Carlos Hidalgo

Desde que Putin vio cómo arrastraban, golpeaban y despedazaban el cadáver de Muamar El Gadafi, se prometió a sí mismo que eso nunca le pasaría a él. Putin, que tal vez por su personalidad, tal vez por sus años en el KGB, cree que nada ocurre por la voluntad de las masas. Para Putin los grupos de personas son como piezas de ajedrez, siempre movidas por poderes más grandes. Y, con razón o sin ella, pensó que las primaveras árabes que derrocaron a los presidentes de Egipto, Libia y Túnez eran un movimiento agresivo por parte de Occidente y el resultado de años de operaciones de subversión y propaganda por parte de sus agentes.

Y desde ese momento, precisamente para que a él no le pasara lo mismo, se dedicó a aplicar esa receta de manera muy agresiva. Lo que se conoce como “guerra híbrida”, un término con el que los que saben de guerras no terminan de estar cómodos.

La Rusia de Putin ha ido incrementando progresivamente su control sobre su población, a la vez que se ha encargado de propagar desinformación y exportar inestabilidad a los que considera sus rivales.

A la vez, se encargó de que la primavera árabe no prosperase en Siria y, dando apoyo al régimen de Al Asad, se encargó de paso de ocupar todos los yacimientos sirios, que Asad le cedió gustoso cuando se hubo arrasado con la oposición. Con los yihadistas, con los demócratas, con los kurdos y con cualquiera que se le pusiera en medio. Animado por las vacilaciones de Obama, que tras exhibir firmeza en varias ocasiones finalmente no quiso intervenir en Siria, Putin se encargó de estabilizar la zona a su manera y aún mantiene tropas desplegadas allí.

No sabemos el grado de responsabilidad del presidente ruso en la elección presidencial posterior a Obama, pero sí que sabemos que a Putin le vino de perlas, por lo que aprovechó para incrementar su grado de agresividad y pasó de esa “agresividad defensiva” tradicional de la política exterior de URSS a algunos devaneos imperiales.

Detrás de todo ello está el discurso de que las democracias son regímenes débiles, hipócritas, donde se elige a payasos o a personas que no tienen tiempo de ejecutar ningún plan antes de que acaben sus legislaturas o el pueblo, esa entidad a la que considera voluble y manipulable, les desaloje. Porque el pueblo sin disciplina se vuelve ingrato, pensará.

A la vez ha mantenido los mimos a los que eran prosoviéticos cuando había guerra fría, a la vez que se ha encargado de dejarse admirar por todos los políticos de derechas que admiran a los “hombres fuertes” que están por encima de opiniones públicas, control parlamentario, medios de comunicación y, por supuesto, elecciones.

Así, tenemos hoy, que Putin ha terminado liándola muy gorda en Ucrania, a un montón de gente acusándose de estar “a sueldo de Moscú”. Desde la ultraderecha que ahora le condena con la boca pequeña, pero toma nota de cómo ha terminado de eliminar las libertades dentro de Rusia, a la ultraizquierda, que aún cree que todo es culpa de la OTAN, que las bombas rusas no matan nunca a civiles y que sólo Occidente se fija en el petróleo y el gas.

Por supuesto, unos y otros nos acusan a los demás de estar a sueldo de la OTAN, de la CIA y de la figura del “malvado judío”, que en los años 30 eran los Sabios de Sión y hoy es George Soros en solitario.

El caso es que no hace falta que te paguen para decir lo que crees. A veces porque sabes que es verdad tras buscar en las fuentes de los hechos y contrastar, otras porque crees que la verdad te llega a través del éter a tu cerebro mientras miras páginas chuscas en Facebook y te pasas memes asquerosos por whatsapp.

Dice un supuesto informe de un analista del FSB (uno de los diferentes servicios secretos rusos actuales) que a Rusia le quedan dos semanas hasta que su economía colapse. Veréis que el ruido no cesa aunque los rublos falten. A veces por convicción de hacer lo correcto, otras porque ser tonto es gratis.