Juanjo Cáceres
El próximo año hará dos décadas que el inolvidable Manuel Vázquez Montalbán diseccionaba toda una época en uno de sus personalísimos ensayos: “La aznaridad”. El trabajo revisaba con una perspectiva única el mandato de José María Aznar a poco tiempo de su finalización, que sobrevendría un año después con el relevo fallido de Rajoy, los atentados de Atocha y la victoria en las urnas en el año 2004 de José Luis Rodríguez Zapatero.
Entre los diferentes apartados que recorría el libro, había uno dedicado al fútbol: “Del nacionalfubolismo al nacionalcatolicismo”. Manolo recordaba en él que el expresidente Aznar intentó en todo momento vehicular su imagen a través del imaginario deportivo y que lo hizo principalmente mediante dos dimensiones: como jugador de paddle y como aficionado del Real Madrid y de la selección nacional. En su análisis de la relación entre “aznaridad” y fútbol, recordaba cómo en los años 1990 había surgido en el Real Madrid la necesidad de recuperar su condición de equipo representativo del Estado ante los prolongados éxitos del cruyffismo, lo que logró con éxito consiguiendo tres nuevas copas de Europa entre 1998 y 2002, mientras el Barça se adentraba en un periodo cada vez más tenebroso. En un aspecto distinto, hay otra reflexión que merece ser recordada: “Tenemos que asumir con resignación los desastres épicos de nuestro deporte, a la vista de que la selección de fútbol jamás será otra naranja mecánica, ni siquiera una naranja mecánica”.
Eran aun los tiempos de la furia y la vitrina de los campeonatos del mundo estaban vacías, entre otras cosas porque Gerard Piqué aún no se había vestido con la camiseta nacional.
Manolo Vázquez Montalbán moría durante los primeros meses del mandato del presidente Joan Gaspart, dejándonos huérfanos de cosas importantes, especialmente de su vocación de acercarse a lo que sucede en el fútbol con una mirada de época. También de la necesidad inherente en la condición humana de replantearnos el significado del pasado mediante las lecciones que nos ofrece el futuro. Un futuro que suma 19 años ya, en los que se ha hecho evidente el enorme vacío dejado, pues hoy nadie parece dispuesto a narrar con maestría qué ha sucedido en todo ese tiempo y cómo ha regresado el barcelonismo a un punto muy parecido al que vivía el club los años previos a escribirse “La aznaridad”.
Esos últimos 19 años pueden recorrerse casi por completo a través de la carrera deportiva de Gerard Piqué en el primer equipo del FC Barcelona. 15 años de éxitos y sinsabores que Manolo ya no pudo disfrutar, aunque podemos dar por seguro que si hoy estuviera entre nosotros haría a Piqué un homenaje gigantesco. Un homenaje que culminaría, además, una década y media de elogios, pues se marcha el último gran barcelonista. Y no lo digo solo por ser el último que ha habido, lo cual es obvio, sino porque puede que no haya otros como él, ni tampoco cómo Manolo entendía el barcelonismo.
Si alguien se atreviera a volver a acercarse al barcelonismo con una mirada de época, se daría cuenta de que Piqué es, a diferencia de otros supervivientes como Busquets y Jordi Alba, un emblema del barcelonismo natural, el que según Vázquez Montalbán reproducía una relación dialéctica entre Barcelona y Madrid, que él remontaba a la época del conde-duque de Olivares. Para Vazquez Montalbán y para el aficionado tradicional, ser un gran barcelonista es absolutamente indisociable de la práctica del antimadridismo, un ejercicio en el Piqué ha mostrado gran maestría tanto en el campo, como ante los micrófonos y en las redes sociales. Por su talento, su desparpajo y su inteligencia verbal, Piqué ha simbolizado mejor que nadie el barcelonismo total y le corresponde sentarse en el panteón de las leyendas junto a Guardiola (entrenador), Messi, Xavi (jugador), Puyol e Iniesta. Todos ellos, por motivos diferentes, representan su época muchísimo mejor que el resto de jugadores con los que compartieron su vida deportiva, y Piqué era el último que seguía entre nosotros. El último bastión. El último soldado en pie, que hoy no abandona bajo el fuego enemigo, sino bajo el fuego amigo.
Porque Gerard Piqué, a ojos del barcelonismo actual, hace tiempo que ha dejado de ser un héroe para convertirse en un villano. Un villano que empobrece al club con su contrato multimillonario. Un villano responsable del enésimo fracaso del Barça en su intento de volver a la gloria europea. Un villano que ya no era digno de formar en el once inicial del equipo y que se había visto señalado por no impedir los goles del contrario ante el Inter de Milán, cuando lo cierto es que las inversiones millonarias hechas en el medio campo y en la delantera han sido incapaces de resolver los partidos decisivos. Un villano fácilmente convertible en cabeza de turco frente a una masa social que ya no se compone principalmente de ese socio y aficionado tradicional “culé”, sino de una afición global, volátil, distante y fuertemente influenciada por el periodismo deportivo de estar por casa, gurús, youtubers y perfiles falsos de redes sociales.
A Piqué se le ha cuestionado en los últimos tiempos su preparación física y su ética deportiva. Se ha dicho que salía demasiado con el «enfant terrible» Riqui Puig, desterrado ya a Estados Unidos. Su vida privada también ha sido objeto de duros juicios globales, pues ser la pareja y expareja de Shakira no solo reporta beneficios de imagen. Todo eso ha vuelto a ponerse sobre la mesa tras el anuncio de su retirada, olvidándose de repente que la vida de los deportistas de élite raramente es ascética. Y lo que es peor: nadie parece haber reparado que ese proceso de destrucción de la leyenda también se estaba destruyendo una forma de entender el barcelonismo, precisamente aquella que más legendario lo hizo en la que se sustentaba el lema “més que un club”. Probablemente nada de esto haya sucedido por casualidad, ni de forma inocente, y algún día alguien habrá de narrarlo.
No obstante, los que tienen memoria saben que el barcelonismo se reconstruye sobre arrebatos violentos. El cruyffismo se erigió sobre la destrucción de la plantilla responsable del motín del Hesperia. El postcruyfismo, sobre la destrucción de los bastiones del cruyffismo (Robson le enseñó la puerta a Bakero, Van Gaal a Stoichkov y la Quinta del Mini…). En su día, Guardiola, ya bajo mandato del primer Laporta, no dudó en liquidar a Deco, a Ronaldinho y, finalmente, a Eto’o. Esa ha sido también la dinámica implantada por el último Laporta y por Xavi Hernández en el banquillo, que además tiene en la salida de Leo Messi uno de sus capítulos peor explicados, por decirlo suavemente. Igualmente constatado está que esa forma de reinventarse a menudo ha condenado al club a años de oscuridad. Sucedió cuando Van Gaal exprimió la herencia recibida del cruyffismo y la remplazó por mercenarios holandeses, que jamás igualaron lo logrado en años anteriores y pusieron las bases de una larga crisis que acabaría liderando Gaspart. Sucedió también tras el conflicto en el seno del viejo laportismo, que derivó en la era Rossell y finalmente en la decadencia futbolística y financiera de la era Bartomeu. Y está sucediendo ahora, con la entidad en manos de un presidente apalancador y un entrenador cuyos primeros frutos se quedan muy lejos de los logrados en su día por Guardiola, el entrenador que todo esperaban que emulase.
En los últimos meses, la violencia “verbal” blaugrana ha alcanzado también a Gerard. Aquel que debería irse entre honores y vítores, ha acabado haciendo una espantada y se marcha entre silbidos y prácticamente por la puerta de atrás. Esa misma violencia se cebó también con virulencia en Koeman unos meses atrás, el hombre que puso la primera Copa de Campeones en el museo del Barça, en otra muestra más del enorme empobrecimiento que sufre la inteligencia colectiva de una masa social que no hace demasiadas décadas debatía apasionadamente sobre nuñismo o cruyffismo o sobre cómo seguir declinando su ADN. Todo ello son signos de gravedad e, indiscutiblemente, de decadencia. Pero nadie nos ha explicado cómo es eso posible, ni cómo hemos llegado hasta aquí, porque Manuel Vázquez Montalbán ya no está entre nosotros y porque nadie ha recogido su pluma.
De ahí que hoy, Gerard Piqué, ganador de 3 Champions, 8 Ligas, 2 Eurocopas y 1 Campeonato del Mundo, barcelonista ejemplar, defensor estelar y voz del barcelonismo irreductible, estando a punto de partir, no tenga a nadie quien le escriba haciendo verdadero honor a su leyenda.
Ejem..Juanjo Cáceres….ejem.
Piqué tiene quien le escribe.
Un tal Juanjo Cáceres ha escrito dobre él en Debate Callejero…jeje.
Grabé el partido del sábado y no lo he podido ver hasta hoy. Emocionante despedida para un grande.