ni siquiera apoyándose en la resiliencia particular de un monstruo colosal.

Lo cierto es que los monstruos podrán transmitir muchas cosas, por ejemplo determinación, pero jamás una sencilla cordialidad.

Por eso, llegados los últimos días de su presencia en la tierra, la pasajera memoria de sus apasionantes días se revigoriza en los monstruos con los restos de una memoria arcaica que permanece oculta en los repliegues moleculares de sus tejidos prestados invocando su origen anormal y así, aproximándose a su propia tumba no puede por menos el colosal Frankenstein dejar de temblar junto al borde, derramar una lágrima de acero forjado en la fragua de Vulcano por auténticos brutos y desaparecer en el fondo oscuro del olvido.

3 comentarios en “Frankenstein ante la tumba

  1. Y yo que creo que va a volver a ganar las elecciones y que de vida corta nada de nada… Y «peor» aún, que así sea porque la alternativa…

  2. Yo creo que no y al igual que en Madrid , mi fe se sostiene en las encuestas , como todas las que se fundamentan en un gran trabajo de campo y una estadística aplicada , aséptica , ajena a servidumbres – no como las tristemente famosas del nuevo CIS de Tezanos, un ejecutivo ejecutor que falló escandalosamente en Madrid.

    La última chapuza con el asunto Pegasus es de tal calibre que resulta inconcebible la explicación por Robles – » es sustitución no destitución » – un insulto a la Inteligencia Nacional en el más extenso sentido de las palabras.

    La reacción barriobajera de Sánchez en el Parlamento ( mangantes dijo a la oposición e incapaz a un competente abogado del Estado ) deberá contrastarse con la previsible sentencia de los ERE tras las elecciones andaluzas.

    Pero lo cojonudo del caso es que ayer sacaba adelante su proyecto de ley con la ayuda de los mangantes y la censura de sus aliados .

    «Cabalgar contradicciones» se llama la figura en boca del sumo pontífice de los histriones, un Pablo Iglesias sin espada, un chulapo a sueldo del siniestro Roures.

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