Greta Thunberg

Arthur Mulligan

« ¿Cómo os atrevéis? ¡Vosotros, que habéis robado mis sueños y mi infancia!», dijo esta joven en la ONU con una entonación que recordaba vagamente a la  pequeña de “El Exorcista”, pero no sobre una cama ingrávida sino en un escenario reservado para los ensayos previos de la orquesta Apocalipsis.Con esa voz  trémula y una mirada inquietante, Greta Thunberg nos riñe todos los santos días desde la televisión, por tierra o mar, y nos interroga acerca de  nuestras costumbres contaminantes y , sobre todo, nos impide olvidar a Pedro Sánchez y a esa especie de pelotón de fusilamiento en formación de los de ERC sobre las escaleras del Congreso y todo porque el histrión omnisciente es incapaz de aflojar  los nudos de la actualidad, sin cuya presencia ésta carece de significado, así venga con vientos del Este, en embarcaciones atiborradas de migrantes o del Oeste, en un  catamarán.

«Yo no debiera  estar aquí, debería estar en la escuela, al otro lado del océano», continuaba Greta adelantándose a comprensibles críticas de muchos ciudadanos a quienes se les termina por enfriar la cena.

« Las gentes sufren y mueren. Ecosistemas enteros se derrumban, nos encontramos al principio de una extinción en masa, y todo lo que se os ocurre es hablar de dinero y cuentos de hadas sobre el crecimiento económico eterno. ¡Cómo os atrevéis!»

Y así hasta concluir un discurso bien leído.

Frente a los millones de toneladas de hielo  que se van de Groenlandia por aquí y los miles de hectáreas de selva amazónica que arden por allá  , nuestra Greta practica el lento viaje para eludir la contaminación en todo lo que buenamente se pueda: 32 horas en tren para acudir a Davos o tres semanas en velero hasta Portugal  mientras se alcanza en un solo día la cifra récord de 230.000 vuelos comerciales.

Un problema global y complejo, un problema sobre el que ya había puesto el acento  un poderoso Al Gore, parece resolverse en un asunto de omunicación, el terreno preferido de la nueva política incapaz por su inmadurez de procesar la ingente información disponible para ofrecer soluciones paulatinas de carácter científico técnico que incluyan de manera realista los condicionantes en presencia.

Sí, es verdad que Greta nos pide que escuchemos a los científicos, pero entre la emoción vibrante del discurso y la densidad de los grandes tablones de datos de la ciencia  con muchas de sus inevitables inferencias, es necesaria la acción política.

No puede fiarse todo a la emergencia de una nueva forma religiosa que llene de sentido la orfandad que afectó a millones de individuos por la caída de sistemas de creencias muy bien fundamentados, tanto los  confinados tras un muro real como el de Berlín como los que buscaban amparo en ese muro mental en decadencia desde hace dos siglos y que los cristianos abandonan con mayor rapidez.

El miedo concomitante a toda religión que surge bajo la amenaza de un exterminio inminente y siempre grandioso; la búsqueda de la felicidad por vías distintas al consumo y el odio al liberalismo en nombre de la defensa de la naturaleza, parece insuficiente como intento de sustitución de  esos manantiales en los que abreva  la comprensión de nuestro mundo , ocupando un lugar preeminente la nación y la revolución , ambas responsables de inflamar toda suerte de  exaltaciones .

Aún  resuenan en mis oídos las consignas de las manifestaciones durante nuestra reconversión industrial: «¡Si no hay solución, habrá revolución!»
Los revolucionarios preferían una solución a  una revolución, algo que intuían en general como más desagradable. Descartada ésta, solo quedan pues las soluciones de compromiso, algunas  hoy por hoy inimaginables, sobre todo porque  vamos a seguir queriendo ser curados en hospitales ultramodernos en donde las técnicas surgen y surgirán directamente de los sectores más competitivos y más innovadores del mundo industrial, así como tomar medicamentos más eficaces fabricados por laboratorios enormemente lucrativos a la vez que privados.

Como el matrimonio Iglesias Montero, la mayoría  aspira a obtener un confort a través del consumo, sin embargo, hay a quien le gusta manejar las piezas en ambos lados del tablero y no renuncia a una libertad de opinión ilimitada, propia de las sociedades liberales, adornándose con  la buena conciencia que aportan  las ideologías radicales que obviamente no resuelven los problemas propuestos.

Es muy posible que si queremos ocuparnos seriamente de los retos a que nos somete esta crisis del medio ambiente que solo niegan amplias minorías desinformadas y gente de mala fe, nos va a hacer falta integrarlos en la economía más desarrollada, aquella  que reúne los medios técnicos científicos y humanos capaces de analizar  cada una de las variables y proponer soluciones desde la innovación permanente,el sello más genuino de una democracia avanzada.

Y es mucho más probable aún que sea el capitalismo el que salvará el planeta y no la ecología política.

Las bombillas electroluminiscentes (LED) que remplazan a las de filamento y los constructores que inventan el coche eléctrico y trabajan para arreglar el problema de las tierras raras en los nuevos teléfonos, hacen más por el planeta que los jóvenes revolucionarios que ocupan por unas horas un centro comercial.

Volviendo a mi memoria personal: durante la reconversión industrial en la ría de Bilbao y en la innovación de nuestra ciudad, en los grandes esfuerzos y economías aplicadas, no puedo sino sentir agradecimiento cuando veo los resultados.

Cualquier evocación melancólica de un pasado de Arcadia feliz en donde la Naturaleza no es más que un continuo derrame de fertilidad y aires limpios, oculta los aspectos más negros de la existencia en los términos en que lo expresaba Hobbes: una vida solitaria, pobre, malévola, bruta y corta.

Tal vez lo mejor que puede decirse de los ecologistas que no alberguen una intención del valor instrumental de su lucha para otros fines, es que el ecologismo ha generado un estímulo creciente para formalizar un mercado de nuevas energías de sustitución.

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